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Ivan Turgueniev (1818-1883) |
Estaba cazando en Rusia cuando se hospedó
en un molino. Puesto que le agradaba la región decidió quedarse por allí algún
tiempo. Pronto se dio cuenta de que la molinera lo observaba, y después de unos
días de rústico y delicado cortejo se hicieron amantes. Era una bella muchacha
rubia, aseada y fina, casada con un patán. Era de esas mujeres que comprenden
intuitivamente las cosas más sutiles del sentimiento, sin haber estudiado nada.
Nos contó sus citas en el granero de paja,
sacudido con un temblor continuo a causa de la gran rueda siempre en
movimiento, nos habló de sus besos en la cocina mientras ella, inclinada sobre
el fuego, preparaba la cena de los hombres, y la primera mirada que le dirigía
al regresar de la caza después de una jornada de batidas por el campo.
Pero se vio obligado a pasar una semana en
Moscú, así que preguntó a su amiga qué podía traerle de la ciudad. Ella no
quería nada. Él le ofreció vestidos, joyas, combinaciones o uno de esos lujos
de los rusos, un abrigo de piel.
Lo rechazó todo.
Él estaba apenado, sin saber ya qué
proponerle, así que le dio a entender que le causaría una gran tristeza si
seguía rehusando.
Entonces le dijo ella:
— Bueno, pues tráigame un jabón.
— ¿Un jabón? ¿Qué jabón?
— Un jabón fino, de flores, como los de las
señoras de la ciudad.
Él estaba sorprendido, y como no entendía
la razón de tan extraño gusto le preguntó:
— ¿Pero por qué quieres precisamente un
jabón?
— Es para lavarme las manos con él, para que
huelan bien y usted me las bese como hace con las damas.
Lo contaba de tal manera, este hombre
tierno y bueno, que a uno le entraban ganas de llorar.
Guy de Maupassant: "Le Fantastique", Le Gaulois, 7 de
octubre de 1883
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Guy de Maupsssant (1850-1893) |
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