El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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viernes, 28 de febrero de 2014

Dos historias (algo) escatológicas

   Un ingenio persa colocó el paraíso, habitación de la primera pareja, en el cielo; un jardín lleno de árboles frutales que tenían la virtud de que sus frutos, una vez asimilados por el hombre, no dejaban residuo alguno porque se evaporaba misteriosamente: sólo había un árbol, en medio del jardín, cuyo fruto, muy atractivo, no tenía esa virtud. Nuestros primeros padres comieron de ese árbol, a pesar de la prohibición; así que no hubo más remedio, para que no ensuciaran el cielo, que un ángel les enseñara, allá a lo lejos, la tierra, con las palabras: “He ahí el común de todo el universo”, y los condujo allí para que hicieran su necesidad, volviendo después al cielo. De ese producto salió el género humano.

Immanuel Kant (1794): “El fin de todas las cosas”, nota 2

Immanuel Kant (1724-1804)


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   Me despertaba por las mañanas y me cabreaba tener que levantarme. Me cabreaba tener que lavarme la cara e ir al servicio, me cabreaba vestirme, me cabreaba tener que meditar. No tiene importancia. La rabia sale; pero es rabia vieja. No tiene que ver con hoy. Está en algún lugar de nuestras vidas. En el zen cuentan una historia: si tienes un trocito de mierda en la nariz, la hueles vayas donde vayas. "Qué peste... Esto apesta, cocinar apesta, todo apesta. Todo está mal". Entonces, lo que dicen es: "Lávate la cara".
Edward Espe Brown

HOW TO COOK YOUR LIFE (2007)
Dir.: Doris Dörrie


miércoles, 5 de febrero de 2014

El demonio de Sócrates, según Descartes

Me atrevo a decir que la alegría interior alberga una fuerza secreta que llega a favorecer la fortuna (...). Tengo infinidad de experiencias al respecto y la autoridad de Sócrates para confirmar esta opinión. Las experiencias consisten en haberme dado cuenta de que a menudo las cosas hechas con el corazón contento y sin oposición interna suelen acabar felizmente (....), y eso que se conoce como el demonio de Sócrates no es sin duda más que la costumbre que él tenía de seguir sus inclinaciones internas, con la convicción de que acabaría bien todo aquello que se propusiera con un sentimiento de alegría, y que, al contrario, las cosas acabarían mal si se dejaba llevar por la tristeza. Sin embargo, es cierto que parece superstición creerlo tanto como dicen que hacía él, ya que según informa Platón ni salía de casa cuando su demonio se lo desaconsejaba. En lo que toca a las acciones importantes de la vida, cuando las encontramos tan dudosas que la prudencia no logra indicarnos qué hacer, me parece muy razonable seguir el consejo de este demonio, y útil estar persuadido de que las cosas que emprendemos sin oposición alguna, con esa libertad que suele acompañar a la alegría, nos irán siempre bien.

René Descartes: Lettre à Élisabeth (1646), en OEuvres Philosophiques. Tome III (1643-1650). París: Garnier, 1973, págs. 679-680.

Princesa Élisabeth de Bohemia, corresponsal de Descartes