El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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jueves, 11 de agosto de 2016

La muerte de Chamfort

   Siempre que leemos sobre Nicolas Chamfort (1741-1794) hemos de revivir las circunstancias de su terrible muerte. Por ejemplo, en el texto de Albert Camus redactado en 1944 como prólogo para las Maximes et Anecdotes. Además de una discusión de sus posiciones, un elogio, una precisa situación de su obra en el contexto estilístico, moral e histórico del autor, Camus defiende la afinidad entre las anécdotas referidas por Chamfort y las novelas de Stendhal o el propio Camus. Hacia el final, describe la terrible muerte del "gruñón" moralista-inmoralista, el indignado con su época, el hedonista jacobino que abrazó a la revolución hasta que la revolución impuso el Terror y dejó de considerarlo fiable, terminando por encarcelarlo en el año 1793. Sólo estuvo un par de días; pero hubo de dejarle una viva impresión. Una vez fuera, es sometido a arresto domiciliario vigilado. Se le comunica poco después que debe volver a la cárcel, y a Chamfort no se le ocurre otra cosa que matarse por su propia mano. La descripción de Camus en este punto no ahorra detalles al horror: "Se dispara un tiro que le rompe la nariz y vacía su ojo derecho. Todavía con vida, vuelve a la carga, se degüella con una navaja de afeitar y se corta las carnes. Bañado en sangre, hurga en su pecho con el arma y, en fin, tras abrirse las corvas y las muñecas  se desploma en medio de un charco de sangre cuya aparición por debajo de una puerta acaba por dar la alarma". El prólogo detiene ahí el relato, pero debemos añadir que no tuvo éxito y, curado de urgencia, agonizó durante varios meses antes de expirar.
   La muerte de Chamfort es una metáfora del Terror revolucionario, y anticipa otras purgas realizadas en el siglo XX por partidos que igualmente creyeron encarnar la llama de la verdad, y acabaron quemando las carnes no sólo de los enemigos sino de los porteadores, de los propios camaradas.
  Con la mayor sagacidad, Antoine de Rivarol (1753-1801) ironizaba sobre esa elevación a la superioridad moral que acaba sentenciando "Sé mi hermano o te mato", y que Chamfort sufrió literalmente en sus propias carnes.






















"El mundo físico semeja a la obra de un ser poderoso y bueno, que fue obligado a abandonar en manos de un ser maléfico la ejecución de una parte de su plan. Pero el mundo moral diríase el producto de las veleidades de un demonio que se hubiera vuelto loco."