Por haber divulgado como nadie antes de él un tema apasionante, por los 7 millones de libros vendidos de su obra principal, por haber dado que pensar y haber iniciado un debate interesantísimo, tenemos que leer a Daniel Goleman. Muchos de los argumentos, de sus estupendos relatos y quizás el hallazgo de una idea afortunada, hacen de su libro de 1995 una obra apasionante; pero la concepción contradictoria (tomada no literal pero sí en espíritu de un autor más riguroso, Howard Gardner) de "inteligencia emocional", y definida además con rasgos de personalidad, perturba lógicamente a los psicólogos profesionales y tradicionales. Como ya advertía Binet, porque no se puede decir de otro modo, la inteligencia es lo que miden los tests de inteligencia, ergo: si se quiere medir otra cosa, llamémoslo de otro modo, pero no "inteligencia". Gardner se enfrentó a la posición tradicional al defender que había inteligencias múltiples, es decir, distintos modos de ser inteligente, y de este modo rechazó el concepto de inteligencia investigado hasta entonces con una base claramente intelectual. Por su parte, Goleman define una inteligencia que no se puede cuantificar, para cuya detección se utilizan pruebas de personalidad, y que nos remite a habilidades sociales, afectivas o de empatía... No habría nada que objetar a ello si no se la llamara "inteligencia", que por definición es una capacidad racional o intelectual, medible con pruebas objetivas. De hecho, es el trabajo de la Psicometría, con una larga y fructífera tradición a sus espaldas. Por cierto, la misma Psicometría advierte que hay una clara correlación estadística entre altas puntuaciones en los tests tradicionales de inteligencia y ciertas habilidades destacadas por Goleman como propias de la inteligencia emocional, por ejemplo el altruísmo, la creatividad, el sentido del humor, la profundidad y amplitud de intereses o las habilidades sociales. En resumen, que las personas diagnosticadas tradicionalmente como personas inteligentes suelen ser también emocionalmente estables. Siempre se puede encontrar casos aislados de lo contrario, que alimenten el tópico elevando a ley general lo captado en uno o varios casos particulares (algo que también ocurre con la absurda idea de que los superdotados suelen fracasar en los estudios, cuando de hecho ocurre lo contrario, que no suelen tener problemas para conducir sus carreras con éxito y por supuesto menos esfuerzo que los demás); pero afirmar temerariamente como hizo Goleman que nos encaminábamos a una sociedad en la que los puestos de relevancia los ocuparían personas inteligentes emocionalmente, que ejercerían como jefes de los inteligentes a secas es, como poco, una especie de consuelo no solicitado y, seguramente, una falsedad indemostrable.
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Daniel Goleman (1946) |
El mensaje de Goleman llega a los colegios:
“Recientes investigaciones muestran que la inteligencia emocional, junto
con los aspectos de las habilidades sociales que le son afines, tiene mayor
influencia en el éxito personal que el cociente intelectual o la pura capacidad
mental.”
Educación para la Ciudadanía. 3º de ESO. Sevilla: Editorial Guadiel, 2010, pág. 20.