La filosofía, según entenderé la palabra, es
algo intermedio entre la teología y la ciencia. Como la teología,
consiste en especulaciones sobre temas de los cuales, hasta aquí, ha
sido inalcanzable un conocimiento definido; pero como la ciencia, apela a
la razón humana más que a la autoridad, ya sea la de la tradición o la
de la revelación. Todo conocimiento definido -así lo afirmaría yo-
pertenece a la ciencia; todo dogma acerca de lo que sobrepasa el
conocimiento definido pertenece a la teología. Pero entre la teología y
la ciencia hay una tierra de nadie, expuesta al ataque por ambos lados;
esta tierra de nadie es la filosofía. Casi todas las cuestiones de mayor
interés para los espíritus especulativos son tales que la ciencia no
puede responder, y las confiadas respuestas de los teólogos ya no
parecen tan convincentes como en siglos anteriores. ¿Está dividido el
mundo en mente y en materia, y, si es así, qué es la mente y qué es la
materia? ¿Se halla la mente sujeta a la materia, o está dotada de
facultades independientes? ¿Tiene el universo alguna unidad o propósito?
¿Hay realmente leyes de la naturaleza, o creemos en ellas solo por
nuestro innato amor al orden? ¿Es el hombre lo que le parece al
astrónomo, una minúscula masa de carbono impuso y de agua, que se
arrastra impotente en un pequeño e insignificante planeta? ¿O es lo que
se le antoja a Hamlet? ¿Es quizá ambas cosas a la vez? ¿Hay una norma de
vida que es noble y otra que es baja, o todas las líneas de conducta
son meramente fútiles? Si hay un modo de vida que es noble, ¿en qué
consiste y como lo conseguiremos? ¿Debe el bien ser eterno para que
merezca ser valorado, o es digno de que se lo busque incluso si el
universo se mueve inexorablemente hacia la muerte? ¿Existe algo como la
sabiduría, o lo que parece tal es simplemente el refinamiento último de
la locura? A semejantes preguntas no puede encontrarse ninguna
contestación en el laboratorio. Las teologías han declarado darles
respuesta, todas demasiado precisas; mas su misma precisión es la causa
de que las mentes modernas las miren con suspicacia. El estudiar estas
cuestiones, si no el contestarlas, es la tarea de la filosofía.
Bertrand Russell: Historia de la Filosofía. Madrid: Aguilar, 1973, pág. 17.
Bertrand Russell (1872-1970) |
No hay comentarios:
Publicar un comentario