En El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001) encontramos una buena ocasión para comprender el nacimiento y el desarrollo de la Ética. En esta película vamos asistiendo, como si pasara ante nuestros ojos en parábola animada, toda una sucesión de escenas que nos llevan en orden cronológico por la Historia de la Ética Griega a la vez que nos internamos en la aventura fantástica de su personaje principal. Sabiéndolo o no, seguramente de manera no premeditada, su director, Hayao Miyazaki, introduce claves que bien podemos relacionar con cuatro siglos de reflexiones morales que nos conducen desde Homero y Hesiodo (ca. s. VIII a. C.) hasta Aristóteles (s. IV a. C.), en un pedagógico canto a la maduración y la adquisición de virtudes como secreto de la felicidad.
Hay que comenzar por el principio de la película y de la Ética, por muy caótico que éste se presente en ambos casos. En el comienzo está la fractura entre el mundo de los humanos y el mundo de los sobrenatural, así como sus problemáticas relaciones. La incursión de la familia de Chihiro en ese mundo que no es el suyo marca el inicio del conflicto. Los dioses que acuden al Balneario, átonos e impasibles a veces, pero muy entrometidos en otras, nos recuerdan tanto a los dioses en sentido griego como a sus demonios, y es que tanto para los griegos arcaicos, como para la película de Hayao Miyazaki, los seres humanos nos vamos curtiendo al contacto con lo sobrenatural e irracional, y finalmente Chihiro llega a tener un carácter, se forma y educa en contra, en colaboración y ayudada por estos demonios. Por eso decimos que el viaje de Chihiro es un viaje “demónico”.
Hay que comenzar por el principio de la película y de la Ética, por muy caótico que éste se presente en ambos casos. En el comienzo está la fractura entre el mundo de los humanos y el mundo de los sobrenatural, así como sus problemáticas relaciones. La incursión de la familia de Chihiro en ese mundo que no es el suyo marca el inicio del conflicto. Los dioses que acuden al Balneario, átonos e impasibles a veces, pero muy entrometidos en otras, nos recuerdan tanto a los dioses en sentido griego como a sus demonios, y es que tanto para los griegos arcaicos, como para la película de Hayao Miyazaki, los seres humanos nos vamos curtiendo al contacto con lo sobrenatural e irracional, y finalmente Chihiro llega a tener un carácter, se forma y educa en contra, en colaboración y ayudada por estos demonios. Por eso decimos que el viaje de Chihiro es un viaje “demónico”.

A partir de aquí, el viaje de Chihiro entre los demonios y los dioses es en realidad el re-descubrimiento de su nombre, de su ser más propio, de sus prioridades y sus preferencias. Su transformación es de tipo moral, y por eso tenemos que invocar al padre de los éticos, a Sócrates y su propio comercio con lo "divino y demoniaco". Chihiro empezará oponiéndose al viaje, tratará de hacer rectificar a los padres, pero aunque sobredeterminada por las circunstancias logrará superar la tentación del abandono y comenzará la forja de su carácer propio. Inmersa en un mundo extraño, será en el equilibrio entre la abnegación y la autodeterminación como logra el respeto de quienes la rodean, así como la redención final. Para ello tiene que afrontar una primera prueba, la de hacerse valer en el trabajo, ser y sentirse útil, colaborar y apoyar a los otros. Tendrá que ir aprendiendo a pensar por sí misma, a discriminar lo importante de los superfluo, a valorarse, a querer a los demás y hasta algún principio tan universal como el agradecimiento: “¿Ni siquiera sabes decir ‘sí señora’ o ‘gracias’?”, le recrimina con razón Lin cuando Chihiro se comporta todavía con la indolencia de niña mimada con que ha llegado a este mundo antiguo y repleto de convenciones.

Chihiro realiza uno de los más profundos viajes que cabe realizar, porque es un viaje a su demonio, a su carácter, a su nombre e identidad. Esa identidad le es robada por Yubaba a cambio de permitirle permanecer en el Balneario, pero logrará recuperarla del olvido porque después de todo, como dice Zeniba en tono platónico: “Nada de lo que ocurre se olvida jamás, aunque no se pueda recordar”. Ese ejercicio de memoria que es el viaje de Chihiro, y que la lleva a su infancia cuando conoció al dios-río Haku, al que por amor salva también de su cautiverio, será la vía para salvar a sus padres, y es toda una experiencia de revelación y de transformación. Lo podríamos resumir diciendo que Chihiro encuentra la raíz aristotélica de la felicidad.
En pocos días esta niña lo pierde todo y descubre el valor de una vida a la que antes daba poca o ninguna importancia. En ese proceso es ayudada por un guía benéfico (un buen demonio, el dios-río preso igualmente en un mundo regido por la magia y unas extrañas reglas), se enfrenta a la esclavitud, a las tentaciones vacías, se deja morir (el maravilloso viaje en tren es un descenso entre espíritus a la morada última) y regresa, como Orfeo, transformada y en posesión de un saber elemental.

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Hayao Miyazaki recibe el León de Oro en Venecia, 2005 |
Más información sobre Hayao Miyazaki en el blog La mano del extranjero
3 comentarios:
Excelente «puerta» hacia la reflexión sobre los contenidos éticos y morales de este viaje en todos los sentidos que es la obra maestra de Miyazaki. Este año, como sabes, doy Ética en mi instituto y pienso sacar buen partido de esta película y de todas sus implicaciones, porque además cumple el mágico objetivo de hacer aprender, de obligar a mirar, mientras entretiene, que es una de las grandes virtudes del maestro japonés.
Cuánto nos gusta Miyazaki ;) Y cómo resiste un visionado tras otro, es que no cansa... Ahora la estoy poniendo en 3º, así que voy a recomendarles que lean tu introducción en La mano del extranjero.
Buen análisis lo llamativo es que solo es mirada de una filosofía occidental,olvidando cualquier atisbo de cultura, mitos y tradiciones japonesas que pueden o no contrastar con esta mirada solipsista
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