El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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viernes, 9 de mayo de 2014

Actualidad de Ortega y Gasset

   En 1922 publica Ortega y Gasset en volumen un conjunto de artículos previamente editados en El Sol a partir de 1920: España invertebrada. El tema central es la concepción política de España, ya en aquellos tiempos, como ahora, cuestionada por los particularismos periféricos, en especial por el nacioanalismo vasco y catalán. Ortega reconoce una división que hoy escuchamos a diario entre nacionalismo vasco, catalán, gallego...,  y nacionalismo español (Ortega habla de nacionalistas y unitarios) y advierte que "la convivencia de pueblos y grupos sociales exige alguna alta empresa de colaboración y un proyecto sugestivo de vida en común". El desmembramiento progresivo de España, que en el 98 llega a su fin con respecto a las posesiones externas a la península, comienza a girarse a los territorios peninsulares a partir de entonces, como continuación de un proceso que en realidad duraba tres siglos. La esencia del particularismo, del que el nacionalismo sólo es una manifiestación, es dejar de sentirse parte de un todo. Se deja de compartir los sentimientos comunes. La reacción a este particularismo es otro particularismo por parte del poder central ("Castilla ha hecho España y Castilla la ha deshecho", dice Ortega) que elimina el entusiasmo de la convivencia y que sólo genera confrontación, siendo el fruto de un desencuentro más hondo, el de las clases sociales. Como el particularista por definición no cuenta con los demás, un parlamento y una sociedad repleta de particularismos estarán en principio condenados a la ruptura.


   Pues bien, la constitución del Estado de las Autonomías en la transición española a la democracia fue la respuesta institucional a los problemas denunciado por Ortega, y se inspiraba en una propuesta del capítulo "La idea de la gran comarca o región" de La redención de las provincias (1927-1928) para organizar España en comarcas o regiones (pero sólo diez, según Ortega), con gobierno autónomo y más competencias para decidir sobre sus propios asuntos que el gobierno central. Tal vez no haya otra vía a fin de contentar las distintas sensibilidades nacionales en un Estado tan diverso como el español; pero lo que no hubiera aprobado Ortega es el desarrollo asimétrico de estas regiones autónomas, precisamente porque, ya advirtió en su día, sería una forma de perpetuar el particularismo central-periférico, con la novedad de ser trasladado igualmente a los territorios, en una confrontación interna entre sensibilidades más o menos independentistas.

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