En el año 1927 aparece una de las obras más importantes de la filosofía del siglo XX, El Ser y el Tiempo, de Martin Heidegger. En ese año, Heidegger todavía cree que para formular la inquietud fundamental de su filosofía, la pregunta por el ser, debe aclarar antes la estructura peculiar del que realiza la pregunta (el ser humano, al que llama Dasein). Más tarde renunciará a esta perspectiva, que lo insertaba en la tradición de la historia de la filosofía, y se sumergirá en una arriesgado pensamiento de carácter poetizante que intenta comprender directamente el ser, sin mediación de los entes. Hasta 1927, Heidegger asume intereses que reconocemos igualmente en Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Husserl... y Ortega y Gasset. Heidegger y Ortega se forman en la tradición fenomenológica, el español es sólo seis años mayor (nace
en 1883, Heidegger en 1889) y ambos han tenido en cuenta el vitalismo y, en especial, el largo desarrollo de la fenomenología husserliana. El método fenomenológico está dirigido a comprender racionalmente la experiencia vivida. En los años veinte, Husserl, Ortega y Heidegger participan de una inquietud común: la tarea de la filosofía es describir "el mundo de la vida" (Husserl), el yo y la circunstancia (Ortega), el "ser en el mundo" (Heidegger), aunque los tres marcan distancias entre sí. Ortega reivindica su autonomía, afirmando una y otra vez que él ha hablado de esos temas antes que algunos de sus contemporáneos alemanes, o que cuando lo hizo aún no tenían la suficiente proyección (toma así distancia, por ejemplo, de Dilthey). Pero si hay un punto importante en la filosofía orteguiana además del reconocimiento de la circunstancia histórica y social, lo que sin duda es un rasgo original y propio en su obra, es su clasificación de los atributos y categorías de la vida. Ortega es un autor que por la propia naturaleza ensayística de sus textos aborda una y otra vez los mismos temas con distintas formulaciones. Pues bien, en la obra de Heidegger encontrará una clasificación no ya de categorías (que Heidegger arroja al pasado de la filosofía) sino de "existenciarios" del Dasein que, aunque le pese al propio autor, no dejarán de ser traducidos por los lectores como atributos o características del ser humano. Muy resumidamente, el Dasein es, según Heidegger, un "sen en el mundo", un ser en un "ahí" (arrojado en el mundo, en el espacio) y un "que..." (con posibilidades desplegables en el tiempo). Antes que teórico es un ser práctico, pero también se caracteriza por ser discursivo, por tener un lenguaje con el que habla y comprende. El Dasein se caracteriza por "ser con" los otros, incluso hasta el punto de estar absorto en la impersonalidad, y sin embargo, también es un ser único con sus propias posibilidades. Este "ser de posibilidades" implica también una "última posibilidad", la de la muerte, que marca su estructura temporal como "ser para la muerte", lo que condiciona uno de los estados de ánimo ("encontrarse") más propios del Dasein, el de la angustia. El Dasein se preocupa y se "cura" del mundo, de los entes, de los otros, y por supuesto de sí mismo.

Heidegger y Ortega plantean caracterizaciones muy parecidas de los atributos básicos del ser humano, la del primero es tan pretendidamente original que hasta inventa un lenguaje, y hay que reconocer que es metódica y exhaustiva, si bien particulariza en exceso y se deja llevar por la oscuridad y el pesimismo. La de Ortega es más elegante y luminosa, tal vez por su carácter narrativo y literario, también resulta más abierta y optimista, en consonancia con ese tono deportivo que lo llevó a hablar de la vida como aventura.
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Heidegger y Ortega en Darmstadt, 1951 |
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