En el capítulo 51 de su magnum opus, Musil toma la medida al matrimonio burgués con ocasión de “la casa Fischel”. Su análisis no es sólo válido para una época y para una nación, sino que retrata al matrimonio que se somete a la trampa del idealismo.
Leo Fischel es una especie de director del Lloyd-Bank (en realidad, “procurador con el título de director”), la expresión “una especie” es importante porque uno de los rasgos del personaje es que se ve a un paso de todo aquello que ha perseguido en la vida, como si hubiera desfallecido unos metros antes de acabar la carrera. Por lo demás es judío, a su mujer Klementine le pareció romántico elegirlo como signo de rechazo del antisemitismo de la época, pero ese mismo antisemitismo ha marcado a su marido radicalizándolo, y por extensión a ella, pues ha tenido que sufrir el rechazo externo y la decepción interna cuando Leo no ha alcanzado las metas proyectadas. En realidad, dice Musil, no es nada extraño, ocurre igual en muchos matrimonios en los que “aparece la infelicidad en cuanto desaparece la ofuscación de la felicidad”. Un leve giro de los detalles basta para saltar a una orilla desde la otra. Por ejemplo, las patillas de Leo que anteriormente le recordaban a Klementine las de un lord, con los años se le antojan las de un agente de bolsa. El problema, ironiza Musil, es que no hay ninguna regla establecida para distinguir los rasgos de unas patillas de lord y las de un agente de bolsa. Finalmente, una radicalización de posturas engendra la radicalización opuesta, y con el tiempo la casa Fischel se ha convertido en un campo de batalla.
Uno de los motivos para esta batalla es curiosamente que “al director Fischel le gustaba filosofar, pero no más de diez minutos al día”. De hecho ya hemos conocido a Leo en un encuentro fortuito con Ulrich en el capítulo 35, lo que ha dado ocasión a conocer la interesante teoría ulrichiana del “principio de motivo insuficiente” por el cual siempre tiende a realizarse aquello que en el fondo carece de motivo suficiente, lo que le vale a Ulrich la calificación de cínico por parte de su amigo el director, y no es extraño, si tenemos en cuenta que Leo Fischel profesa una fe ciega en el progreso. En el progreso y en el fundamento racional del ser humano. Es esta fe la que le hace fuerte y encogerse de hombros ante los reproches de su esposa. Sin embargo, Fischel va comprobando que la realidad no se comporta siempre de modo racional, lo que trae consigo “la tortura de la exasperación con que la vida castiga a los hombres de recto juicio”. El instinto de tener razón ha de enfrentarse a hechos evidentes y esos diez minutos de filosofía pueden acarrear en el terreno doméstico un cataclismo cada vez que deben tomarse decisiones, por ejemplo con respecto a los hijos. Un padre rebosante de ideas, una hija que va con su tiempo y se rodea de cristianos nacionalistas y una madre que calla. El esquema no está lejos de muchas escenas familiares en la actualidad. Desde que Leo ha dejado de parecerle atractivo, Klementine no soporta ninguna de sus convicciones, sin darse cuenta de que tampoco ella se despega del esquema impersonal heredado por el que ha sustituido su juvenil ideario. Leo es hombre responsable, diligente y claramente idealista; pero se encuentra desamparado en su propia casa. Klementine representa su papel dentro del esquema de los matrimonios burgueses encadenados a la apariencia. La filosofía no les ha servido de nada, salvo para encastillarlos en posiciones desligadas de la realidad social y familiar.
Edward Hopper: Room in New York (1932) |
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