Temple, agotado, estaba resuelto a
abandonar a su mujer; sus atroces riñas lo estaban matando; cuando regresó a
casa con amarga renuencia, seguía alterado por la furia de la discusión de esa
mañana; era difícil liberarse de Sarah, pero tenía que hacerlo; Temple estaba
resuelto.
Sarah se encontró con él en el sombrío
sendero que conducía a su casa y se aferró silenciosamente a su brazo; sin duda
se arrepentía, pero Temple no pensaba dejarse ablandar.
No despegó los labios y trató de
soltarse, pero ella se aferraba tenazmente.
Cuando llegaron a su hogar, Temple lo
encontró conmocionado; en medio de la escena fantasmagórica, alguien le informó
que habían descubierto a su mujer en el estanque.
—¡Fue un suicidio, pobrecita!
Y su hermano le susurró:
—Estás libre.
Pero Temple sonrió a la rencorosa forma
que estrechaba su brazo y supo que nunca se libraría de Sarah.
Marjorie Bowen (1927), en Richard Dalby (sel.): Escritoras del siglo XX. Relatos de fantasmas. Barclona: Planeta, 1988, p. 169.
Marjorie Bowen (1885-1952) |
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