En algún apartado rincón del universo, que centellea desperdigado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que unos astutos animales inventaron el conocer. Fue el minuto más soberbio y más mentiroso de la “historia universal”; pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Después de respirar la naturaleza unas cuantas veces, el astro se entumeció y los animales astutos tuvieron que perecer.
Alguien podría inventar una fábula como ésta y, sin embargo, no habría ilustrado suficientemente cuán lamentable, sombrío y caduco es el aspecto del intelecto humano dentro de la naturaleza: hubo eternidades en las que no existió, cuando de nuevo se haya acabado, nada habrá sucedido, pues no hay para ese intelecto ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. Sólo es humano, y sólo su poseedor y progenitor lo toma tan patéticamente como si en él se movieran los goznes del mundo. Pero si pudiéramos comunicarnos con un mosquito llegaríamos a saber que también él navega por el aire con ese pathos y siente que en él se halla el centro volante de este mundo.
Friedrich Nietzsche (1873): “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”
Friedrich Nietzsche (1844-1900) |
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