En franca oposición a la clasificación de accidentes de la sustancia aristotélica, que debió parecerle un tanto o demasiado objetiva cuando la aplicamos al sujeto, Robert Musil propone una atribución de "caracteres" a éste en igual número que los accidentes de Aristóteles, nueve, y añade un décimo de mayor importancia, en clara referencia a la entidad o sustancia aristotélica, que en la disección de Musil resulta bastante menos concreta y señalable con el dedo (que es al cabo el sentido final de la sustancia en el estagirita).
Los nueve caracteres del sujeto, dice Musil, son: carácter profesional, nacional, estatal, de clase, geográfico, sexual, consciente, inconsciente y privado. Reverberan en esta lista algunas ideas de Montesquieu, Marx o Freud; pero también la sociología y la psicología del siglo XX.
El décimo carácter es nietzscheano o, tal vez, poético, ya que se lo describe con una metáfora: "la fantasía pasiva de espacios vacíos". Poético en la forma, nietzscheano en el fondo, este décimo carácer "permite al hombre todo, a excepción de una cosa: tomar en serio lo que hacen sus nueve caracteres y lo que acontece con ellos; o sea, en otras palabras, prohíbe aquello que le podría llenar" (HsA, 1, cap. 8: Kakania). En su versión negativa, divagamos, sería la condición de imposibilidad del contento o la completud del ser humano, y en la versión positiva, el vehículo de nuestro ser de posibilidades. En el centro de esta oquedad invisible, dice Musil, se encuentra la realidad "como una pequeña ciudad (...) abandonada por la fantasía".
Esta realidad que aparece ocultándose o mixstificándose, en su unión con el sujeto polimorfo y plural, es una realidad fantástica y tanto racional o racioide como irreductiblemente salvaje y fantasmagórica. La descripción de este correlato intencional o de esta institución es, por lo demás, la materia de la gran novela inacabada de Robert Musil.
Robert Musil (1880-1942) |
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