En su autobiografía Ecce Homo, cuenta Nietzche que el pensamiento del eterno retorno fue una idea que se le apareció en agosto de 1881. Según la primera nota de trabajo en que lo aborda, lo describe de este modo:
El eterno retorno de lo idéntico. Importancia infinita de nuestro saber, de nuestro errar, de nuestros hábitos y modo de vivir, para todo lo venidero.
El eterno retorno no es solo la convicción de que la configuración física de un mundo finito está condenada a la repetición en el tiempo, sino una metáfora de la vida enriquecida. El eterno retorno de todas las cosas es expresión del amor fati, del amor dionisíaco a la vida, lo que no es exactamente igual al carpe diem horaciano (la sentencia del genial epicúreo deja un regusto de angustia y huida ante lo que se avecina en el horizonte). El amor fati nietzscheano es amor al destino en sentido griego, tanto hacia lo que nos pasa como a lo que hacemos, tanto por la suerte como por el carácter, que son los contrapesos de la vida, es “no querer que nada sea distinto, ni en el pasado ni en el futuro, ni por toda la eternidad”. ¿Habrá una actitud más deseable para la vida, en cualquiera de sus edades y circunstancias? Al menos, no es conformista, ni idílica, se sitúa más allá o más acá del optimismo y el pesimismo, e implica mantenerse sobre las brasas de la vida y abocados a lo problemático sin querer otra cosa. Es como amar a alguien que nos hace dudar, viene a decir Nietzsche en El Gay Saber. Desde luego, pocas veces se vive más intensamente que en tales circunstancias. El amor fati es amor al instante, y no porque se vaya para no volver, sino porque ha de regresar infinitas veces.
Referencias:
Friedrich Nietzsche: El Gay Saber. Madrid: Narcea, 1973, pág. 90.
Friedrich Nietzsche: Ecce Homo. Madrid: Alianza, 1982, pág. 146, n. 5.
No hay comentarios:
Publicar un comentario