El emperador Carlomagno se enamoró, siendo ya viejo, de una muchacha alemana. Los nobles de la corte estaban muy preocupados porque el soberano, poseído de un ardor amoroso y olvidado de la dignidad real, descuidaba los asuntos del Imperio. Cuando la muchacha murió repentinamente, los dignatarios respiraron aliviados, pero por poco tiempo, porque el amor de Carlomagno no había muerto con ella. El Emperador, que había hecho llevar a su aposento el cadáver embalsamado, no quería separarse de él. El arzobispo Turpín, asustado de esta macabra pasión, sospechó de un encantamiento y quiso examinar el cadáver. Escondido debajo de la lengua muerta encontró un anillo con una piedra preciosa. No bien el anillo estuvo en manos de Turpín, Carlomagno se apresuró a dar sepultura al cadáver y volcó su amor en la persona del arzobispo. Para escapar de la embarazosa situación, Turpín arrojó el anillo al lago de Constanza. Carlomagno se enamoró del lago de Constanza y no quiso alejarse nunca más de sus orillas.
Italo Calvino [inspirado en Barbey D'Aurevily] (1985): Seis propuestas para el próximo milenio. Madrid: Siruela, 1990, pág. 45.
Italo Calvino (1923-1985) |
Hermeneia:
El amor pasional perturba al que lo padece y lo hace desdeñar lo acostumbrado (convenciones y conveniencias sociales, incluso inclinaciones de la naturaleza). A menudo pasa por ser fruto de una maldición o de un encantamiento, de una ocupación que desposee al ser humano de su yo habitual. En tales casos, para encauzar al sujeto y librarlo de su locura, se impone otro encantamiento: la entrega a la actividad artística, a la acción política o la vida bucólica, enmascaramientos de un rostro más profundo, oculto y salvaje.
1 comentario:
Que bonito cuento. El tono me ha hecho recordar El collar de la paloma de Ibn Hazem.
Este blog me tiene enganchada, pero ¿como te cunde tanto?
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