Fotograma del film Der junge Törless (1966) |
El dogmatismo utópico y la moral hipócrita (pensemos en los personajes de Arhheim y Leinsdorf) comparten la fe en el lenguaje directo, pleno de sentido, ese lenguaje en que se expresarían directamente las cosas. Para Musil esa expresión del éxtasis posee al menos dos peligros: el silencio como paradójica expresión de la esencia incomunicable y la apología de la moral de la buena conciencia aun a pesar de sus malos resultados [HsA, III, 331]. Para Musil, el supuesto proceso intuitivo por el que accedemos a verdades esenciales se despreocupa de despejar en la experiencia cotidiana las verdades existentes y reales, las que aparecen en el continuo de la vida, en esa instancia personal cercana al anonimato en la que el comportamiento no es todavía fruto de un carácter ya formado, sino que nace de, cabe decir, un preindividuo [E, 321].
El estado de preindividuación no es nada místico, revela una escisión fundamental, a lo que viene apuntando desde su primera novela: la división de dos mundos, el del hogar, regular y cotidiano, y otro mundo fantástico, misterioso y lleno de sorpresas, como se sugiere en la sugerente alocución del cadete Törless al final de su estancia en el colegio. Se refería allí a la vida anónima que la fenomenología conoce como actitud preobjetiva, la de la opinión, la “inseguridad de espíritu”, que aglutina “la creencia, la suposición, la sospecha, el barrunto, el deseo, la duda, la tendencia, la exigencia, el prejuicio, la persuasión, el ejemplo, la óptica personal y otros estados de semicerteza” [HsA, IV, 137]. Es decir, todo aquello a lo que renunció la tradición cartesiana, lo que apenas existe para el Cogito encargado de iluminar con claridad y distinción las ideas evidentes. En terminología de Musil, hay que distinguir lo “racioide”, que es lo sistematizable (lo cartesiano), de lo espiritual o “no racioide”, formado con todo ese material repleto de excepciones que se precisa para la vida interior [E, 61], y que podría llamarse también “lo fantasmagórico”, un conjunto de escenas vividas o de “formas fantásticas”, las vivencias en estado bruto o salvaje, caracterizadas por aparecer, a fuerza de reales, dobladas con un fondo de irrealidad que las hace a la vez que difícilmente aprehensibles lo más digno de ser investigado [1].
Estas vivencias que constituyen el siempre despreciado (en la filosofía) y versátil estado de la opinión, pueden ser extremadamente variables y conducirnos a un estado espiritual y social fantasmagórico, en el que todas las actitudes, aun las de signo opuesto, encuentran su justificación y su lugar. Cabe, por ejemplo, que por idealismo justifiquemos los mayores disparates, que matemos o nos hermanemos sin tomar nada en serio, conscientes de que en parte no nos corresponde a nosotros la decisión final. Pues bien, justo en esos instantes nuestra vida ha sido absorbida por una realidad puramente fantástica [2], y ha perdido su autonomía. Pero no es la única posibilidad de ese estado. Es cierto que el mundo y el yo en oposición expresan un conflicto de principio, puesto que la vida ni es ni puede ser nada exacto, pero si "las ideas reducen muchas manifestaciones de la vida a una", también ocurre que "una sola manifestación de la vida convierte a menudo una idea en muchas otras nuevas" [3], por lo que de la confusión de la sensibilidad pueden nacer igualmente productivas rutas para la racionalidad. En el conflicto con el mundo o ante los otros, el yo de cada caso está obligado a articular una de por sí inacabable relación con el no-yo, porque es propio del hombre ni estar completo ni poder llegar a estarlo [4], de ahí el tono melancólico pero realista en el buen sentido de la moral de Musil, y de ahí también el impulso para pensar y crear, ya que del mismo magma nacen la vida confusa y la vida orientada.
[1] Cfr.: J. M. Mínguez: Musil. Barcelona: Barcanova, 1982, págs. 24, 36, 39 y 113.
[2] Robert Musil: “Vicente y la amiga de hombres importantes”, en Los alucinados seguido de Vicente y la amiga de hombres importantes. Barcelona: Barral, 1970, pág. 203. Traducción de P. Grosschmid.
[3] Robert Musil: Páginas póstumas escritas en vida Barcelona: Icaria, 1979, pág. 62. Trad. F. Martínez,
[4] Robert Musil: ”Veinte personajes. (Entrevista inédita con Robert Musil)” (entrevistador, O. M. Fontana), Quimera, 88 (1989), págs. 38 y 39.
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