Perdido en la selva de su novela ontológica, en el capítulo 32 del primer volumen, Musil sitúa un breve episodio de la juventud de Ulrich, su escurridizo protagonista, que podríamos encuadrar en la tradición de las novelas del primer amor o de iniciación amorosa. Siguiendo la estela del género se nos narra un viaje desde el entusiasmo al desengaño, y sirve en primera instancia para explicar la atracción y repugnancia del Ulrich adulto hacia el lenguaje místico-poético, pero sobre todo nos llevará a comprender algún rasgo fundamental de su protagonista: "Un corazón de veinte años palpitó unos momentos en su pecho; desde entonces su piel se había cubierto de pelo y se había endurecido".
Siendo teniente del ejército, Ulrich se enamora de una mujer bastante mayor que él en edad, casada con el comandante mayor de su regimiento, por lo que "pronto será la mujer de un coronel retirado". Es una pasión fraguada en su mente, una idealización, ya que se alimenta casi en exclusiva del recuerdo de sus breves apariciones en las fiestas del regimiento, en las que toca el piano. Ulrich no es un inexperto, incluso ha descubierto el sendero que conduce a las mujeres honestas (el otro se le supone, como ha descrito inmejorablemente Stefan Zweig en sus memorias); pero del "gran amor" sólo tiene un concepto y esta mujer representará la ocasión de darle contenido concreto. Ulrich cae enamorado, "enferma" de amor, y Musil nos aclara que en estos casos se renuncia a la posesión amorosa a cambio del descubrimiento y engrandecimiento del mundo. En su estilo, Ulrich adorna el galanteo con toda una miscelánea de conocimientos diversos, y la señora le otorga el apoyo de su mano, cayendo los dos en fervoroso pero vestido abrazo con ocasión de un paseo a caballo. Esto será todo.
El amor de la señora, "breve e irreal", no dependía de un concepto, sino de su estado de casada y la diferencia de edad; el de Ulrich tendrá que adoptar la forma de una huida en viaje por motivos inventados. En su peregrinaje siguiendo la línea ferroviaria, le escribirá múltiples cartas a su amada pero no las envía, primero describiendo sus ardorosos sentimientos, después los bellos paisajes. Instalado en una isla mediterránea, intenta reparar su escisión con excursiones en burro y un firme ensimismamiento en la naturaleza, llegando a descubrir que hay la misma distancia entre él y su amada que hasta el árbol más próximo. Toda categoría de separación es rechazada en la comunión con el todo, y Ulrich acaba sintiéndose en el corazón del mundo: "Todos los problemas y las sugerencias de la vida recibían una incomparable dulzura, suavidad y tranquilidad, y al mismo tiempo un significado distinto". Finalmente, hasta el rostro de su amada se difumina en el paisaje, y llega el momento de escribirle la única carta que echa al correo, para explicarle que el amor no tiene nada que ver con la posesión y el deseo de pertenencia, nociones de baja estofa económica.
Sólo la ciencia psicológica podría aclarar si se encuentra aquí el origen de la melancolía de Ulrich, de su tendencia a la huida, al donjuanismo amoroso y a ese Reino Milenario que como utopía cruza la novela de su vida.
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