El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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sábado, 5 de mayo de 2012

Contexto histórico-cultural y filosófico de Nietzsche


Friedrich Nietzsche (1844-1900)
    La obra de Friedrich Nietzsche se enmarca en un período crucial de la cultura europea, que es la segunda mitad del siglo XIX, época especialmente agitada en Alemania, que está unificándose gracias a la política de Bismarck. Esta unificación se acelera tras la victoria sobre el ejército francés de Luis Napoleón, en 1870, en la Guerra Franco-Prusiana (donde Nietzsche participó como camillero), y será el origen del desarrollo económico del país, así como de toda una serie de reformas políticas y sociales que acaban en un cierto enfrentamiento entre el Estado eficiente y el individuo.

   Culturalmente, este final del XIX es en general una época de contrastes: el desarrollo técnico y científico, positivista, enfrentado a las reivindicaciones culturales y artísticas del individualismo (por ejemplo, el simbolismo); la revolución tecnológica e industrial frente a los movimientos sociales; la extensión del espíritu científico frente a la filosofía irracionalista que arranca  tras el periodo ilustrado que representa Kant.
   
   El irracionalismo se puede decir que comienza con el idealismo alemán, con Hegel al frente, quien da entrada a la intuición como poder principal del pensamiento y requebraja la idea de una razón puramente deductiva; pero es sobre todo Arthur Schopenhauer (1788-1860) quien se instala plenamente en él con su noción de Voluntad como elemento nouménico del ser humano y de la naturaleza. En esta vía irracionalista se situará también Nietzsche, así como, más tarde, Sigmund Freud (1856-1939) y su noción de inconsciente.

Lou Salome, Paul Ree y F. Nietzsche
   Friedrich Nietzsche siempre destacó su ascendencia aristocrática y polaca por parte de padre (que murió cuando él tenía cinco años), y renegó de sus orígenes propiamente alemanes encarnados por su madre y su hermana. Su vida está marcada por la pasión hacia la lengua y la cultura griega, en primer lugar, y por el gusto por la música y la poesía. Heráclito y Wagner son sus espíritus más afines. La asimilación de su filosofía con el nazismo y el antisemitismo no puede estar más errada históricamente, pues toda su obra, simplificada hasta la caricatura en el nacionalsocialismo, huye del germanismo nacionalista, del belicismo físico (que no de la contienda de ideas) y la violencia. Su crítica al judaísmo es de tipo ideológico y metafísico, y nunca justificaría la triste masacre del holocausto. Otro tópico y un malentendido es su actitud machista ante las mujeres, pues basta leer algunos pasajes de La gaya ciencia (1882) o recordar su relación con Lou Andreas Salome para desmentirlo. El extremismo nietzscheano nunca traspasa el terreno metafórico, y del símbolo y la ambigüedad literaria a la caricatura sólo hay un paso que se ha dado a menudo con el atrevimiento de la ignorancia, por ejemplo cuando se equipara la idea de “superhombre” con una imagen de cómic, ignorando el sentido de transformación espiritual que implica, y que su representación más ajustada sería la de un niño.

   La obra de Nietzsche se suele dividir en cuatro etapas, tal y como ha propuesto uno de sus mejores intérpretes, Eugen Fink:
1.- Periodo romántico. Filosofía de la noche. Es una etapa de formación y gran interés por la cultura helenística, coincidiendo con su etapa de profesor en Basilea, al que corresponde su primera gran obra, El nacimiento de la tragedia (1872). En ella desarrolla la simbólica oposición de lo apolíneo frente a lo dionisíaco, dos categorías que expresan el sentido estético de su filosofía al tiempo que sus primeras críticas a la decadencia filosófica que a sus ojos representa la figura de Sócrates y su exclusiva atención al concepto (lo apolíneo) frente a la tradición trágica que unía ambos conceptos para comprender la vida.
2.- Periodo positivista o ilustrado. Filosofía de la mañana. Representa el momento ilustrado de Nietzsche, al menos en cuanto la lectura de Voltaire, y el interés por la historia van ocupando el lugar de la inicial fascinación ante la obra de Schopenhauer. Escribe Humano, demasiado humano (1879-1879), Aurora (1881) y La gaya ciencia (1882).
3.- Periodo del mensaje de Zaratustra. Filosofía del mediodía. Alude a su obra principal, Así habló Zaratustra (1883), en la que formula el nihilismo que sigue a la muerte de Dios (ocaso de las ideas filosóficas y religiosas propias de la tradición occidental), la doctrina del superhombre y su “transvaloración de los valores”, así como la voluntad de poder y las consecuencias de la doctrina del eterno retorno.
4.- Periodo crítico. Filosofía del atardecer. Comprende sus últimas obras, donde se radicaliza el tono de crítica a la cultura occidental en obras como Más allá del bien y del mal (1886), Genealogía de la moral (1887), su autobiografía intelectual Ecce Homo (1888) y el libro que nos ocupa, Crepúsculo de los ídolos (1889).

   Como la mayoría de las obras publicadas por Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos fue editada de su propio bolsillo, en una tirada muy reducida. Al igual que el resto de sus escritos pasó desapercibida. El autor enmudecería definitivamente poco después de escribirla, víctima de una enfermedad mental, con sólo 44 años. Se trata de una obra en la que se condensan buena parte de las posiciones finales de su pensamiento. En el aspecto formal recoge la variedad de estilos y formas que son tan características de Nietzsche: la sentencia, el aforismo y el fragmento, el breve ensayo, la crítica puntual de autores y obras, las digresiones de tipo biográfico, junto con otros textos más unitarios y desarrollados, como el que dedica a “El problema de Sócrates”. En “La ‘razón’ en la filosofía” encontramos ricamente formulada su crítica a la historia de la filosofía desde Sócrates a Kant, a los engaños del lenguaje y en concreto los del lenguaje filosófico y sus conceptos abstractos (Dios, ser, esencia, causa, etc.) fruto de una voluntad nihilista de eliminación de la vida que encubre valoraciones de tipo moral y religioso. Expresa aquí de un modo especialmente claro cómo su propio pensamiento es una inversión de esta tradición, cómo persigue rehabilitar aquello que ha sido perennemente descuidado en ella: la vida, el cuerpo, los sentidos, favoreciendo así la renovación de esa “razón”, que no será la misma a ojos de la filosofía del siglo XX, y ello gracias a su empeño.

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