Friedrich Nietzsche (1844-1900) |
La obra de Friedrich Nietzsche se enmarca en un período
crucial de la cultura europea, que es la segunda mitad del siglo XIX, época
especialmente agitada en Alemania, que está unificándose gracias a la política
de Bismarck. Esta unificación se acelera tras la victoria sobre el ejército
francés de Luis Napoleón, en 1870, en la Guerra Franco-Prusiana (donde Nietzsche
participó como camillero), y será el origen del desarrollo económico del país,
así como de toda una serie de reformas políticas y sociales que acaban en un
cierto enfrentamiento entre el Estado eficiente y el individuo.
Culturalmente, este final del XIX es en general una época de
contrastes: el desarrollo técnico y científico, positivista, enfrentado a las
reivindicaciones culturales y artísticas del individualismo (por ejemplo, el
simbolismo); la revolución tecnológica e industrial frente a los movimientos
sociales; la extensión del espíritu científico frente a la filosofía
irracionalista que arranca tras el
periodo ilustrado que representa Kant.
El irracionalismo se puede decir que comienza con el idealismo alemán, con Hegel al frente, quien da entrada a la intuición como poder principal del pensamiento y requebraja la idea de una razón puramente deductiva; pero es sobre todo Arthur Schopenhauer (1788-1860) quien se instala plenamente en él con su noción de Voluntad como elemento nouménico del ser humano y de la naturaleza. En esta vía irracionalista se situará también Nietzsche, así como, más tarde, Sigmund Freud (1856-1939) y su noción de inconsciente.
Lou Salome, Paul Ree y F. Nietzsche |
Friedrich Nietzsche siempre destacó su ascendencia aristocrática y
polaca por parte de padre (que murió cuando él tenía cinco años), y renegó de
sus orígenes propiamente alemanes encarnados por su madre y su hermana. Su vida
está marcada por la pasión hacia la lengua y la cultura griega, en primer
lugar, y por el gusto por la música y la poesía. Heráclito y Wagner son sus
espíritus más afines. La asimilación de su filosofía con el nazismo y el
antisemitismo no puede estar más errada históricamente, pues toda su obra, simplificada
hasta la caricatura en el nacionalsocialismo, huye del germanismo nacionalista,
del belicismo físico (que no de la contienda de ideas) y la violencia. Su
crítica al judaísmo es de tipo ideológico y metafísico, y nunca justificaría la
triste masacre del holocausto. Otro tópico y un malentendido es su actitud machista
ante las mujeres, pues basta leer algunos pasajes de La gaya ciencia
(1882) o recordar su relación con Lou Andreas Salome para desmentirlo. El
extremismo nietzscheano nunca traspasa el terreno metafórico, y del símbolo y
la ambigüedad literaria a la caricatura sólo hay un paso que se ha dado a
menudo con el atrevimiento de la ignorancia, por ejemplo cuando se equipara la
idea de “superhombre” con una imagen de cómic, ignorando el sentido de
transformación espiritual que implica, y que su representación más
ajustada sería la de un niño.
La obra de Nietzsche se suele dividir en cuatro etapas, tal y como ha propuesto uno
de sus mejores intérpretes, Eugen Fink:
1.- Periodo romántico. Filosofía de la noche. Es una etapa de
formación y gran interés por la cultura helenística, coincidiendo con su etapa
de profesor en Basilea, al que corresponde su primera gran obra, El
nacimiento de la tragedia (1872). En ella desarrolla la simbólica oposición
de lo apolíneo frente a lo dionisíaco, dos categorías que expresan el sentido
estético de su filosofía al tiempo que sus primeras críticas a la decadencia
filosófica que a sus ojos representa la figura de Sócrates y su exclusiva
atención al concepto (lo apolíneo) frente a la tradición trágica que unía ambos
conceptos para comprender la vida.
2.- Periodo positivista o ilustrado. Filosofía de la mañana.
Representa el momento ilustrado de Nietzsche, al menos en cuanto la lectura de
Voltaire, y el interés por la historia van ocupando el lugar de la inicial
fascinación ante la obra de Schopenhauer. Escribe Humano, demasiado humano
(1879-1879), Aurora (1881) y La gaya ciencia (1882).
3.- Periodo del mensaje de Zaratustra. Filosofía del mediodía.
Alude a su obra principal, Así habló Zaratustra (1883), en la que
formula el nihilismo que sigue a la muerte de Dios (ocaso de las ideas
filosóficas y religiosas propias de la tradición occidental), la doctrina del
superhombre y su “transvaloración de los valores”, así como la voluntad de
poder y las consecuencias de la doctrina del eterno retorno.
4.- Periodo crítico. Filosofía del atardecer. Comprende sus
últimas obras, donde se radicaliza el tono de crítica a la cultura occidental
en obras como Más allá del bien y del mal (1886), Genealogía de la
moral (1887), su autobiografía intelectual Ecce Homo (1888) y el
libro que nos ocupa, Crepúsculo de los ídolos (1889).
Como la mayoría de las obras publicadas por Nietzsche, Crepúsculo de
los ídolos fue editada de su propio bolsillo, en una tirada muy reducida.
Al igual que el resto de sus escritos pasó desapercibida. El autor enmudecería definitivamente poco después de escribirla, víctima de una enfermedad mental, con sólo 44 años. Se trata de una
obra en la que se condensan buena parte de las posiciones finales de su
pensamiento. En el aspecto formal recoge
la variedad de estilos y formas que son tan características de Nietzsche: la
sentencia, el aforismo y el fragmento, el breve ensayo, la crítica puntual de
autores y obras, las digresiones de tipo biográfico, junto con otros textos más
unitarios y desarrollados, como el que dedica a “El problema de Sócrates”. En
“La ‘razón’ en la filosofía” encontramos ricamente formulada su crítica a la
historia de la filosofía desde Sócrates a Kant, a los engaños del lenguaje y en
concreto los del lenguaje filosófico y sus conceptos abstractos (Dios, ser,
esencia, causa, etc.) fruto de una voluntad nihilista de eliminación de la vida
que encubre valoraciones de tipo moral y religioso. Expresa aquí de un modo
especialmente claro cómo su propio pensamiento es una inversión de esta
tradición, cómo persigue rehabilitar aquello que ha sido perennemente
descuidado en ella: la vida, el cuerpo, los sentidos, favoreciendo así la
renovación de esa “razón”, que no será la misma a ojos de la
filosofía del siglo XX, y ello gracias a su empeño.
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