En el mismo comienzo
del Génesis está escrito que Dios creó al hombre para confiarle el dominio
sobre los pájaros, los peces y los animales. Claro que el Génesis fue escrito
por un hombre y no por un caballo. No hay seguridad alguna de que Dios haya
confiado efectivamente al hombre el dominio de otros seres. Más bien parece que
el hombre inventó a Dios para convertir en sagrado el dominio sobre la vaca y
el caballo, que había usurpado. Sí, el derecho a matar un ciervo o una vaca es
lo único en lo que la humanidad coincide fraternalmente, incluso en medio de
las guerras más sangrientas.
Ese derecho nos
parece evidente porque somos nosotros los que nos encontramos en la cima de esa
jerarquía. Pero bastaría con que entrara en el juego un tercero, por ejemplo un
visitante de otro planeta al que Dios le hubiese dicho: «Dominarás a los seres
de todas las demás estrellas», y toda la evidencia del Génesis se volvería de
pronto problemática. Es posible que el
hombre uncido a un carro por un marciano, eventualmente asado a la parrilla por
un ser de la Vía Láctea, recuerde entonces la chuleta de ternera que estaba
acostumbrado a trocear en su plato y le pida disculpas (¡tarde!) a la vaca. (...)
No hay nada más
conmovedor que las vacas cuando juegan. Teresa las mira con simpatía y piensa
(es una idea recurrente desde hace ya dos años) que la humanidad vive a costa
de las vacas, del mismo modo en que la tenia vive a costa del hombre: se ha enganchado
a su teta como una sanguijuela. El hombre es un parásito de la vaca, así
definiría probablemente un no-hombre al hombre en su zoología.
Podemos
considerar esta definición como una simple broma y reírnos amablemente de ella.
Pero cuando Teresa se ocupa seriamente de ella, se encuentra en una situación
comprometida: sus ideas son peligrosas y la alejan de la humanidad. Ya en el
Génesis, Dios le confió al hombre el dominio sobre animales, pero esto podemos
entenderlo en el sentido de que sólo le cedió ese dominio. El hombre no
era el propietario, sino un administrador del planeta que, algún día, debería
rendir cuentas de esa administración. Descartes dio un paso decisivo: hizo del
hombre el «señor y propietario de la naturaleza». Pero existe sin duda cierta profunda
coincidencia en que haya sido precisamente él quien negó definitivamente que
los animales tuvieran alma: el hombre es el propietario y el señor mientras que
el animal, dice Descartes, es sólo un autómata, una máquina viviente, «machina
animata». Si el animal se queja, no se trata de un quejido, es el chirrido de
un mecanismo que funciona mal. Cuando chirría la rueda de un carro, no
significa que el eje sufra, sino que no está engrasado. Del mismo modo hemos de
entender el llanto de un animal y no entristecernos cuando en un laboratorio
experimentan con un perro y lo trocean vivo. (...)
Nietzsche sale de su hotel en Turín. Ve frente a él un caballo y al cochero que lo castiga con el látigo. Nietzsche va hacia el
caballo y, ante los ojos del cochero, se abraza a su cuello y llora.
Esto sucedió en 1889,
cuando Nietzsche se había alejado ya de la gente. Dicho de otro modo: fue
precisamente entonces cuando apareció su enfermedad mental. Pero precisamente
por eso me parece que su gesto tiene un sentido más amplio. Nietzsche fue a
pedirle disculpas al caballo por Descartes. Su locura (es decir, su ruptura con
la humanidad) empieza en el momento en que llora por el caballo.
Y ése es el Nietzsche
al que yo quiero.
Milan Kundera: La insoportable levedad del ser. Barcelona: Tusquets, 1985, pp. 291-296.
La verdadera bondad
del hombre sólo puede manifestarse con absoluta limpieza y libertad en relación
con quien no representa fuerza alguna. La verdadera prueba de la moralidad de
la humanidad, la más honda (situada a tal profundidad que escapa a nuestra percepción),
radica en su relación con aquellos que están a su merced: los animales.
Milan Kundera
1 comentario:
Lo consideraban loco en el momento que lloro por el caballo, cuando es en ese instante el humano mas cuerdo que dios haya intentado crear
Publicar un comentario