Su cuerpo está hecho de tal manera que hasta un mal dibujante lo
dibujaría mejor a oscuras y, si estuviera en su poder modificarlo, daría
menos relieve a algunas de sus partes. Con su salud, que dista mucho de
ser óptima, este hombre diría que ha estado casi siempre contento;
posee el don de aprovechar debidamente sus días de buena salud. Su
imaginación, que es su más fiel compañera, jamás lo abandona. Él se
instala detrás de la ventana, la cabeza apoyada en ambas manos, y
mientras quienes pasan a su lado sólo ven un personaje cabizbajo y
melancólico, él suele confesarse en silencio que, una vez más, se ha
entregado a divagaciones muy placenteras. No tiene más que unos pocos
amigos; a decir verdad, su corazón está siempre abierto a uno solo,
presente, y a varios ausentes; su afabilidad hace que muchos lo crean
amigo suyo, y lo cierto es que él los sirve también por ambición y amor
al prójimo, mas no por ese impulso que lo lleva a servir a sus amigos de
verdad. Ha amado tan sólo una o dos veces; la primera, con un amor no
desgraciado, la segunda, con uno muy feliz; conquistó un buen corazón únicamente a
fuerza de jovialidad y de ligereza, y aunque ahora suele olvidar ambas
cosas, siempre venerará la jovialidad y la ligereza como los atributos
espirituales que le han deparado las horas más placenteras de su vida. Y
si tuviera la posibilidad de volver a elegir un alma y una vida, no sé
si elegiría otras de poder recuperar una vez más las suyas. Ya en su
adolescencia pensaba muy libremente sobre la religión, aunque nunca ha
considerado un honor ser un librepensador, ni tampoco creer sin
excepción en todo. Es capaz de rezar con fervor, y nunca ha podido leer
el salmo 90 sin que lo embargara un sentimiento sublime e
indescriptible. "Antes de ser engendrados los montes" etcétera, significa para él infinitamente más que "Canta, alma inmortal", etcétera. No sabe qué odia más, si a los jóvenes oficiales o a los jóvenes
predicadores, con ninguno de los cuales podría vivir mucho tiempo. Su
cuerpo y su indumentaria raramente han sido aptos, y sus
convicciones raramente... suficientes para las reuniones sociales.
Espera no pasar nunca de tres platos al mediodía y dos por la noche, con
un poco de vino, ni quedarse por debajo de algunas patatas, manzanas y
algo de pan y también de vino diario: en ambos casos se sentiría
infeliz. Ha caído enfermo siempre que ha vivido unos días fuera de estos
límites. Leer y escribir son para él ocupaciones tan necesarias como
comer y beber, y espera que jamás le falten libros. En la muerte piensa a
menudo y nunca con horror; le gustaría poder pensar en todo con tanta
serenidad y espera que algún día su Creador le reclame dulcemente una
vida de la que él no fue un propietario demasiado avaro, aunque tampoco
dilapidador.
Georg Christoph Lichtenberg: Aforismos. pp. 62-63 (B 81). Trad. Juan José del Solar
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