Los artistas empezaron demostrando su habilidad siguiendo las consignas de Prometeo, capaz junto con su hermano Epimeteo de amasar y dar vida a la raza humana, y de Hefestos, que para desplazarse se apoyaba sobre dos fuertes muchachas esculpidas en oro, inteligentes y con voz, según cuenta Homero. Antes de que este arte pasara a los humanos, Pigmalión esculpió a la bella Galatea, quien llegó a ser su esposa por gracia de Afrodita, quien concedió vida al marfil y hasta asistió a la boda; por su parte, Dédalo fue tan experto en el arte de la escultura que erigió en Pisa una estatua a Heracles que engañó por la noche al propio héroe, quien le tiró una piedra. Dédalo construyó igualmente una vaca hueca donde Pasífae se introdujo para saciar su pasión por el toro que rondaba Creta por mandato de Posidón (y de cuya unión nació Minotauro). Los filósofos confirman que incluso llegó a construir estatuas capaces de movimiento, tal y como recoge Platón implícitamente al usar la imagen para criticar las verdades que salen corriendo y no son estables (como estatuas de Dédalo que, “si no están sujetas, huyen y andan vagabundeando, mientras que si lo están, permanecen”); y Aristóteles, en su opúsculo sobre el alma y su relación con el cuerpo, recoge la idea a este respecto de Demócrito, semejante a las del comediógrafo Filipo (para quien la estatua en madera de Afrodita, construida por Dédalo, adquirió movimiento al verter sobre ella plata viva) a fin de dudar de la teoría platónica del alma, la cual, en la misma línea de las anteriores, se obstina en suponer que hay una impresión del movimiento del alma al cuerpo. Aquí, como en otras ocasiones, la disputa sobre las estatuas que toman vida indica la brecha entre el maestro de las Ideas y el alumno científico.
Ernest Normand: Pigmalión y Galatea |
Referencias:
Homero: Ilíada, XVIII; Platón: Protágoras, 320c–322d; Ovidio: Metamorfosis, X, 243-297; Apolodoro: Biblioteca, II, 6, 3; III, 1, 4; Platón: Menón, 97d; Aristóteles: Acerca del alma, 406b; Ernst Kris y Otto Kurz: La leyenda del artista (1934), Madrid: Cátedra, 2002, pp. 66-70
2 comentarios:
Esto me recuerda una película antigua, Blade Runer creo que era, en la que los androides eran casi como los hombres y al final uno se preguntaba si los androides en el fondo no somos nosotros.
Me gusta este blog, aunque no lo entiendo del todo, es interesante
Me gusta que te guste el blog, te pongo una epifanía de Blade Runner. Salud.
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