Sócrates, el introductor de la conciencia moral, decía recibir “indicaciones” de “algo divino y demoníaco” referidas a lo que tenía que dejar de hacer. Encontramos aquí una advertencia negativa de tipo sobrenatural unida al consentimiento personal, en todo caso hay reconocimiento de una ambigüedad, y por eso ni la conjunción platónica en la Apología (“divino y demoníaco”) ni la asimilación de dioses y demonios por parte de Jenofonte en el arranque de sus Recuerdos debe confundirnos a la hora de ver la novedad de este demonio o demon socrático que se sitúa a medio camino del mandato celeste y del consentimiento propio, entre el cielo y la tierra, entre la razón y la emoción. Al admitir el concurso de una imposición ante su voluntad que le sugiere consentimiento, lo demónico parece tener la función de indicar furtivamente una oposición puntual a algo que se podría hacer pero que no debe hacerse (por ejemplo, no se opone a que se encamine al Tribunal para escuchar su sentencia de muerte, tal vez porque la muerte no sea algo malo, concluye convencido Sócrates). En otros momentos, Sócrates se refiere a su demon como una fuente de perplejidad y llamada a la actividad del diálogo y la reflexión. En efecto, se advierte en la Apología que la ocupación o “trabajo” socrático, el examen filosófico, le ha sido encomendado mediante oráculos, sueños “y todos los demás medios con los que alguna vez alguien, de condición divina, ordenó a un hombre hacer algo”. Hay bastantes referencias por parte de sus discípulos a esos raptos de meditación, intervenciones demoníacas, en que al parecer se sumía Sócrates, siendo por lo demás un hombre metódico y ponderado. Así pues, “lo demónico” en Sócrates puede considerarse una invitación a la práctica de la filosofía, como afirma el bello opúsculo de Apuleyo sobre este tema: “El culto de su demon particular, culto que no es otra cosa que la sagrada dedicación a la filosofía”.
Aristóteles, nuestro último acompañante en este recorrido por los demonios griegos, dirá por su parte que suerte y felicidad no pueden mantener una relación de causa y efecto. El sentido de la eudaimonía aristotélica no responde completamente ni a la “buena suerte” ni a la literal “inspiración de algún ser demoníaco” o simple “participación de un elemento divino” en nuestra naturaleza, sino que ha de conjugar tales condiciones con lo propio del ser humano, su razón y su voluntad. La eudaimonía no es ya fruto de una inspiración demónica o de la suerte, y aun viéndose condicionada, es un poder capaz de beneficiarse o de sobreponerse a ella. La Ética no depende de un golpe de suerte, la suerte la construye un buen carácter. Prevalece la racionalidad y el buen sentido, ya que está en juego la sana coherencia de un ser que se descubre múltiple y uno, contingente y a la merced de todo, pero también capaz de hacer mediante el poder de su razón y su voluntad una vida auténtica.
Referencias:
Referencias:
Platón: Apología de Sócrates, 31d, 33c.
Jenofonte: Memorabilia, I, 3.
Apuleyo, “Sobre el demon de Sócrates”, en Tratados filosóficos, México: UNAM, 1968, pág. 20.
Aristóteles: Ética eudemia, I, 1, 1214a y I, 7; Ética nicomáquea, I, 9-10.
5 comentarios:
Curiosamente en informática un daemon es un programa que funciona en segundo plano de manera continua. Puede estar dormido hasta que se dan determinadas circunstancias que hacen que se active, sin que el usuario lo controle directamente.
Es tan independiente que incluso se reinicia si lo detienes.
Se supone que está ahí para prestarte un servicio, pero lo cierto es que también consume tiempo de procesador y espacio en memoria y disco.
Interesante y nada casual analogía ¿no te parece? O quizás sólo una chorrada, pero no he podido resistirme a contartela...
Sí que está curioso el parecido, porque nuestro demonio nos acompaña según los griegos hasta la muerte, y entonces guía al alma hacia la otra vida.
Me dice mi hijo (con quien comento algunas cosas de este blog) que en la trilogía La materia oscura, aparece otra personificación de los daemon en forma de animalillos. Y es que como yo le digo, todo está en los clásicos.
Por cierto, Benito, la otra vida para los griegos era algo parecido a lo que para nosotros es el infierno según tengo entendido. ¿Era realmente así? ¿En qué momento el cristianismo adoptó esa idea de hacer el bien para tener una mejor segunda vida?¿Es éste concepto de herencia judaica o egipcia?.
No tan caliente como nuestro infierno, pero al parecer un lugar inhóspito en el que vagan las almas de los muertos, al menos como lo retrata Homero en el Canto XI de la Odidea, donde el alma de Aquiles le confiesa a Odiseo lo siguiente: "Preferiría ser un bracero y ser siervo de cualquiera, de un hombre miserable de escasa fortuna, a reinar sobre todos los muertos extinguidos".
Con los pitagóricos y luego con Platón se introduce la idea de la reencarnación del alma y una posible mejora en las sucesivas vidas, dependiendo de las acciones realizadas en las vidas previas.
Publicar un comentario