F. W. J. Schelling (1775-1854) |
La formulación más fuerte de esa ansia de Absoluto (tan propia del Romanticismo) expresada a través del arte se encuentra en Schelling, quien en su Sistema del idealismo trascendental (1800) distingue en el saber los elementos subjetivos del yo (lo consciente) y los objetivos de la naturaleza (lo no consciente). Se podría partir de unos para llegar a los otros o a la inversa, en un caso seríamos nosotros quienes dirigimos las representaciones de los objetos, en el segundo serían los objetos quienes dirigirían nuestras representaciones. Para superar esta contradicción y conciliar lo consciente y lo no consciente, Schelling elabora su Sistema, donde la intuición intelectual alcanza el privilegio de ser el único tipo de conocimiento adecuado al yo entendido como actividad, y no como simple objeto, pues el yo es un conocer que se produce a sí mismo, “una continua intuición intelectual”. La disolución de la contradicción anterior se alcanza en la última parte del tratado, donde se llama producto artístico a esta unión de lo que estaba separado en la filosofía kantiana (intuición y entendimiento).
El arte empieza siendo producto de una creación consciente; pero acaba siendo algo no consciente, al contrario de cuanto hay en la naturaleza. La actividad consciente y la inconsciente, la libertad y la naturaleza, no pueden encontrarse en el yo hasta que el yo no se hace consciente de su actividad productiva: el yo llegará a su unificación mediante el genio artístico. El arte es el buscado punto de llegada del Sistema. En este momento, la intuición intelectual formulada por el filósofo al principio de su teoría, que parecía un contrasentido, o en todo caso una hipótesis escondida para la mayoría de los hombres, se revela como algo existente en cuanto “la intuición estética es la intuición intelectual hecha objetiva”. El poder productivo del arte borra el contraste entre objetividad y subjetividad, es el poder del yo que produce, es, en suma, la facultad poética.
En el Sistema del Idealismo trascendental de Schelling, el arte acaba acaparando el estatuto superior de verdadero órgano de la filosofía. Mediante el arte se hace posible el conocimiento supremo, el acceso al absoluto que es el objetivo de la filosofía. Mientras que la filosofía sólo parece abrir la verdad al filósofo, el arte tiene el poder de tocar al hombre entero y de situarse en ese santuario donde permanece unido lo que en la naturaleza y en la historia está separado.
He aquí un rasgo fundamental del primer romanticismo alemán, la consideración del arte como conocimiento y como conocimiento de rango superior. Otras posiciones defendieron que el arte es conocimiento, pero no supremo, por ejemplo en la estética idealista de Hegel, o que es algo supremo pero no conocimiento, como ocurre en el esteticismo (que no reconoce ninguna exigencia de verdad). Sólo este romanticismo primero de Schelling formula la idea de que el arte no sólo es conocimiento sino Gnoseología superior. Sólo en la vertiente inglesa encontramos una posición semejante a la de Schelling, por ejemplo en Percy B. Shelley, quien en su Defensa de la poesía (1821), y en polémica contra T. L. Peacock, defiende a la poesía de quienes predicen su muerte por la preeminencia de las ciencias y las técnicas, afirmando que la poesía es el saber supremo, la quintaesencia de cualquier otro saber; aquello que comprende todas las ciencias y a lo que deben ser reconducidas todas las ciencias. Este privilegio del arte reconocido previamente por Schelling en su Sistema ha continuado de este modo, intermitentemente, hasta nuestros días.
El arte empieza siendo producto de una creación consciente; pero acaba siendo algo no consciente, al contrario de cuanto hay en la naturaleza. La actividad consciente y la inconsciente, la libertad y la naturaleza, no pueden encontrarse en el yo hasta que el yo no se hace consciente de su actividad productiva: el yo llegará a su unificación mediante el genio artístico. El arte es el buscado punto de llegada del Sistema. En este momento, la intuición intelectual formulada por el filósofo al principio de su teoría, que parecía un contrasentido, o en todo caso una hipótesis escondida para la mayoría de los hombres, se revela como algo existente en cuanto “la intuición estética es la intuición intelectual hecha objetiva”. El poder productivo del arte borra el contraste entre objetividad y subjetividad, es el poder del yo que produce, es, en suma, la facultad poética.
En el Sistema del Idealismo trascendental de Schelling, el arte acaba acaparando el estatuto superior de verdadero órgano de la filosofía. Mediante el arte se hace posible el conocimiento supremo, el acceso al absoluto que es el objetivo de la filosofía. Mientras que la filosofía sólo parece abrir la verdad al filósofo, el arte tiene el poder de tocar al hombre entero y de situarse en ese santuario donde permanece unido lo que en la naturaleza y en la historia está separado.
He aquí un rasgo fundamental del primer romanticismo alemán, la consideración del arte como conocimiento y como conocimiento de rango superior. Otras posiciones defendieron que el arte es conocimiento, pero no supremo, por ejemplo en la estética idealista de Hegel, o que es algo supremo pero no conocimiento, como ocurre en el esteticismo (que no reconoce ninguna exigencia de verdad). Sólo este romanticismo primero de Schelling formula la idea de que el arte no sólo es conocimiento sino Gnoseología superior. Sólo en la vertiente inglesa encontramos una posición semejante a la de Schelling, por ejemplo en Percy B. Shelley, quien en su Defensa de la poesía (1821), y en polémica contra T. L. Peacock, defiende a la poesía de quienes predicen su muerte por la preeminencia de las ciencias y las técnicas, afirmando que la poesía es el saber supremo, la quintaesencia de cualquier otro saber; aquello que comprende todas las ciencias y a lo que deben ser reconducidas todas las ciencias. Este privilegio del arte reconocido previamente por Schelling en su Sistema ha continuado de este modo, intermitentemente, hasta nuestros días.
Resumen de:
Paolo D’Angelo: La estética del romanticismo. Madrid: Visor (La Balsa de la Medusa / Léxico de Estética), 1999.
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