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Heráclito, según Rafael Sanzio |
Heráclito de Éfeso fue llamado el Oscuro por sus contemporáneos, seguramente debido a la dificultad de entender sus fragmentos o, como es muy probable, asertos con carácter de máxima o sentencias de sabiduría última (es de suponer que su conversación tampoco sería cristalina). En línea con esta oscuridad, ha propiciado tanto una admiración y un placer interpretativo sin igual como un rechazo lleno de reservas o total. Platón se suma a estos últimos cuando asegura que enfrentarse a los de Éfeso implica correr algunos riesgos, porque “si le haces una pregunta a uno, te dispara un aforismo enigmático, como si fuera una flecha que hubiera extraído de su carcaj, y si quieres que te dé una explicación de lo que ha dicho, te alcanzará con una nueva expresión en la que habrá invertido totalmente el sentido de las palabras” (Teeteto, 180a). Desde luego, Platón no es amigo de esa "brevilocuencia lacónica” (Protágoras, 343c) tan propia de los Sabios de la antigüedad y del enigmático Heráclito, por la que aparecen unas veces como iluminados y otras como irritantes difusores de meras ambigüedades o contradicciones. Una vez de acuerdo con Guthrie en que no hay dos intérpretes de Heráclito que estén de acuerdo, exponer su filosofía implica una buena dosis de voluntarismo por parte del historiador, y el Fuego como arché de la physis, el Logos común a todos los hombres y en el fondo de la Naturaleza, el papel de los sentidos en la Filosofía, el fluir de la Naturaleza, la dialéctica de contrarios y el carácter o el destino son ideas que se adaptan sin dificultad a los intereses de cada expositor.
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Heráclito (ca. 535-484 a. C.) |
Cuando le mostraron el libro de Heráclito a Sócrates y le preguntaron qué le había parecido, Sócrates contestó: "Lo que he entendido, excelente. Y creo que también lo será lo que no he entendido. Pero es que requiere un buceador de Delos." Así lo cuenta el gran Diógenes Laercio en sus
Vidas de los Filósofos Ilustres (Libro II, 22), quien dedica al propio Heráclito los primeros capítulos del Libro IX, destacando que era un hombre airado, que recomendaba con altanería huir de la desmesura y que se enfrentó repetidas veces a sus conciudadanos, rechazando la redacción de leyes para la ciudad por considerarla ya perdida por un régimen depravado. Misántropo, terminó sus días viviendo en el monte, alimentándose de hierbas y verduras. Al enfermar de hidropesía bajó a la ciudad y a los médicos preguntaba, en su estilo, si serían capaces de obtener sequedad a partir de un exceso de agua. Finalmente optó por un remedio propio, hundirse en estiércol de buey para acelerar el secado de su cuerpo, y así fue como propició su muerte, por asfixia. Hay quien apunta que después de muerto fue devorado por los perros.
4 comentarios:
Realmente un gran filosofo para terminar siendo un rico y deliciosa festín de los perros, es una verdadera pena
A él le dió igual eso que una tumba de oro y joya...
Uhm, y si hubiera podido opinar seguramente hubiera preferido los perros... :)
¿Que mejor tumba para un filosofo que entre heces y mandíbulas de perros? ¿Acaso arder o ser pasto de los gusanos es mejor opción? Seguro que de haber vivido hoy día se habría metido una pistola en la boca. Jajajaja :)
anasheeeeeeeeeeeeeeeeee
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