El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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sábado, 24 de noviembre de 2012

Una ambigüedad desvelada

    Fue un estudiante de literatura, William Empson (Siete Clases de Ambigüedad, 1930), quien por primera vez planteó el análisis ordenado de la ambigüedad en la literatura. La ambigüedad es el magma del lenguaje metafórico quien por su parte se opone al lenguaje científico, construido necesariamente sobre leyes lógicas y fiel al principio de no-contradicción. Tal y como las paradojas en el terreno de las ideas, la ambigüedad introduce la confluencia de varios sentidos o interpretaciones sobre un mismo texto o situación. La Filosofía se ha enfrentado casi desde el principio a paradojas como la del cretense o las de Zenón de Elea; las paradojas eran consideradas armas de sofistas y escépticos, y se las combatía confrontándolas con los principios básicos de la lógica. Sin embargo, la ambigüedad es un camino practicado por la ironía socrática, el ingenio cervantino, los deslices de sentido, chistes y juegos de palabras de Lewis Carroll, Franz Kafka o Henry James, quien es famoso por sus reticencias a decir con claridad lo que no quiere decir sino ambiguamente. Un ejemplo supremo de ambigüedad encontramos en Otra vuelta de tuerca (1898), su más famoso relato de fantasmas (esos seres tan claramente ambiguos), en el que nos deja aposta con la duda sobre si los niños pervierten o son pervertidos, si los fantasmas se presentan a los ojos de los niños o de la institutriz. En el inigualable desenlace de la novela deja descansar todo el peso de la ambigüedad en la siguiente escena (destacamos con negrita el momento cumbre):

“It’s he?”
I was so determined to have all my proof that I flashed into ice to challenge him. “Whom do you mean by ‘he’?”
“Peter Quint —you devil!” His face gave again, round the room, its convulsed supplication. “Where?”

Ilustración de Miguel Navia
   Se trata de un “diálogo” que podría no ser tal. ¿Responde el niño Miles a la pregunta de la institutriz o reconoce con una exclamación al espectro que acaba de aparecer? La ambigüedad es aún mayor porque “devil” no tiene género en inglés, por lo que su introducción deja todas las puertas abiertas, ¿se refiere llamándola “diablesa” a la institutriz, o al fantasma de Peter Quint tildándolo de “demonio”? He aquí el motivo por el que esta escena nunca podría adaptarse al cine sin tomar partido, ya que si se muestra la imagen de Quint, ya sea de manera objetiva o subjetiva, se estará esclareciendo lo que el autor no quiso dejar claro.

   Ahora analicemos algunas traducciones al español de la frase en negrita, porque las hay de todo tipo: dos son perfectas, porque mantienen la ambigüedad recurriendo a un término masculino aunque en sentido genérico:
       “— ¡Peter Quint! ¡Ah, demonio!” (José Bianco).
       “— ¡Peter Quint…, demonio!” (Soledad Silió).

   Una edición crítica aclara en nota que existe esa ambigüedad, pero su versión no resulta satisfactoria:
       “— ¡A Peter Quint… especie de demonio!” (Juan Antonio Molina Foix).

   La mayoría incurren en interpretación:
       “— ¡A Peter Quint…, diablesa!” (Domingo Santos).
       “— ¡A Peter Quint…, malvada!” (José María Aroca).
       “— ¡A Peter Quint…, malvada! (Sergio Pitol).
       “— ¡A Peter Quint, malvada! (Antoni Desmonts).
       “— ¡A Peter Quint, demonio de mujer!” (José Luis López Muñoz).

   Por último, hay que estar prevenidos contra la más leída por incluirse en una colección juvenil (Anaya / Tus Libros) que nutre a los institutos y ante la que sobran los comentarios:
       —“¿Quién va a ser? —exclamó el muchacho—. ¡Peter Quint! ¡Peter Quint!” (Ramón Buckley).

 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Las dimensiones del Universo

   Gran Explosión o Big Bang se llama desde hace unas décadas al momento inicial de nuestro Universo, aunque en realidad no hubiera aire para transmitir esa explosión. Se habría producido a partir de una concentración pequeñísima de materia, tal vez unos 30 gramos, en el minúsculo espacio de una milmillonésima parte de un protón, y fue hace hace unos 13 o 14.000 millones de años. Se ha llegado a esta teoría a partir de las mediciones del “ruido de fondo" o radiación constante que detectan los radares cósmicos, ya que este ruido sólo puede ser un eco del Big Bang.

   En realidad, más que explosión hubo de ser una súbita expansión, una irradiación que tanto podría haber surgido del repentino aparecer de algo en la nada como de una concentración progresiva de un universo anterior (de ahí las oscilaciones de Stephen Hawking al considerar coherente antes  sí y ahora no la existencia de Dios con la Astrofísica). Eso no podemos saberlo. Sólo se puede hablar de lo que vino después: en un tiempo ridículamente breve, menos de un segundo, se habría formado una extensión de espacio correspondiente al menos a unos 100.000 millones de años luz. No por eso se puede decir que haya bordes o finales en el Universo; según se puede deducir de las teorías de Einstein, el Universo se curva o se alabea, de modo que en un hipotético viaje hacia los confines del Universo acabaríamos en el punto de partida. 

   Siendo estrictos, tampoco se puede hablar de "expansión", lo único que se puede afirmar es que las galaxias se alejan unas de otras, nada más. Por supuesto, tampoco hay un "centro" del Universo.  Lo que sí sabemos es que es enorme, y en él se encuentra nuestro sistema solar y otros muchos millones de sistemas solares. Este sistema solar nuestro es sólo una billonésima parte del espacio disponible, y sus confines ya están más allá del alcance de cualquier nave espacial.


Los planetas del Sistema Solar con su tamaño en proporción

   Para hacernos una idea de las distancias en el Universo, empecemos por aclarar que los mapas no pueden hacerse a una escala proporcional auténtica. A escala, si la Tierra se representara con el tamaño de un guisante, Júpiter habría que colocarlo a 300 metros. El último objeto de nuestro sistema solar es el planetoide Plutón, y desde él al final del sistema aún resta un buen trecho, alrededor de 1 año luz de distancia hasta la Nube de Oort. No hay ninguna posibilidad de que el ser humano alcance ese límite. ¿Y qué hay después del borde de nuestro sistema solar? Pues un grandísimo vacío. Nuestros vecinos más próximos son las tres estrellas de Alfa Centauri, entre ellas, Próxima Centauri se halla a 4,3 años luz, es decir, 5 millones de veces la distancia de la Tierra a la Luna. Y aún estaríamos lejísimos del centro de la Vía Láctea, que es nuestra galaxia.

   Nadie sabe cuántas estrellas hay en la Vía Láctea, tal vez entre 100.000 y 400.000 millones; pero la Vía Láctea es sólo una de los 140.000 millones de galaxias que se postula puede haber en total, cada una con esa capacidad de estrellas. Todo esto son cálculo más que hipotéticos. Nuestra galaxia en todo caso es sólo una entre las 50.000 y 100.000 galaxias más o menos "visibles", cada una de ellas con su lote  correspondiente de 10.000 millones de estrellas como mínimo, y cada una de esas estrellas con sus posibles sistemas planetarios. Así pues, el número de planetas existente en el Universo es, sencillamente, inimaginable. Carl Sagan lo calculó en unos 10.000 millones de billones, lo cual desborda cualquier capacidad del pensamiento e imaginación; pero al mismo tiempo la cantidad de espacio vacío entre estos planetas, sus soles y las galaxias es aún más incalculable, ya que ante todo el Universo es, como decíamos, un inabarcable vacío poblado de minúsculos mundos desde la perspectiva global, aunque enormes desde la nuestra.

   Anclados en este planeta privilegiado de un sistema solar perteneciente a un arrabal de estrellas en los bordes de una galaxia llamada Vía Láctea, una más entre los millones de galaxias que hay, y pensando en esa inmensidad de planetas realmente existente, no dejaremos de plantearnos las preguntas eternas.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Fast Food Nation

Tome una gran extensión de terreno en la frontera con México...


 y llénelo de ganado...


Mucho ganado.


Proporcione trabajo a los inmigrantes ilegales.

  

Matando...


 Desollando...
 


Y troceando las reses...



Separe las entrañas de la carne y el sebo... Pero si se mezcla la carne y las heces, no se preocupe demasiado... Son gajes inevitables del oficio.


 

Clasifique las piezas...

 

Y obtendrá el ingrediente básico de una...


* * * * *


Fast Food Nation (2006) es una película de Richard Linklater basada en el libro


En la oficina de patentes

"Los gemelos Mallifert, separados al nacer, se encuentran accidentalmente",
 por Charles Addams (4 de mayo, 1981)

sábado, 17 de noviembre de 2012

El origen de la guerra

   Observemos, en primer lugar, de qué modo viven los que así se han organizado. ¿Producirán otra cosa que granos, vino, vestimenta y calzado? (...). Se alimentarán con harina de trigo o cebada, tras amasarla y cocerla, servirán ricas tortas y panes sobre juncos o sobre hojas limpias, recostados en lechos formados por hojas desparramadas de nueza y mirto; festejarán ellos y sus hijos bebiendo vino con las cabezas coronadas y cantando himnos a los dioses. Estarán a gusto en compañía y no tendrán hijos por encima de sus recursos, para precaverse de la pobreza o de la guerra.
   Entoces Glaucón tomó la palabra y dijo:
   -Parece que les das festines con pan seco.
   -Es verdad -respondí-: me olvidaba que también tendrán condimentos. Pero es obvio que cocinarán con sal, oliva y queso, y hervirán con cebolla y legumbres como las que se hierven en el campo. Y a manera de postre les serviremos higos, garbanzos y habas, así como bayas de mirto y bellotas que tostarán al fuego, bebiendo moderadamente. De este modo, pasarán la vida en paz y con salud, y será natural que lleguen a la vejez y transmitan a su descendencia una manera de vivir semejante.
   Y él replicó:
   -Si organizaras un Estado de cerdos, Sócrates, ¿les darías de comer otras cosas que ésas?
   -Pero entonces, ¿qué es necesario hacer Glaucón? -inquirí.
   -Lo que se acostumbra -respondió-: que la gente se recueste en camas, pienso, para no sufrir molestias, y coman sobre mesas manjares y postres como los que se dispone actualmente.
   -Ah, ya comprendo -dije- (...). No se trata meramente de examinar cómo nace un Estado, sino también cómo nace un Estado lujoso. Tal vez no esté mal lo que sugieres; pues al estudiar un Estado de esa índole probablemente percibamos cómo echan raíces en los Estados la justicia y la injusticia. A mí me parece que el verdadero Estado -el Estado sano por así decirlo- es el que hemos descrito; pero si vosotros queréis estudiaremos también el Estado afiebrado; nada lo impide. En efecto, para algunos no bastarán las cosas mencionadas (...) Entonces, ¿no será necesario agrandar el Estado? (...) Pero necesitaremos también más servidores. ¿O no te parece que harán falta pedagogos, nodrizas, institutrices, modistas, peluqueros, y a su vez confiteros y cocineros? Y aún necesitaremos porquerizos. Esto no existía en el Estado anterior, pues allí no hacía falta nada de eso, pero en éste será necesario. Y deberá haber otros tipos de ganado en gran cantidad para cubrir la necesidad de comer carne. ¿Estás de acuerdo?
   -¿Cómo no habría de estarlo?
   -Y si llevamos ese régimen de vida habrá mayor necesidad de médicos que antes, ¿verdad?
   -Verdad.
   -Y el territorio que era anteriormente suficiente para alimentar a la gente no será ya suficiente, sino pequeño. ¿No es así?
   -Sí, así.
   -En tal caso deberemos amputar el territorio vecino, si queremos contar con tierra suficiente para pastorear y cultivar; así como nuestros vecinos deberán hacerlo con la nuestra, en cuanto se abandonen a un afán ilimitado de posesión de riquezas, sobrepasando el límite de sus necesidades.
   -Parece forzoso, Sócrates -respondió Glaucón.
   -Después de eso, Glaucón, ¿haremos la guerra? ¿O puede ser de otro modo?
   -No, así.
   -Por ahora no diremos -añadí- si la guerra produce perjuicios o beneficios, sino sólo que hemos descubierto el origen de la guerra: es aquello a partir de lo cual, cuando surge, se producen las mayores calamidades, tanto privadas como públicas.

Platón: República, 372a - 373e

domingo, 4 de noviembre de 2012

El viaje demónico de Chihiro

     En El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001) encontramos una buena ocasión para comprender el nacimiento y el desarrollo de la Ética. En esta película vamos asistiendo, como si pasara ante nuestros ojos en parábola animada, toda una sucesión de escenas que nos llevan en orden cronológico por la Historia de la Ética Griega a la vez que nos internamos en la aventura fantástica de su personaje principal. Sabiéndolo o no, seguramente de manera no premeditada, su director, Hayao Miyazaki, introduce claves que bien podemos relacionar con cuatro siglos de reflexiones morales que nos conducen desde Homero y Hesiodo (ca. s. VIII a. C.) hasta Aristóteles (s. IV a. C.), en un pedagógico canto a la maduración y la adquisición de virtudes como secreto de la felicidad.
   Hay que comenzar por el principio de la película y de la Ética, por muy caótico que éste se presente en ambos casos. En el comienzo está la fractura entre el mundo de los humanos y el mundo de los sobrenatural, así como sus problemáticas relaciones. La incursión de la familia de Chihiro en ese mundo que no es el suyo marca el inicio del conflicto. Los dioses que acuden al Balneario, átonos e impasibles a veces, pero muy entrometidos en otras, nos recuerdan tanto a los dioses en sentido griego como a sus demonios, y es que tanto para los griegos arcaicos, como para la película de Hayao Miyazaki, los seres humanos nos vamos curtiendo al contacto con lo sobrenatural e irracional, y finalmente Chihiro llega a tener un carácter, se forma y educa en contra, en colaboración y ayudada por estos demonios. Por eso decimos que el viaje de Chihiro es un viaje “demónico”.
    En estos primeros momentos del viaje de Chihiro asistimos a su desorientación,  desasosiego y hasta a su angustia, todo un catálogo de estados comprensibles dada la influencia aterradora de lo indominable sobre la vida, simbolizado aquí con el paso carrolliano a un mundo con su propia, inclemente lógica, en la que el embrujamiento, la metamorfosis y el abandono son un castigo de tintes kafkianos: horrendo e inmotivado. Simplemente no había que estar allí, igual que decimos todavía que la buena suerte es estar en el sitio justo en el momento apropiado, y la mala lo contrario. Puede que ese sentimiento sea común a los griegos arcaicos cuando hablaban del destino, de la vida humana como un juguete en manos de los dioses o de la suerte. Pero Miyazaki no es Esquilo, y no abandona a su criatura a la simple resignación. No hay que aceptar la metamorfosis en cerdo de los padres, ni la pérdida en un mundo extraño, sino sobreponerse y lograr escapar de las circunstancias. La vía que va a adoptar Miyazaki para su heroína sigue el curso de la historia, ya que la parada más decisiva después de los primeros poetas y trágicos es Heráclito y su célebre enseñanza en forma de apotegma: “El carácter del hombre es su destino” (Fr. 119), lo que en el caso de Chihiro se simboliza con su nombre, ese que le roba la bruja Yubaba a fin de dejarla trabajar en los baños.
   A partir de aquí, el viaje de Chihiro entre los demonios y los dioses es en realidad el re-descubrimiento de su nombre, de su ser más propio, de sus prioridades y sus preferencias. Su transformación es de tipo moral, y por eso tenemos que invocar al padre de los éticos, a Sócrates y su propio comercio con lo "divino y demoniaco". Chihiro empezará oponiéndose al viaje, tratará de hacer rectificar a los padres, pero aunque sobredeterminada por las circunstancias logrará superar la tentación del abandono y comenzará la forja de su carácer propio. Inmersa en un mundo extraño, será en el equilibrio entre la abnegación y la autodeterminación como logra el respeto de quienes la rodean, así como la redención final. Para ello tiene que afrontar una primera prueba, la de hacerse valer en el trabajo, ser y sentirse útil, colaborar y apoyar a los otros. Tendrá que ir aprendiendo a pensar por sí misma, a discriminar lo importante de los superfluo, a valorarse, a querer a los demás y hasta algún principio tan universal como el agradecimiento: “¿Ni siquiera sabes decir ‘sí señora’ o ‘gracias’?”, le recrimina con razón Lin cuando Chihiro se comporta todavía con la indolencia de niña mimada con que ha llegado a este mundo antiguo y repleto de convenciones. Aprende así una suerte de moral básica (no cesará a partir de este momento de agradecer e interesarse por los otros) y una sabiduría profunda, que la bondad y la maldad nunca son absolutas, ni siquiera en la bruja Yubaba, y hasta se descubrirá con capacidad para reconducir o educar a los seres descarriados (Sin Cara, el niño Bou, las dos hermanas brujas, el propio Haku) mediante una suerte de diálogo socrático de lo emocional, que resulta tan efectivo en la práctica como el original diálogo mayéutico lo era para la teoría. “¿Es que no tienes casa? ¿Dónde están tus padres?”, le pregunta a Sin Cara, convertido en una bestia devoradora, y es así como lo amansa; también al mostrarse impasible ante sus sobornos, y a la postre se lo lleva con ella como Sócrates arrastraba a los jóvenes, sin proponérselo, pero no porque ella sea el fin sino porque es el medio para que los otros encuentren su lugar en ese mundo.
    Chihiro realiza uno de los más profundos viajes que cabe realizar, porque es un viaje a su demonio, a su carácter, a su nombre e identidad. Esa identidad le es robada por Yubaba a cambio de permitirle permanecer en el Balneario, pero logrará recuperarla del olvido porque después de todo, como dice Zeniba en tono platónico: “Nada de lo que ocurre se olvida jamás, aunque no se pueda recordar”. Ese ejercicio de memoria que es el viaje de Chihiro, y que la lleva a su infancia cuando conoció al dios-río Haku, al que por amor salva también de su cautiverio, será la vía para salvar a sus padres, y es toda una experiencia de revelación y de transformación. Lo podríamos resumir diciendo que Chihiro encuentra la raíz aristotélica de la felicidad.
   En pocos días esta niña lo pierde todo y descubre el valor de una vida a la que antes daba poca o ninguna importancia. En ese proceso es ayudada por un guía benéfico (un buen demonio, el dios-río preso igualmente en un mundo regido por la magia y unas extrañas reglas), se enfrenta a la esclavitud, a las tentaciones vacías, se deja morir (el maravilloso viaje en tren es un descenso entre espíritus a la morada última) y regresa, como Orfeo, transformada y en posesión de un saber elemental.
  El punto de partida de la moral en esta película ha sido la urgencia que plantea a su personaje principal la amenaza del mal, pero una vez comprendida la situación hay que modificarla, y desde ese mismo momento se revela crucial la formación del yo y el deseo de hacer lo correcto. El bien se alcanza mediante la formación del carácter, por maduración, y es imprescindible una buena voluntad. Se dirá que son ideas sencillas, pero no son nada simples, al igual que el cine de este gran humanista que es Hayao Miyazaki, quien resume la carga moral de su personaje del siguiente modo: “Enfrentada a una crisis, emerge la luchadora que se esconde dentro de Chihiro. Empieza a destacar su capacidad de adaptarse y evaluar la situación. No quería que fuera una heroína perfecta. Su encanto procede de su corazón y de la profundidad de su alma”.

Hayao Miyazaki recibe el León de Oro en Venecia, 2005
Más información sobre Hayao Miyazaki en el blog La mano del extranjero 

Ahora, ¿adónde?

Ahora, ¿adónde? El torpe pie
quisiera llevarme a Alemania.
Mas la razón, prudente, mueve
la cabeza, como diciendo:
Es cierto que acabó la guerra,
pero quedan cortes marciales,
y dicen que escribiste antaño
cosas que te hacen fusilable.
Eso es verdad, poco agradable
sería verme fusilado.
No soy un héroe, me faltan
los patéticos ademanes.
Me gustaría ir a Inglaterra,
de no haber humos de carbón,
¡y los ingleses!... Ya su olor
me produce espasmos y vómitos.
A veces tengo la ocurrencia
de embarcarme hacia Norteamérica,
gran cuadra de la libertad
con sus brutos igualitarios.
Pero me da miedo un país
de gentes que mascan tabaco,
que, sin rey, juegan a los bolos,
y sin escupidera, escupen.
Rusia, ese imperio tan hermoso,
posiblemente me agradase,
pero en invierno no podría
soportar allí los azotes.
Con tristeza miro a lo alto,
donde hacen guiños miles de astros;
sin embargo, mi propia estrella
no la diviso en parte alguna.
En el áureo laberinto
del cielo se perdió tal vez,
como yo mismo me he perdido
en la terrena agitación.

Heinrich Heine [Trad. Feliú Formosa], en Francisco Rico (ed.): Mil años de poesía europea. Barcelona: Backlist, 2009, pp. 580-583.

Heinrich Heine, dibujo de Charles Gleyre

sábado, 3 de noviembre de 2012

La pregunta de Plutarco

Quisiera saber —perplejo como estoy— con qué actitud, con qué suerte de disposición anímica o mental, la primera persona probó sangre con su boca, rozó con sus labios carne de animal muerto y —preparando mesas de cuerpos e imágenes inertes— denominó «alimento» y «nutrición» a miembros que, poco antes, podían rechinar, aullar, moverse y ver. ¿Cómo podía la vista de esta persona recrearse en la matanza de animales que eran degollados, desollados, despedazados? ¿Cómo soportaba su olfato el hedor? ¿Cómo no repugnaba la contaminación a su gusto, el cual se hallaba en contacto con las llagas de otros seres y recibía flujos y sangre de heridas mortales?

Plutarco: Sobre comer carne (I), en Obras Morales y de Costumbres (Moralia) IX. Madrid: Gredos, 2002, pp. 377-378.

Plutarco (ca. 46 / 50 - 120)