El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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domingo, 17 de septiembre de 2017

Optimismo y pesimismo

   En el universo existe un planeta en el que todas las personas nacerán por segunda vez. Tendrán entonces plena conciencia de la vida que llevaron en la tierra, de todas las experiencias que allí adquirieron.
   Y existe quizás otro planeta en el que todos naceremos por tercera vez, con las experiencias de las dos vidas anteriores.
   Y quizás existan más y más planetas en lo que la humanidad nazca cada vez con un grado más (con una vida más) de madurez.
   Esta es la versión de Tomás del eterno retorno.
   Claro que nosotros, aquí, en la tierra (en el planeta número uno, en el planeta de la inexperiencia), sólo podemos imaginar muy confusamente lo que le ocurrirá al hombre en los siguientes planetas. ¿Sería más sabio? ¿Es acaso la madurez algo que pueda ser alcanzado por el hombre? ¿Puede lograrla mediante la repetición?
   Sólo en la perspectiva de esta utopía pueden emplearse con plena justificación los conceptos de pesimismo y optimismo: optimista es aquel que cree que en el planeta número cinco la historia de la humanidad será ya menos sangrienta. Pesimista es aquel que no lo cree.

Milan Kundera: La insoportable levedad del ser, V, 17


jueves, 14 de septiembre de 2017

Las sombras de la noche

[ Toda criatura humana está destinada a constituir un profundo secreto y misterio para todas las otras. Es una consideración solemne que, cuando llego a una gran ciudad de noche, cada una de esas casas arracimadas lóbregamente encierra su propio secreto; que cada habitación en cada una de ellas encierra su propio secreto; que cada corazón palpitante en los centenares de millares de pechos que allí se esconden, es, en algunas de sus figuraciones, un secreto para el corazón más próximo, el que dormita y late a su lado. Y hay en todo ello algo atribuible al espanto ], algo de común con la muerte. No podré volver más las hojas de ese libro amado que esperaba leer hasta el fin; no sondearé más con la mirada esa agua profunda donde a la luz de los relámpagos vislumbré un tesoro. Estaba escrito que el libro se cerraría para siempre tan pronto como hubiera descifrado la primera hoja; estaba escrito que el agua en la que hundía mis ávidas miradas se cubriría con un hielo eterno en el momento en que la luz se reflejara en su superficie, y que me quedaría en la orilla, ignorando las riquezas que contenía. [ Mi amigo ha muerto, mi vecino ha muerto, mi amor, la niña de mi corazón, ha muerto: es la inexorable consolidación y perpetuación del secreto que siempre hubo en ellos ], como hay uno en mí que me llevaré a la tumba. [ En cualquiera de los cementerios de esta ciudad por la que paso, ¿hay durmiente para mí más inescrutable que sus atareados habitantes, en su individualidad más íntima, o de lo que lo soy yo para ellos? ]

Charles Dickens: Historia de dos ciudades, cap. 3.

Traducciones de: Javier Marías (Berta Isla. Madrid. Alfaguara, 2017, págs. 540-541 y 543 [entre corchetes]) + A. de la Pedraza (Madrid: Alba Editorial, 1999, pág. 24).