El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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domingo, 10 de noviembre de 2013

Platón: El Símil del Sol


   Una de las características de las Ideas platónicas es que son conceptos universales y esencias, es decir, el conjunto de rasgos comunes a múltiples individuos que se comprenden bajo una misma definición. Cuando se ve obligado a ensayar una definición del Bien como Idea suprema a la que aspira el conocimiento, Platón recurre a una alegoría conocida como "Símil del Sol" (República, VI, 508e-509b). Esta comparación entre el poder del Sol y la Idea de Bien es la continuación necesaria de la conclusión última del "Mito de la Caverna", cuando advierte que la Idea de Bien es "la causa de todas las cosas rectas y bellas (...) y que es necesario tenerla a la vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público" (517c). Es decir, el Bien es la única referencia para poder decidir qué es justo en la moral y en la política, luego para Platón el fin último de la Filosofía es de orden práctico, y el objetivo final de la Filosofía es el conocimiento del Bien.
   En el Símil del Sol, sin embargo, se ve obligado a reconocer que no es posible la definición del Bien, pero no por falta de claridad, sino porque la naturaleza misma del Bien está más allá de toda definición. Descarta tajantemente la tesis hedonista según la cual el Bien es igual a placer, pero también se aparta (aun respetándola) de la socrática equiparación del Bien con el conocimiento. El Bien no es igual a conocimiento de lo que es bueno, porque lo que es bueno es tal a la luz del Bien. Aquí es conveniente recordar los términos de la comparación: al igual que el Sol es causa de la luz que permite a la vista ver las cosas visibles y al propio Sol, la Idea de Bien es la causa de la verdad que "ilumina" a las Ideas y a la inteligencia (noûs) del alma para que ésta conozca a las Ideas y al propio Bien. Puesto que el Bien es causa del conocimiento, no puede ser él mismo conocido mediante una simple definición, sino que es algo más elevado en cuanto a naturaleza y dignidad. Por ejemplo, igual que el Sol es causa de la génesis, el crecimiento y la nutrición o desarrollo de los seres sensibles, así la Idea de Bien es también causa del ser y la existencia de las Ideas, luego es algo más que conocimiento: es el impulso para el conocimiento y la justificación del conocimiento, y es la causa o el principio supremo al que aluden todas las Ideas, porque provienen de ella y a ella tienden. Lo que viene a expresar con sus comparaciones (habla del Sol como "vástago" del Bien o término análogo) es que no sólo el conocimiento filosófico carecería de sentido y dirección sin la Idea última a la que tiende, ese Bien que suele situarse en la cúspide de la pirámide de las Ideas; sino que la Realidad ordenada, el Cosmos que se expresa en la trama de las Ideas, carecería de sentido final sin captar su entrelazo (symploké) con la Idea de Bien. La Idea de Bien simboliza entre otras cosas el orden y la armonía del mundo que se reconoce mediante el saber científico, y en el plano práctico explica la sed, el anhelo o la tendencia natural del ser humano al bien, sin el cual no puede llevarse una vida individual digna en el plano moral, ni organizarse la sociedad en una comunidad política gobernada con justicia.

sábado, 2 de noviembre de 2013

¿Dónde está la esencia?

Ahora mi yo presente desprecia a mi yo pasado; y sin embargo en ese tiempo yo creía, más que hoy todavía, ser el hombre superior, el ser alto y noble, el sabio universal, el genio expectante. Y recuerdo que entonces despreciaba a mi yo pasado, mi pequeño yo de niño ignorante y sin refinamiento todavía. Ahora desprecio a aquel que despreciaba. Y todos estos menospreciadores y menospreciados han tenido el mismo nombre, han habitado el mismo cuerpo, se presentaron ante los hombres como un solo ser vivo. Después de mi yo presente, se formará otro que juzgará a mi alma de hoy tal como yo juzgo hoy a la de ayer.


G. Papini: "Dos imágenes en un estanque", en El espejo que huye. Madrid: Siruela, 1984, pág. 22.

Giovanni Papini (1881-1956)