El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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sábado, 2 de diciembre de 2017

Predice mi futuro: El Estudio Dunedin

  
   Se conoce como Proyecto o Estudio Dunedin uno de los experimentos más ambiciosos, si no el que más, en la historia de la Psicología. Consiste, puesto que aún se está realizando, en el estudio de por vida de los niños nacidos en el año 1972 en la ciudad neozelandesa de Dunedin, un total de 1037 niños y niñas, que han sido entrevistados y seguidos a lo largo de los últimos 45 años por un amplio equipo de investigadores, liderado en la actualidad por el profesor Richard Poulton. Se ha logrado mantener el contacto con casi la totalidad de los sujetos, a fin de determinar la influencia tanto del ambiente como de la herencia en los rasgos principales de la psicología: la personalidad, la violencia, las enfermedades mentales, etc.
   Las conclusiones del estudio se han contrastado y replicado en otros ambientes, lo que ha podido dar por universales algunas de ellas, por ejemplo con respecto a la violencia y su relación con los trastornos mentales y el temperamento. 
   Otro de los resultados es el refrendo de un experimento anterior. Se confirma que el rasgo más influyente en el desarrollo positivo de los sujetos se puede detectar ya en la tierna infancia, y no es la inteligencia ni algún rasgo físico, sino una actitud personal ante la vida: la capacidad para controlar nuestro comportamiento. En este caso, se siguió el conocido test del malvavisco para incidir en que la resistencia a la frustración y la capacidad para dosficarnos las recompensas es la clave de una vida lograda.
  También es muy interesante la división de la pesonalidad en cinco tipos, como se describe en el primero de los cuatro interesantes documentales realizados acerca de este experimento y que se enlazan a continuación:









domingo, 17 de septiembre de 2017

Optimismo y pesimismo

   En el universo existe un planeta en el que todas las personas nacerán por segunda vez. Tendrán entonces plena conciencia de la vida que llevaron en la tierra, de todas las experiencias que allí adquirieron.
   Y existe quizás otro planeta en el que todos naceremos por tercera vez, con las experiencias de las dos vidas anteriores.
   Y quizás existan más y más planetas en lo que la humanidad nazca cada vez con un grado más (con una vida más) de madurez.
   Esta es la versión de Tomás del eterno retorno.
   Claro que nosotros, aquí, en la tierra (en el planeta número uno, en el planeta de la inexperiencia), sólo podemos imaginar muy confusamente lo que le ocurrirá al hombre en los siguientes planetas. ¿Sería más sabio? ¿Es acaso la madurez algo que pueda ser alcanzado por el hombre? ¿Puede lograrla mediante la repetición?
   Sólo en la perspectiva de esta utopía pueden emplearse con plena justificación los conceptos de pesimismo y optimismo: optimista es aquel que cree que en el planeta número cinco la historia de la humanidad será ya menos sangrienta. Pesimista es aquel que no lo cree.

Milan Kundera: La insoportable levedad del ser, V, 17


jueves, 14 de septiembre de 2017

Las sombras de la noche

[ Toda criatura humana está destinada a constituir un profundo secreto y misterio para todas las otras. Es una consideración solemne que, cuando llego a una gran ciudad de noche, cada una de esas casas arracimadas lóbregamente encierra su propio secreto; que cada habitación en cada una de ellas encierra su propio secreto; que cada corazón palpitante en los centenares de millares de pechos que allí se esconden, es, en algunas de sus figuraciones, un secreto para el corazón más próximo, el que dormita y late a su lado. Y hay en todo ello algo atribuible al espanto ], algo de común con la muerte. No podré volver más las hojas de ese libro amado que esperaba leer hasta el fin; no sondearé más con la mirada esa agua profunda donde a la luz de los relámpagos vislumbré un tesoro. Estaba escrito que el libro se cerraría para siempre tan pronto como hubiera descifrado la primera hoja; estaba escrito que el agua en la que hundía mis ávidas miradas se cubriría con un hielo eterno en el momento en que la luz se reflejara en su superficie, y que me quedaría en la orilla, ignorando las riquezas que contenía. [ Mi amigo ha muerto, mi vecino ha muerto, mi amor, la niña de mi corazón, ha muerto: es la inexorable consolidación y perpetuación del secreto que siempre hubo en ellos ], como hay uno en mí que me llevaré a la tumba. [ En cualquiera de los cementerios de esta ciudad por la que paso, ¿hay durmiente para mí más inescrutable que sus atareados habitantes, en su individualidad más íntima, o de lo que lo soy yo para ellos? ]

Charles Dickens: Historia de dos ciudades, cap. 3.

Traducciones de: Javier Marías (Berta Isla. Madrid. Alfaguara, 2017, págs. 540-541 y 543 [entre corchetes]) + A. de la Pedraza (Madrid: Alba Editorial, 1999, pág. 24).

domingo, 23 de abril de 2017

Elogio de Montaigne

   


   Durante años, Michel de Montaigne (Burdeos, 1533-1592) ha sido, incluso en su país, un literato para los filósofos y un filósofo para los literatos, de esta manera nadie tenía que leerlo. Con el tiempo, ha terminado interesando a todo el mundo, lo reivindican los filósofos, lo alaban los críticos literarios, porque al fin y al cabo se trata de un filósofo con un gran estilo literario, ahí es nada.
   Montaigne es el primer gran biógrafo de sí mismo ("Me estudio a mí mismo más que cualquier otro asunto. Ésta es mi metafísica, ésta es mi física", III, XIII), y referencia obligada para comprender a Rousseau, a Proust, a Pla y en general a todos los cultivadores de la llamada literatura del yo.
   Montaigne da nombre a un género: el ensayo. No es que no existiera antes de él, es que nadie lo había cultivado de un modo tan particular. Sus predecesores son variados e interesantísimos: Platón, Plutarco, Séneca, Macrobio, Valerio Máximo o Aulo Gelio, a todos los reconoce como auténticos maestros, y todos practican esa mezcolanza tan propia del ensayo, que da lugar en nuestro siglo de oro a las misceláneas, y cuya influencia llega hasta los libros heterogéneos tan actuales; pero ya antes, en Inglaterra, nos conduce desde Francis Bacon, Samuel Johnson, Charles Lamb, William Hazlitt, Matthew Arnold y tantos otros hasta Robert Louis Stevenson, Oscar Wilde o Virginia Woolf. Todos están en deuda con el primero de los ensayistas.
   Montaigne es el primer pensador importante en lengua francesa, ya que abandona el latín como lengua de cultura para intentar acceder a un público más amplio, algo que después continuarán tras su estela Descartes o Pascal.
   Montaigne es un gran filósofo. Y no precisamente un "escéptico" como se ha dicho tantas veces, lo que ocurre es que ve el mismo problema desde distintos puntos de vista, y en el curso del tiempo puede defender ideas diversas dependiendo de sus lecturas y sus vivencias, eso no es escepticismo, es atención a las diferencias y los matices, y el reconocimiento de que no siempre pensamos lo mismo ni del mismo modo. Para Montaigne, todo se mezcla con todo, es imposible establecer verdades talladas en piedra, más bien hemos de buscarlas y hasta inventarlas, empezando por nosotros mismos, por ello es tan preciso estudiarnos, y ayudarnos para ello de los que se han estudiado antes a sí mismos.
   Montaigne es un maestro de sabiduría, a veces estoico y a veces epicureo, no cesa de citar a Séneca, pero defiende el placer porque está en nuestra naturaleza. Montaigne consuela como ningún otro autor, porque no intenta doblegar la realidad, sino comprenderla y pactar con ella.
   Por último, Montaigne es una referencia para Quevedo, Nietzsche, Flaubert, Azorín, Zweig y tantos otros que lo han leído y admirado. Tantas cabezas, tan elevadas y distintas, no pueden ir mal encaminadas.



   En España, y después de muchos siglos con ediciones mediocres o incompletas, contamos en la actualidad con al menos dos ediciones excelentes de la totalidad de los Ensayos, una de ellas bilingüe, además de con varias selecciones meritorias y hasta un buen número de monografías sobre el autor. Podría decirse que es incluso un éxito de ventas, no sabemos si también será leído, pero al menos ya está en las bibliotecas y en las librerías, entre libros, como el propio autor deseó vivir siempre, en la famosa torre de su castillo de Burdeos.



[23 de abril de 2017. Día del Libro] 

domingo, 19 de marzo de 2017

Coetzee y Platón


   Para el que según una parte importante de la crítica literaria es el mejor novelista en activo, J. M. Coetzee, Platón es un viejo referente. Le hizo un guiño indirecto en su novela-ensayo Elizabeth Costello al criticar la idea de que cualquier cosa, incluso los más horrendos crímenes, tienen cabida en una obra de ficción. Ese moralismo estético remite a la República, donde se expulsaba (más bien se invitaba a no entrar) a los pintores y se conminaba a los poetas a no dar falsas imágenes de los dioses como seres volubles y caprichosos, es decir, a no servir como vehículo de ideas falsas o engañosas. ¿Es lícito representar fielmente en una obra de ficción sucesos degradantes, horrendos, en el límite de lo soportable? No sabemos si la postura de Costello es exactamente la de Coetzee, pero en todo caso gracias a ambos comparece de nuevo una pregunta que no debería nunca abandonar los debates estéticos.
   La República a la que pertenece la ciudad de Novilla es imaginaria, en ella se habla español, y es el lugar de acogida, humanitaria pero fría, de todos aquellos que tras un viaje en barco a través del océano deciden dejar sus recuerdos atrás para iniciar una nueva vida. Con cierto automatismo, los ciudadanos cumplen de buen grado sus tareas, van al trabajo, cobran sus sueldos básicos, practican el vegetarianismo y desprecian la técnica. Han acallado la voz del cuerpo, los estibadores estudian filosofía y discuten en asambleas improvisadas todo tipo de cuestiones, siempre con la mejor voluntad. Hay mucha resistencia a cambiar las costumbres, como si las hubieran fijado largas discusiones encaminadas al bien general. 
   A esta ciudad llegan un "viejo" de unos cuarenta y cinco años y un niño de cinco buscando como todos una nueva vida pero también a la madre del niño, que perdieron de vista al embarcar. El hombre, llamado Simón, se ha hecho cargo del niño durante la travesía, y lo quiere tanto como si fuera su hijo; aun así lo entrega a una mujer ociosa llamada Inés, guiado por la intuición de que ella es su verdadera madre, idea que la gélida y virginal mujer hace suya con un coraje extraordinario y visceral. A partir de ahí formarán un trío extraño que gira alrededor del caprichoso, carismático niño Jesús, de nombre David por asignación (tras el viaje han perdido sus recuerdos concretos). El niño tiene el poder de arrastrar a todo el que trata con él, empezando por el padrino y su madre autoinducida, pero también otros niños y adultos, dispuestos a abandonar en muchos casos su vida corriente para seguirlo en su iluminada e infantil lucha contra un poder (sobre todo el escolar) que coarta su dislocada pero sugestiva visión del mundo. Su modelo en esta cruzada, con el que aprende a leer, es nada menos que Don Quijote.
   El simbolismo parece demasiado explícito: Platón y Jesús. La razón y la irracionalidad. El orden político y la religión... Pero Coetzee no es alegórico. Las alusiones son equívocas, en ese mundo ordenado pero decadente de Novilla circulan también el mal y el desinterés, se regula hasta la pasión sexual y se permiten desigualdades absurdas. El niño Jesús-David es un tiranuelo que exige la sumisión absoluta, practica la piedad hacia los seres más desvalidos y reparte un amor total aunque inconstante. Sus padres adoptivos se lo toman muy en serio, el viejo Simón le explica con pelos y señales la realidad del mundo, como si hablase con un adulto, y el niño acepta o rechaza no se sabe si con una sabiduría superior o desde la pura demencia. ¿Pero qué es la realidad? Un fruto de la memoria. Los recuerdos no se borran totalmente, la memoria inventa o se autoconvence de una fantasía mil veces repetida. Lo que interpretamos se mezcla con lo que vemos, lo que presentimos con lo que sabemos, y la realidad se vuelve cada vez más ambigua.
   Como novela, La infancia de Jesús despierta todo tipo de sensaciones estéticas y reflexiones filosóficas, no puede dejar indiferentes. A capítulos para enmarcar suceden conversaciones que uno tacharía de arriba abajo. "Desconcertante", dijo Guelbenzu en su crítica, quitándole no pocos lectores. No, no es desconcertante, sino impactante.

miércoles, 18 de enero de 2017

Animal y vegetal



   
   Entre los textos que trabajaba Musil para la continuación y conclusión de su novela El hombre sin atributos hay redacciones distintas de capítulos tanto definitivos como truncados, así como fragmentos que Musil no ve cómo continuar en el momento, y hasta tramas muy desarrolladas que no sabemos si han sido abandonadas o reservadas durante lustros (por ejemplo la historia Clarisse y Moosbrugger, no incluida en los anexos de la edición española, o el famoso capítulo "Viaje al paraíso", situado como colofón en ésta, de manera discutible). 
   Entrar a pescar en este mar revuelto tiene algo de aventurado. La relación de estos capítulos con una novela definitivamente inconclusa no puede aclararse, ya que en cuanto tal permanece en el misterio y lo seguirá siempre. Sin embargo, estos fragmentos, separados pero unidos al cuerpo de la novela inacabada, parecen órganos en la mesa de operaciones del Doctor Frankenstein, y en cuanto los estimulamos con un poco de electricidad se agitan y parecen vivir por sí mismos.
   Tomemos el ejemplo  de una distinción en la que trabajaba el autor durante los tres meses anteriores a su muerte, y que responde directamente nada menos que a la pregunta por el significado del título del libro. En el capítulo "Aliento de un día de verano" concede a los hermanos un estado contemplativo de la naturaleza mientras se hallan en compañía en el jardín de su casa, sin apenas conciencia del paso de las horas. Agathe recuerda las quejas contradictorias de los libros de los místicos que ha leído previamente: el corazón lleno y vacío de amor, no saber dónde se está ni querer saberlo... Como otros tantos pétalos de flores, penden de un tiempo eterno, y en ese momento se siente en el Reino Milenario del que tanto han hablado con ocasión de estas lecturas. Al iniciar una conversación sobre este estado, Ulrich, en sintonía con su hermana "gemela", reflexiona sobre dos tipos de persona correspondientes a dos modos de vivir las pasiones. El primero es el tipo animal, en el que los sentimientos se descargan puerilmente, de manera abrupta e intensa. El segundo es el tipo vegetal, en el que impera el autodominio y el rechazo de la acción a que arrastra y empuja todo sentimiento. Otras denominaciones posibles para esta dicotomía son el modo mundano frente al místico, el apetitivo frente al no-apetitivo. La oposición de la disposición "vegetal" (por no decir "vegetariana", dice Agathe) frente a la "animal" es la que separa al soñador del realista, y Ulrich la ofrece como un profundo tema de reflexión para los filósofos (entre los que no acepta incluirse). El tipo apetitivo animal de persona lo capta todo con gran viveza, pasa por encima de los obstáculos y parece un torrente. El tipo vegetal se opone a él, es tímido, pensativo, de decisiones difíciles, lleno de sueños y nostalgias. Su pasión está interiorizada. El modo fáustico (en el principio es la acción) es el del hombre con atributos (por ejemplo, Arnheim), con determinaciones y repleto de cualidades; el modo contemplativo pertenece al hombre sin atributos. El primero es un realista y habita el mundo sirviéndose de él como un experto, el otro es un nihilista, que si pudiera suprimiría la realidad. Lo normal, reconoce Ulrich, es que oscilemos entre ambos tipos; pero al mismo tiempo nos indica que el Reino Milenario al que tienden Agathe y Ulrich está sin duda más cerca del temple vegetal que del animal.