El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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domingo, 12 de octubre de 2014

Vida de Platón

   En realidad se llamaba Aristocles, "Platón" era un apodo que hacía referencia a su complexión ancha de espaldas, o de la frente, o tal vez de su estilo: Diógenes Laercio (a quien debemos la segunda biografía conservada, después de la escrita por Apuleyo) se limita a recoger todas las posibilidades. Provenía de una familia de largo linaje ateniense y actitud antidemocrática. Tuvo dos hermanos mayores, Adimanto y Glaucón (a los que hace aparecer en la República), y una hermana llamada Potona.
   Vivió poco más de ochenta años, entre el 427 y el 347 a. C., y aunque su vida es la propia de un filósofo, no carece sin embargo de anécdotas y aventuras peligrosas, comenzando por su servicio militar en caballería, en un tiempo en que aún perduraba la Guerra del Peloponeso que enfrentó a Atenas y Esparta.
   Al parecer tenía dotes para el teatro, pero antes de representar su primera tragedia se cruzó con Sócrates y decidió dedicarse a la filosofía. Tendría unos veinte años, y como símbolo de su decisión quemó su primera obra delante del teatro. Sócrates también reconoció su valía desde el principio: en sueños vio a un cisne joven posado en sus rodillas que de golpe desarrollaba sus alas y echaba a volar graznando dulcemente. Al día siguiente le presentaron a Platón y dijo que él era ese cisne. Más tarde, el propio Platón recogerá la bella metáfora de las alas en su célebre mito del carro alado, incluido en el Fedro.
   En el año 399 a. C., con la democracia ateniense recién restaurada tras un interludio de desgobierno y corrupción derivado del desastre ante Esparta en el 404 a. C., la ciudad lleva a juicio a su ciudadano más célebre: el anciano Sócrates. La primera obra publicada de Platón es precisamente el acta de ese juicio, al que asistió en persona. Se cree que la alocución final socrática es ya de índole platónica, no así los discursos de su defensa, consistentes con las otras fuentes que tenemos del insigne iniciador del humanismo. La Apología junto con diálogos como el Critón o el Fedón hablan claramente de la importancia concedida por Platón a la condena y muerte de su maestro. Una vez cumplida la sentencia, con la ciudad ya arrepentida, se erigía una estatua de bronce a Sócrates, se desterraba a Ánito y Licón y se condenaba a muerte a Méleto como principal responsable de lo sucedido. Platón prepara por entonces sus viajes y retiros por ciudades como Mégara y Cirene, y tal vez llegue (es tema discutido) hasta Egipto; pero cuando intenta continuar a Persia hubo de volver a Atenas por culpa de las guerras asiáticas.
   Además de las enseñanzas de Sócrates, se sabe que tuvo contacto con maestros pitagóricos como Arquitas, heraclíteos (como Crátilo) y parmenídeos. Diógenes Laercio resume muy bien las influencias filosóficas del joven Platón del siguiente modo: "En su teoría de lo sensible filosofaba de acuerdo con Heráclito, en lo inteligible de acuerdo con Pitágoras y en lo cívico de acuerdo con Sócrates".
La espada de Damocles
   Nada menos que tres veces llegó a viajar a la actual Sicilia, en las tres ocasiones corriendo graves peligros. La primera se sitúa alrededor del año 387 a. C., y estaría motivada por el deseo de tomar contacto con la comunidad pitagórica establecida en Italia. En Siracusa, a la que tal vez acude con el deseo de visitar el Etna, conoce al joven Dión, por quien siente una inmediata atracción (los amores platónicos parecen confirmar el tópico de la bisexualidad griega). Dión es cuñado del tirano Dionisio I, y le facilita una entrevista con él. Es evidente que no llegaron a entenderse, toda vez que Platón defendía ya un gobierno de los mejores y más virtuosos, algo que el monarca consideró vejatorio. Al final, parece ser que lo vende como esclavo, pero por fortuna un conocido lo reconoce y lo compra. Debía de ser ya famoso Platón, puesto que éste (de nombre Anicérides de Cirene) no llegó a aceptar la devolución de su dinero, aduciendo que le parecía un honor preocuparse por el bien de Platón. De todos modos, los historiadores no descartan que toda esta historia de la venta como esclavo sea más una leyenda que realidad.
   Ya en Atenas, Platón funda la Academia ese mismo año de 387 a. C., en un templo de cultos religiosos consagrado al héroe Academos, a unos tres kilómetros de la ciudad. Se trata de una especie de universidad arcaica, donde la amistad y la actitud virtuosa van unidas al recogimiento, el estudio y el diálogo en simposios, siempre bajo la mirada del propio Platón, que establece incluso las reglas de los debates. Hay referencias a las complejas y elaboradas conferencias impartidas por Platón en la Academia, que por desgracia no se han conservado. Las matemáticas tenían prioridad en el programa de estudios de sus escasos estudiantes, pues eran consideradas por Platón una introducción al pensamiento dialéctico que aspira a entender qué es el Bien. Aunque desde su fundación la Academia parece tener como fin formar a políticos filósofos, en los últimos años de Platón parece volcarse también en los estudios de ciencia natural.
   El segundo viaje a Siracusa lo emprendió en el 367 a. C., a la muerte de Dionisio I el Viejo, a quien sucede su hijo Dionisio II el Joven. Dión, una vez más, habría influido para que el nuevo tirano mandara llamara a Platón, viéndose impelido a sus sesenta años, y después de veinte enseñando en la Academia la teoría del rey filósofo, a intentar formar a un gobernante bajo los principios expuestos en la República. El nuevo tirano temerá por Dión y su maestro, ya que circulaban por la corte  acusaciones de conspiración en su contra (algo que acabará creyendo con fundamento acerca de Dión), y al final optará por hacerlos marchar a Atenas hasta que la situación en Siracusa se calme, dado que Sicilia estaba en guerra. Sin embargo, el nuevo rey no dejará de airear su interés por la filosofía, y en el año 361 consigue convencer por carta a Platón para que vuelva a Siracusa en un tercer viaje. No se pliega sin embargo a las recomendaciones y enseñanzas de Platón, y hace manifiesto su encono hacia Dión, de quien retrasa la vuelta del exilio a la vez que confisca sus propiedades. Logra marcharse el filósofo de la isla una vez más, y ya en Atenas, decepcionado, ni siquiera apoya el viaje de Dión para hacerse con el poder en Siracusa, junto con un grupo de mercenarios. El nuevo gobernante ejerce por tres años (del 357 al 354 a. C), en tiempos muy convulsos, antes de ser víctima, también él, de conspiración y asesinato. "Tú, que mi corazón hiciste enloquecer de amor, Dión", escribe el anciano filósofo al conocer su muerte.
   Los años siguientes, Platón los dedicará a dar forma definitiva a una obra que manifiesta su pesimismo ante la política activa, se trata de Las Leyes, su obra más extensa, en la que tiende a someter a ley hasta las mayores menudencias, en contraste con los ideales de libertad e igualdad que inspiraban su teoría política anterior. En su testamento, según Apuleyo, sólo dejó un pequeño jardín contiguo a la Academia, dos servidores, una copa para ofrendas y el pendiente de oro que llevara en la niñez, símbolo de su origen noble y del poco beneficio, debemos reconocerle, que extrajo a sus privilegios por nacimiento.


La Escuela de Atenas (Rafael Sanzio)


Referencias:
Platón: Diálogos VII: Cartas. Madrid: Gredos, 1993. Tr. Juan Zaragoza y Pilar Gómez Cardó.
Apuleyo: "Platón y su doctrina", en Tratados filosóficos. UNAM: México, 1968. Tr. Antonio Camarero.
Diógenes Laercio: Vidas de los filósofos ilustres. Madrid: Alianza Editorial, 2008, Libro III. Tr. Carlos García Gual.
W. K. C. Guthrie: Historia de la Filosofía Griega, IV. Madrid: Gredos, 1998.

sábado, 11 de octubre de 2014

Diálogo y Dialéctica

El diálogo es un relato compuesto de preguntas y respuestas acerca de un tema filosófico o político con una conveniente caracterización de los personajes que intervienen y de la expresión estilística. La dialéctica es el arte de las discusiones mediante la cual confirmamos o refutamos ciertas tesis por medio de la pregunta y la respuesta de los interlocutores.

Diógenes Laercio: Vidas de los filósofos ilustres. Madrid: Alianza, 2008,  pág. 173.