El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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viernes, 11 de julio de 2014

El hechizo de la Filosofía

Como dijo una vez el poeta Jean Paul, los libros son voluminosas cartas para los amigos. Con esta frase estaba llamando por su nombre, tersa y quintaesencialmente, a lo que constituye la esencia y función del humanismo: humanismo es telecomunicación fundadora de amistades que se realiza en el medio del lenguaje escrito. Eso que desde la época de Cicerón venimos denominando humanitas es, tanto en su sentido más estricto como en el más amplio, una de las consecuencias de la alfabetización. Desde que existe como género literario, la filosofía recluta a sus adeptos escribiendo de manera contagiosa acerca del amor y la amistad. No es sólo un discurso sobre el amor por la sabiduría: también quiere mover a otros a ese amor. El hecho de que la filosofía escrita haya podido siquiera mantenerse como un virus contagioso desde sus comienzos hace más de 2.500 años hasta hoy, se lo debe al éxito de esa facilidad suya para hacer amigos a través del texto. Así ha logrado que se la siga escribiendo de generación en generación como una de esas cartas en cadena y, a pesar de todos los errores de copia, o quizás precisamente por ellos, ha ido atrapando a copistas e intérpretes en su fascinante hechizo creador de amigos.

Peter Sloterdijk: Normas para el parque humano. Madrid: Siruela, 2003, pp. 19-20. Trad.: Teresa Rocha Barco.

Peter Sloterdijk (1947)

domingo, 22 de diciembre de 2013

El joven Castorp

   Su nombre lo conocíamos incluso antes de acercarnos a estas páginas. Es Hans Castorp, un muchacho de 23 años que habla y piensa como si tuviera 40. Ha subido a un sanatorio suizo en los Alpes con la intención de visitar a su primo enfermo de tuberculosis. Ciertamente, se trata de una inconsciencia, porque está cantado que él también va a contraerla; pero estamos en un año indeterminado antes de la Gran Guerra y estas cosas no se saben. Aún se cree que el único remedio contra la romántica y mortífera enfermedad (además de extremadamente contagiosa) es el aire puro y el frío. Castorp va a quedarse sólo tres semanas, o eso cree. Tiene una imagen romántica de la enfermedad, cree que ennoblece y otorga sabiduría. El locuaz Settembrini le viene a decir que la enfermedad sólo hace que te mueras, de sabiduría nada de nada. Y en efecto, a poco que observa lo que le rodea, Castorp comprenderá que en ese apartadero de los condenados hay ganas de vivir (seguramente, más que en ningún otro sitio) y una angustia que puede rozar la histeria. También comprueba algo curioso: el sanatorio parece fuera del tiempo. Allí las cosas se viven de otra manera. Sea por ejemplo esta mujer rusa, Madame Chauchard, casada pero soltera en la práctica, que reparte el año en distintos sanatorios, y aunque joven lleva una vida al margen de la sociedad. Es como si su vida se hubiera detenido. Está casada, está enferma. Si al menos no diera un portazo cada vez que entra en el comedor... Sus costumbres no tienen nada que ver con las del joven Hans. ¿Por qué le molesta tanto? Una aprendiza de celestina y psicoanalista espontánea le abrirá los ojos o se los dirigirá en la dirección correcta: el joven Castorp se queja tanto de ella porque en realidad está enamorado. El pasaje más gracioso de este amor naciente es aquel en que, después de jugar a mirarla una y otra vez, y tras comprobar que ella se ha dado cuenta de su vigilancia, Castorp soporta dos días en que ella lo ignora, incluso renuncia a dar un portazo al entrar en el comedor. Entonces comprende que es por su causa, que "aquel cambio de la dama estaba relacionado con él" y que "la existencia de una relación entre ellos, aunque fuese bajo una forma negativa, era innegable y, por lo tanto, suficiente".

Thomas Mann: La montaña mágica. Barcelona: Edhasa pocket, 2008, pág. 206.

viernes, 9 de agosto de 2013

Hannah Arendt

 
   Al ver Hannah Arendt, la película de Margarethe von Trotta, uno comprende por qué su valor e importancia crecen en razón proporcional a como decrece (al menos, para quien esto escribe) el de su amante, Martin Heidegger. Es una pena que la competente directora no haya explotado más el filón que sólo apunta en unas breves escenas, sobre todo porque el actor que encarna al filósofo parece su doble. Verlo dando una clase con una jovencísima Arendt embelesada en su asiento de madera es uno de los momentos álgidos de la película. Pero en el aspecto personal, Heidegger se ha revelado en su correspondencia amorosa y en sus actos con una mezcla de inteligencia, mentiras y manipulación. Sin embargo, permanecieron fieles ("e infieles", aclara Hannah Arendt) a su historia durante toda su vida, como si no hubiera otro remedio. Se ha escrito mucho sobre ellos, podrían encarnar eso que conocemos gracias a Stendhal y a Erich Fromm como amor-pasión o amor pasional.
   La película se centra en el episodio de la captura y posterior juicio a Eichmann en Israel, a inicios de los sesenta, y así conoceremos también al tercer marido de Arendt (el verdadero amor de su vida), Heinrich Blücher, a su amiga americana, la novelista Mary McCarthy y al círculo de judíos alemanes exiliados en América. Siguiendo los pasos de Arendt cuando va a Jerusalén a fin de cubrir para The New Yorker el proceso a Eichmann tenemos la oportunidad de ver, perfectamente integrados en el filme, escenas documentales del verdadero juicio. Es lo más impactante de toda la película. El resto del metraje se dedica a explorar la tormenta intelectual que supuso la difusión en sus artículos de unas reflexiones en aquel entonces consideradas reaccionarias, y hoy motivo de debate en toda discusión sobre el nazismo y el holocausto: la primera idea es que el mal no es radical en el ser humano, a diferencia de lo que defendió Kant, sino que ha de relacionarse con la libertad, así, cuando la influencia del ambiente es muy grande, como en el caso de criminales como Eichmann, la justificación de que uno simplemente obedece órdenes sólo puede ser fruto de la debilidad (es decir, "banalidad") del pensamiento, de la incapacidad para actuar libremente y con arreglo a un criterio propio. La segunda idea polémica era que los círculos judíos con capacidad para organizar una oposición al exterminio carecieron de valentía y aunque no se los pueda considerar cómplices de los crímenes sí fueron también responsables en parte de la masacre. El concepto de "banalidad del mal" no se comprendió en su momento, ya que parecía una justificación de los matarifes, una exculpación por supuesta enajenación mental o cumplimiento ciego del deber; pero fue sobre todo la segunda tesis la que despertó el desprecio de los judíos de Israel y de los exiliados, ya que se interpretó como un intento de acusar a las víctimas. 
   Hannah Arendt produjo algunas de las obras más interesantes del siglo XX en el campo de la Filosofía y la Política; pero esta película logra que nos interesemos también por su personalidad.

 

Referencias:
Hannah Arendt: Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Barcelona: Lumen, 1999.
Alois Prinz: La filosofía como profesión o el amor al mundo. La vida de Hannah Arendt. Barcelona: Herder, 2001.
Elzbieta Ettinger: Hannah Arendt y Martin Heidegger: Barcelona: Tusquets, 1996.

martes, 6 de agosto de 2013

Amistad de estrellas

Eramos amigos, y nos hemos vuelto extraños. Pero es bien que así sea, y no queremos callar ni escondernos cual si tuviéramos de qué avergonzarnos. Somos dos navíos, cada uno de los cuales tiene ruta y rumbo diferente; podemos tal vez cruzarnos y celebrar juntos una fiesta como ya lo hicimos. Estaban los navíos tan tranquilos en el mismo puerto, bañados por el mismo sol, que cualquiera creería que habían llegado a su destino y que tenían un destino común. Mas luego la fuerza omnipotente de nuestra misión nos separó, empujándonos por mares distintos, bajo otros rayos de sol, y acaso no volveremos a encontrarnos o quizás sí; pero no nos conoceremos, porque nos habrán transformado otros mares y otros soles. Una ley superior a nosotros quiso que fuésemos extraños el uno al otro, y por eso nos debemos respeto y por eso quedará más santificado todavía el recuerdo de nuestra amistad pasada. Existe probablemente una enorme curva invisible, una ruta estelar, donde nuestros senderos y nuestros destinos están inscritos como cortas etapas: elevémonos por cima de este pensamiento. Pero nuestra vida es demasiado corta y nuestra vista sobrado flaca para que podamos ser más que amigos en el sentido de aquella elevada posibilidad. Por eso queremos creer en nuestra amistad de estrellas, aun en el caso de que fuésemos enemigos en la tierra.
Friedrich Nietzsche: La Gaya Ciencia [1882]. Olañeta: Palma de Mallorca, 1984, págs. 145-146 (§ 279)

 [ Traducción modificada, ya que en el original no se especifica el género de los amigos. Con todo, mantenemos la clásica versión de Pedro González Blanco, por su belleza estilística. En este fragmento, Nietzsche se refiere a su amistad con Richard Wagner, de hecho fue recogido en un esbozo de su obra Nietzsche contra Wagner (1889), aunque no lo mantuvo en la redacción definitiva. ]



martes, 16 de abril de 2013

Amor, etc.

Amor, etc. La proposición es simple. El mundo se divide en dos categorías: quienes creen que el propósito, la función, el acompañamiento y la melodía principal de la vida es el amor, y que todo lo demás -todo lo demás- es únicamente etc.; y aquellos otros, esos numerosos desdichados, que creen fundamentalmente en el etc. de la vida. Para quienes el amor, por muy agradable que sea, no es sino una pasajera agitación de la juventud, el parlanchín preludio a la obligación de cambiar pañales, pero no algo tan sólido, inmutable y fiable como, digamos, la decoración del hogar. Ésta es la única división entre las personas que cuenta.

Julian Barnes: Hablando del asunto. Barcelona: Anagrama, 1993, pág. 127.

Julian Barnes con Pat Kavanagh en 1991 (Jillian Edelstein/Camera Press)

lunes, 8 de abril de 2013

Nadie y Alguien

- Preferiría que hoy no me llamaras de ningún modo. La innominada.
- ¿Qué te parece Nadie?
- No, es demasiado categórico.
- Me pregunto adónde iría a parar si llamara Nadie a un personaje. Claro que ya hubo uno.
- Creo que esa sola idea no te bastaría para empezar un libro.
- Es más de lo que suelo tener para empezar. Nadie fue al aeropuerto de Heathrow. Nadie subió a un avión. ¿Adónde fue Nadie?
- Nadie fue a Francia. ¿Por qué fue allí?
- Porque a Nadie le gusta.
- Luego Nadie conoce a Alguien. El otro personaje es Alguien. Nadie y Alguien se hacen amantes.
- ¿Y qué más?


Philip Roth: Engaño (trad. Jordi Fibla). Barcelona: Seix Barral, 2012, págs. 130-131.

Philip Roth (1933). Su libro Deception. A Novel  fue publicado en 1990. Se compone de fragmentos exclusivamente dialogados en forma de cuaderno de notas. Pasa por ser una obra menor, e incluso se la ha tildado de fallida; sin embargo, es  de las más originales y metaliterarias de su amplia producción

lunes, 10 de diciembre de 2012

Stoner

   Es una de las novelas más nihilistas que pueden encontrarse:

"Hallaba un gusto siniestro e irónico en la posibilidad de que, con la poca formación que se había procurado, se las había arreglado para llegar a una certeza: que a la larga todas las cosas, incluso el conocimiento que le permitía saber esto, eran fútiles y vacías y que al final empequeñecían hasta convertirse en una nada donde ya no cambiaban." (pág. 158).

   En la vida del profesor Stoner no encontraremos grandes sucesos, otra cosa sería difícil de creer en un adusto profesor universitario de Literatura en una universidad de provincias. Sin embargo, como en toda novela que se precie (y ésta es excelente), también hay una descripción ingenua y poderosa de lo que en ocasiones hace más digna a la vida, y del especial conocimiento que trae consigo:

"Como todos los amantes hablaban mucho de sí mismos, como si por ello pudieran comprende el mundo que los hacía posibles" (pág. 173).

"Habían sido criados en una tradición que les decía, de una manera u otra, que la vida mental y la vida de los sentidos eran distintas y de hecho contrapuestas. Habían creído, sin ni siquiera haberlo meditado realmente, que una tenía que ser elegida a expensas de la otra. Nunca se les había ocurrido que una pudiera dar intensidad a la otra." (pág. 175).

John Williams: Stoner. Tenerife: Baile del Sol, 2012.


jueves, 30 de agosto de 2012

Elogio de la locura

   Es parte de la definición del sentimiento el que nazca en nosotros sin la intervención de nuestra voluntad. En cuanto queremos sentir (decidimos sentir, tal como Don Quijote decidió amar a Dulcinea) el sentimiento ya no es sentimiento, sino una imitación del sentimiento, su exhibición. A lo cual suele llamarse histeria. Por eso el homo sentimentalis (es decir, el hombre que ha hecho del sentimiento un valor) es en realidad el homo hystericus.
 Milan Kundera: La inmortalidad, pág. 231



   El amor falso es un sentimiento pequeño, el amor verdadero es un sentimiento grande. Pero desde el punto de vista del absoluto ¿no es pequeño cualquier amor? Claro. Por eso el amor, para demostrar que es verdadero, quiere ir más allá de lo razonable, quiere no tener medida, quiere ser improbable, ansía convertirse en "delirios de pasión"... en otras palabras, ¡quiere enloquecer!
Milan Kundera: La inmortalidad, pág. 335.




    El amor, por definición, es un regalo no merecido; ser amado sin mérito es incluso la prueba de un amor verdadero. Si una mujer dice: te quiero porque eres inteligente, porque eres honrado, porque me compras regalos, porque no vas con mujeres, porque lavas los platos, me decepciona; ese amor tiene todo el aspecto de ser algo interesado. Cuánto más hermoso es oír: estoy loca por ti aunque no seas ni inteligente, ni honrado, aunque seas un mentiroso, egoísta y sinvergüenza.
Milan Kundera: La lentitud, pág. 59.





   Creo que el grado de aburrimiento, si pudiera medirse, es hoy más elevado que antes. Porque las profesiones de antes, al menos la mayoría, eran impensables sin una apasionada dedicación: los campesinos enamorados de su tierra (...); los zapateros que conocían de memoria los pies de los vecinos (...). Cada profesión había creado su propia mentalidad, su propia manera de ser. Un médico no pensaba como un campesino, un militar se comportaba de un modo distinto a un maestro. Hoy somos todos iguales, todos unidos por la común indiferencia hacia nuestro trabajo. Esta indiferencia ha pasado a ser pasión. La única pasión colectiva de nuestro tiempo (...). Todo cambió cuando te conocí. No porque mis trabajitos pasaran a ser más apasionantes, sino porque convierto todo lo que ocurre a mi alrededor en tema de conversación contigo.
Milan Kundera: La identidad, págs. 90-91.






FIN DEL VERANO KUNDERA

jueves, 26 de julio de 2012

Mujeres extraterrestres

   A Rubens se le ocurrió esta idea: de lo más profundo del universo llegarán a la tierra unos hermosos ejemplares de mujeres, sus cuerpos se parecerán al cuerpo de las mujeres terrícolas, pero serán totalmente perfectos porque el planeta del que provienen no conoce las enfermedades y los cuerpos carecen allí de enfermedades y defectos. Sólo que los hombres terrícolas que se encontrarán con ellas no sabrán de su pasado extraterrestre y por eso no las entenderán en absoluto; nunca sabrán qué efecto tendrá en esas mujeres lo que digan o hagan; nunca sabrán qué sentimientos se ocultan tras sus hermosos rostros. Con mujeres hasta tal punto desconocidas sería imposible hacer el amor, se decía Rubens. Luego rectificó: es posible que nuestra sexualidad esté tan automatizada que al fin y al cabo haga posible el amor físico incluso con mujeres extraterrestres, pero sería un amor al margen de todo tipo de excitación, un acto amoroso convertido en un mero ejercicio físico carente de sentimiento y de impudicia.

Milan Kundera: La inmortalidad. Barcelona: Tusquets, 1990, pág. 370
 

&
  
 
VENUSINAS

   Las primeras llegaron al comenzar el mes de mayo. Eran tan bellas que hicieron soñar a los hombres a lo largo de los días y a lo largo de las noches.
   Poco se tardó en saber que no eran nada hurañas, y los hombres se transmitieron la nueva. Hacían el amor con tal refinamiento, que dejaban muy atrás el ardor de sus rivales terrestres. El número ya grande de solteras aumentó.
  Y seguían cayendo del cielo, más deseables que nunca, eclipsando a la mujer más maravillosa. Sólo el amor contaba para los hombres, y ellas no envejecían.
   Mucho tiempo pasó antes de que se dieran cuenta de que eran estériles.
  Así que, cuando medio siglo más tarde sus robustos amantes llegaron de Venus, sólo quedaban en la Tierra hombres decrépitos y mujeres ancianas.
   Tuvieron con ellos muchos cuidados y los trataron sin brutalidad.

Pierre Versins, en Edmundo Valadés (ed.): El libro de la imaginación. México: F.C.E., 1976, pág. 175 

jueves, 19 de julio de 2012

El arte de Ovidio


Publio Ovidio Nasón ( 43 a. C. - 17 d. C. )

CIEN MUJERES DISTINTAS ME ENAMORAN

Yo no me atrevería a defender
mis desviadas costumbres, ni a esgrimir
defensas engañosas en favor de mis vicios.
Lo confieso –si sirve de algo
el confesar las culpas.
Ahora, tras confesarlo,
vuelvo insensatamente a mis delitos.
Odio y no me es posible
dejar de desear aquello que odio.
¡Ay, qué dura se hace de llevar
la carga que uno intenta sacudirse!
No tengo fuerzas ni jurisdicción
para ejercer dominio sobre mí.
Empujado me veo, como la nave
a la que arrastra un rápido torrente.
No hay un modelo exacto de hermosura
que sea el que despierta mis amores.
Existen cien motivos
para que yo siempre esté enamorado.
Si alguna está en sí misma recogida
con la mirada baja,
me abraso y su recato
es para mí emboscada que me tiende.
Si otra es provocativa, caigo preso
de que no sea una rústica, y me ofrece esperanzas
de que se moverá en el blando lecho.
Si se muestra intratable, imitadora
de las sabinas rigurosas, pienso
que quiere, pero está disimulando
en el fondo. Si culta eres, me encantas
por esas raras artes que te adornan.
Mas, si eres ignorante,
me has complacido por tu ingenuidad.
Dice una que los versos de Calímaco
son rústicos al lado de los míos:
al instante me agrada
esa mujer a la que yo le agrado.
También existe la que me critica
a mí como poeta y a mis versos:
pues sobre mí quisiera yo los muslos
de esa que me censura.
Avanza delicada: me cautiva
su movimiento. Brusca es esta otra,
pero al tocar a un hombre podría ser más tierna.
A ésta, porque canta dulcemente
y modula la voz con gran soltura
quisiera darle besos robados mientras canta.
Ésa pulsa las cuerdas lastimeras
con su pulgar experto. ¿Quién podría
no enamorarse de tan doctas manos?
Aquella con su gesto nos deleita,
mueve los brazos cadenciosamente
y ondula su costado delicado
con suavidad: para no hablar de mí
que me conmuevo con cualquier motivo,
pon a Hipólito y será un Príapo.
Tú, por lo alta que eres, te pareces
a antiguas heroínas y en la cama
puedes ocupar todo con tu cuerpo.
Ésta se presta por su pequeñez
a ser acariciada. Por las dos
yo me pierdo: la grande y la pequeña
van bien para mi gusto.
Una no está arreglada: me imagino
cuánto le añadiría el que lo estuviera.
Otra está engalanada:
ella misma me muestra sus encantos.
La de piel blanca me cautivará,
y me cautivará la sonrosada.
También en el color de piel oscuro
resulta el amor grato.
Si caen negros cabellos sobre el cuello de nieve,
Leda fue deseable por su pelo moreno.
Y si es rubia, resulta que la Aurora
gustó por su cabello de color azafranado.
Mi amor se adapta a todas las historias.
La juventud me atrae, la madurez me llama.
La primera es mejor por su hermosura,
por su comportamiento agrada la otra.
En fin, a esas muchachas que el buen gusto
de todo el mundo aprueba en Roma entera,
mi amor las ambiciona a todas ellas.

[Amores, 2, 4. Trad. Juan Antonio González Iglesias]



REMEDIOS CONTRA EL AMOR (selección)

El amante recompensado, ebrio de felicidad, gócese y aproveche el viento favorable a su navegación; mas el que soporta a regañadientes el imperio de una indigna mujer, busque la salud acogiéndose a las reglas que prescribo. (...) El Amor es fecundo en pretextos y encuentra su alimento en demorar las resoluciones; el día más próximo es el mejor para romper sus lazos. (...) Yo he visto heridas fáciles de cicatrizar al principio, que llegaron a ser incurables por la dilación y el abandono. (...) Apenas te sientas necesitado de los recursos de mi arte, escucha mis consejos, rehuye la ociosidad que favorece al amor, lo  sustenta una vez nacido y es la causa y el alimento de mal tan delicioso. Si vences la ociosidad romperás el arco de Cupido, y blanco de tu desprecio, caerán por el suelo sus antorchas apagadas. (...) ¿Quieres ahuyentar al amor? El amor odia al trabajo; ocupa las horas, y tu salud quedará asegurada.(...) Tú que no aciertas a separarte del ídolo amado, tú que quieres ser libre y no puedes, habrás de recibir mis lecciones. Ten presentes a todas horas las infidelidades de tu aviesa amiga, y no borres de tu memoria las pérdidas que te ocasiona. (...) Reflexiona  día tras día sobre los defectos de tu amiga, y continuando en el mismo tema logra recuperar la salud. (...) Cuanto puedas, mira desde el punto de vista más desfavorable las dotes de tu amada, y que turbe tu buen juicio la línea que separa el mal del bien. Llámala rechoncha si está llena de carnes; si es morena, califícala de negra, y puedes notar de flaca a la que alardea de su esbeltez; si no te ofenden sus toscas maneras, tenla por desvergonzada, y si aparece modesta, despréciala por insípida.(...) Cuando la inclinación se divide entre dos personas, la influencia de la una debilita el poder de la otra. Los ríos caudalosos menguan divididos en multitud de arroyos, y la llama se extingue quitándole la leña de que se alimenta. Una áncora no basta a sujetar las barnizadas naves, ni un solo anzuelo a quien pesca en las corrientes aguas. El que de antemano se preparó un doble solaz, desde entonces aseguró su victoria sobre la fortaleza enemiga. Ya que te entregaste con tan poca cautela a una sola, busca al menos desde ahora su nueva rival. (...) Siempre un nuevo amor acaba con el precedente (...) El amor perdura largo tiempo alimentado por los celos; si quieres ahogarlo en tu pecho, ahoga la desconfianza. (...) Si permaneces solo, te dominará la tristeza, y la cara de tu prenda abandonada se ofrecerá a tu vista como si fuese su misma persona; la noche es más triste que la claridad del día, porque en ella le falta al desdichado el consuelo de los amigos que distraen las penas. No rehuyas la conversación, no cierres la puerta de tu casa, ni sepultes el atribulado semblante en las tinieblas. (...) Si puedes, trasládate a otro hemisferio. El estómago hambriento no es dueño de contenerse ante una mesa bien surtida, y el arroyo que salta incita la congoja del sediento. Difícil empresa la de detener al toro que ve a la ternera, y el potro generoso relincha cuando divisa la yegua. (...) Echa un candado a la lengua, y tu discreción alcanzará el debido premio. Tú, que pregonas los cien motivos que tuviste para romper definitivamente con ella, y las muchas razones que provocaron tus fundadas quejas, cesa en las lamentaciones, véngate mejor callando, y así llegarás a olvidarla sin sentimiento. Preferible es que calles a manifestar que la desprecias. El que confiesa a todos que no ama, ama todavía. (...) Es un crimen aborrecer hoy a la que amabas ayer: tan rápidas mudanzas sólo convienen a caracteres violentos y atroces; basta que no te preocupes de ella: el que trueca el amor en odio, o ama o siente el fin de sus males. (...) Es cosa común acusar a la delincuente y quererla. Cuando el resentimiento desaparece, el amor, libre de lazos, se aleja con prontitud. (...) No declares qué motivos tienes para desear la ruptura, ni confieses la causa de los dolores que padeces en secreto; no le reproches sus deslealtades, porque te abrumará con sus razones; al revés, procura que su causa parezca mejor que la tuya: el que calla da pruebas de entereza, y el que llena de oprobios a su amada, le pide una contestación que le satisfaga. (...) De poca entidad es lo que me queda por advertiros; sin embargo, fue útil a muchos, entre los cuales me cuento. No te entretengas en leer las misivas que guardes de tu dulce amiga: el temple más firme vacila con tan peligrosa lectura. Aun a tu pesar, entrégalas al fuego. (...) Si puedes, aparta de ti su imagen. (...) Asimismo te afligirá la vista de muchos sitios; huye de aquellos que por haber sido testigos de tus dichas, te produzcan impresiones dolorosas.(...) El vino predispone el ánimo al placer, si no se apura con abundancia; mas la embriaguez entorpece nuestros ardientes deseos. Con el viento se aviva la llama, y con el viento se extingue; si es ligero la alimenta, si huracanado la destruye. O no te embriagues, o, si lo hicieres, sea tan grande la borrachera, que te libre de todos los cuidados: en tal alternativa, el justo medio es siempre dañoso.(...) Hombres y mujeres, que sanasteis por la bondad de mis avisos, algún día daréis a vuestro poeta piadosas acciones de gracias.
[Trad. Don Germán Salinas]

martes, 10 de julio de 2012

Cees Nooteboom, filósofo

Cees Nooteboom (1933)
   El poeta, narrador y viajero Cees Nooteboom es uno de los mejores analistas del amor dentro de la literatura actual. Prácticamente todas sus obras de ficción abordan este enigma, y en algunas de ellas se repite una perspectiva platónica: "El amor está en el que ama, no en aquel que es amado". De esta comprobación surge el matiz consolador del amor en todas sus novelas, su carácter apotropaico (y por cierto que Mircea Eliade encuentra una misma función apotropaica en el mito y Hans Blumenberg en los primeros relatos al calor del fuego en el tiempo de las cavernas). El amor es el gran consuelo del hombre, viene a decirnos (y a mostrarnos) Cees Nooteboom. La perspectiva novedosa del autor holandés es que hasta cuando se halla desnivelado, o incluso no correspondido, también tiene efectos benéficos, ya que amar implica siempre una elevación de la vida, y en ocasiones es su curación.
   Como Platón, Nooteboom relaciona a Eros con un ser intermedio, ni divino ni humano, que los griegos llamaban démon, y los occidentales ángel. En ambos casos son seres mestizos, en la versión platónica un fruto de la Pobreza y el Recurso. El enamorado siente brotar las alas de la productividad y la salud, aunque también la carencia y el desaliento: se siente vivir. En Perdido el paraíso (2006), su última novela hasta la fecha, Nooteboom narra dos historias de amor no-desgraciado: la de Alma, una joven brasileña violada en su país y que logra curarse de la herida en Australia gracias a las atenciones distantes de un aborigen, y la de Erik Zondag, el obligado alter-ego del autor, ese viajero transterrado con múltiples fisonomías en sus novelas, que en esta ocasión siente la presencia del ángel erótico en un juego (de inspiración real) situado en la ciudad australiana de Perth, donde Alma representa una estatua viviente que debe ser descubierta por los asistentes a un congreso de literatura. No es importante que Alma sea abandonada por el insondable aborigen, o que Erik apenas pueda entrever las puertas del soñado paraíso en la bacanal de ángeles el último día del congreso, perdidamente enamorado del símbolo más que de la propia chica brasileña. Lo que perseguían ambos seres sufrientes lo consiguen en uno y otro caso, pues renacen a la vida con sus propios medios, ayudados desde fuera con el aleteo de alguien que a su vez sentirá ese renacer por otro u otros. La productividad no es posible sin un vacío previo, y la mayor poiesis es la vida propia.

Platón: el mito de Eros

Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y, entre otros, estaba también Poros*, el hijo de Metis. Después que terminaron de comer, vino a mendigar Penía*, como era de esperar en una ocasión festiva, y estaba cerca de la puerta. Mientras, Poros, embriagado de néctar –pues aún no había vino–, entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la embriaguez, se durmió. Entonces Penía, maquinando, impulsada por su carencia de recursos, hacerse un hijo de Poros, se acuesta a su lado y concibió a Eros. Por esta razón, precisamente, es Eros también acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta del nacimiento de la Diosa y al ser, a la vez, por naturaleza un amante de lo bello, dado que también Afrodita es bella. Siendo hijo, pues, de Poros y Penía, Eros se ha quedado con las siguientes características. En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es más bien duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo a la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además, en el medio de la sabiduría y la ignorancia.

Banquete, 203b - 203e

(*) Penía es, evidentemente, la personificación de la Pobreza (...). Poros no es la personificación de su contrario, ya que éste es Pluto. De acuerdo con su etimología (...) podría equivaler al español Recurso. (N. del T.: M. Martínez Hernández)

viernes, 29 de junio de 2012

El amor platónico

El célebre pasaje del Banquete donde Diotima, la maga de Mantinea, expone a un joven Sócrates el proceso de aprendizaje del amor a la Belleza suele conocerse como "Escalera del Amor" y justifica el tópico del amor platónico como amor espiritual sin intervención de la carne. 
El Banquete es la obra más legible de Platón, no precisa de una preparación especial, aunque admite muchos niveles de lectura. Se la sitúa antes del Fedro y contemporánea de la República, redactada en la década del 380 al 370 a C. Las circunstancias que rodean al encuentro de comensales que da lugar a la celebración son, sin embargo, anteriores, y por una vez muy precisos: enero del 416 a C. El dramaturgo Agatón ha ganado un festival de tragedias y lo celebra durante varios días, en la segunda noche se reúnen en su casa para comer, beber e improvisar loas y discursos sobre el amor una serie de personajes entre los que se encuentran el propio Agatón, Aristófanes (que relata el bellísimo mito del andrógino), un Sócrates de 53 años y ya al final, de madrugada, irrumpe Alcibíades borracho, cuando casi todos duermen, y confiesa su amor desgraciado por su maestro, en uno de los episodios que justifican por sí solos la fama de estilista de Platón.
El discurso de Sócrates llega en sexto y último lugar, y se compone de una refutación de ideas escuchadas anteriormente, la exposición del mito de Eros (según se lo escuchó a Diotima) en que lo asimila a un demon, una interpretación de éste en que lo relaciona con el amor a la sabiduría y al Bien/Belleza, y finalmente la famosa Escalera del Amor que resume el ideario con un ejemplo educativo.
Por supuesto, Diotima es un personaje inventado, y el Sócrates que habla aquí es un trasunto del propio Platón y su vibrante y enloquecedora costumbre de mezclar sucesos reales con fantásticos, ideas propias y ajenas. La teoría de Diotima es la teoría platónica, y por eso es justo considerar este pasaje como ejemplo arquetípico del "amor platónico".
El amor platónico es el amor a la filosofía. Sólo de un modo metafórico parece servir para hablar del amor humano. De hecho puede considerarse con Gregory Vlastos que nada hay más alejado de éste que esa expresión idealizada de la pasión por las conversaciones y la contemplación de las Ideas o Formas. Ahora bien, ocurre que el amor humano ha quedado retratado (y para siempre) en el fantástico mito del andrógino de Aristófanes, ahora se trata de exponer otro misterio, otra posibilidad, que por cierto posee un poder de atracción incuestionable, como si desvelara un fondo oculto en las profundidades de la naturaleza humana, una aspiración secreta. El lamento de Alcibiades representa esta confrontación entre el frío discurrir sobre las Formas y la pasión amorosa individual, y se explica en parte porque el proceso de aprendizaje a través de etapas en forma de escalera reconoce el poder de la sexualidad y el cuerpo como iniciación natural en los misterios de Eros. Enamorarse de un cuerpo, no de una persona, sino de una apariencia física: ese es el primer contacto natural con el erotismo. La promiscuidad es el segundo escalón, y no cuesta nada ver procesos personales e históricos en esta "evolución"; lo sorprendente es que el tercer peldaño conlleva la valoración de las conversaciones eruditas, el examen de las normas de conducta y el amor al conocimiento en lugar del anhelado "descubrimiento" del ser concreto que nos arrastraría al amor maduro. Es que Platón no habla de los amantes comunes, sino de los que decubren una vocación por algo que está más allá de la sensibilidad. Abandonando toda inclinación por la carne es como se accede al Océano de la Belleza, al éxtasis espiritual, última parada en el proceso sacerdotal de entrega al demon erótico. Como revela Allan Bloom, está implícita la disparidad entre una sociedad marcada por el ideal de la amistad, como es la griega, y otra cristina o judía marcada por el ideal del matrimonio. Cuando esperábamos una glorificación de la pareja, Platón nos arroja al círculo de amigos que dialoga y asciende en su propia consideración a medida que comprende el mundo que le rodea y a aquellos que han decidido hacer ese mismo camino pertrechados con un ansia y una sed equivalentes. Allá al fondo, entre árboles frutales y verduras, aguarda con su afable sonrisa Epicuro de Samos.

Referencias:
Martha C. Nussbaum: La fragilidad del bien. Madrid: Visor, 1995, pp. 229-268.
Allan Bloom: Amor y Amistad. Santiago de Chile: Andrés Bello, 1996, pp. 473-599.

domingo, 24 de junio de 2012

Platón: la Escalera del Amor

Giambattista Gigola - El Banquete de Platón (ca. 1790)
Éstas son, pues, las cosas del amor en cuyo misterio también tú, Sócrates, tal vez podrías iniciarte. Pero en los ritos finales y suprema revelación, por cuya causa existen aquéllas, si se procede correctamente, no sé si serías capaz de iniciarte. Por consiguiente, yo misma te los diré -afirmó- y no escatimaré ningún esfuerzo; intenta seguirme, si puedes. Es preciso, en efecto –dijo- que quien quiera ir por el recto camino a ese fin comience desde joven a dirigirse hacia los cuerpos bellos. Y, si su guía lo dirige rectamente,enamorarse en primer lugar de un solo cuerpo y engendrar en él bellos razonamientos;luego debe comprender que la belleza que hay en cualquier cuerpo es afín a la que hay en otro y que, si es preciso perseguir la belleza de la forma, es una gran necedad no considerar una y la misma la belleza que hay en todos los cuerpos. Una vez que haya comprendido esto, debe hacerse amante de todos los cuerpos bellos y calmar ese fuerte arrebato por uno solo, despreciándolo y considerándolo insignificante. A continuación debe considerar más valiosa la belleza de las almas que la del cuerpo, de suerte que si alguien es virtuoso del alma, aunque tenga un escaso esplendor, séale suficiente para amarle, cuidarle, engendrar y buscar razonamientos tales que hagan mejores a los jóvenes, para que sea obligado, una vez más, a contemplar la belleza que reside en las normas de conducta y a reconocer que todo lo bello está emparentado consigo mismo, y considere de esta forma la belleza del cuerpo como algo insignificante. Después de las normas de conducta debe conducirle a las ciencias, para que vea también la belleza de éstas  y, fijando ya su mirada en esa inmensa belleza, no sea, por servil dependencia, mediocre y corto de espíritu, apegándose, como un esclavo, a la belleza de un solo ser, cual la de un muchacho, de un hombre o de una norma de conducta, sino que, vuelto hacia ese mar de lo bello y contemplándolo, engendre muchos bellos y magníficos discursos y pensamientos en ilimitado amor por la sabiduría, hasta que fortalecido entonces y crecido descubra una única ciencia cual es la ciencia de una belleza como la siguiente. Intenta ahora -dijo- prestarme la máxima atención posible. En efecto, quien hasta aquí haya sido instruido en las cosas del amor, tras haber contemplado las cosas bellas en ordenada y correcta sucesión, descubrirá de repente, llegando ya al término de su iniciación amorosa, algo maravillosamente bello por naturaleza, a saber, aquello mismo, Sócrates, por lo que precisamente se hicieron todos los esfuerzos anteriores, que, en primer lugar, existe siempre y ni nace ni perece, ni crece ni decrece; en segundo lugar, no es bello en un aspecto y feo en otro, ni unas veces bello y otras no, ni bello respecto a una cosa y feo respecto a otra, ni aquí bello y allí feo, como si fuera para unos bello y para otros feo. Ni tampoco se le aparecerá esta belleza bajo la forma de un rostro ni de unas manos ni de cualquier otra cosa de las que participa un cuerpo, ni como razonamiento, ni como una ciencia, ni como existente en otra cosa, por ejemplo, en un ser vivo, en la tierra, en el cielo o en algún otro, sino la belleza en sí, que es siempre consigo misma específicamente única, mientras que todas las otras cosas bellas participan de ella de una manera tal que el nacimiento y muerte de éstas no le causa ni aumento ni disminución, ni le ocurre absolutamente nada. Por consiguiente, cuando alguien asciende a partir de las cosas de este mundo mediante el recto amor de los jóvenes y empieza a divisar aquella belleza, puede decirse que toca casi el fin. Pues ésta es justamente la manera correcta de acercarse a las cosas del amor o de ser conducido por otro: empezando por las cosas bellas de aquí y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente, en base a aquella belleza, de uno solo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y partiendo de éstos terminar en aquel conocimiento que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca al fin lo que es la belleza en sí.
Banquete, 209d - 211c

miércoles, 13 de junio de 2012

Kundera sobre el amor

Toda relación amorosa se basa en una serie de convenios que, sin escribirlos, los amantes establecen imprudentemente durante las primeras semanas de amor. Están todavía como en sueños, pero al mismo tiempo redactan como abogados implacables las cláusulas detalladas del contrato. ¡Oh, amantes, sed cautelosos durante esos primeros días! ¡Si le lleváis el desayuno a la cama os veréis obligados a hacerlo siempre, a menos que queráis ser acusados de desamor y traición! [ pág. 61 ].

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Uno de los remedios usuales contra la propia miseria es el amor. Porque aquel que es amado de un modo absoluto no puede ser miserable. Todos sus defectos son redimidos por la mirada mágica del amor (...). Lo absoluto del amor es en realidad el deseo de una identidad absoluta [ pág. 177 ].

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Lo que le interesaba a Tamina eran sus preguntas. No el contenido, sino el simple hecho de que le preguntase. ¡Dios mío, cuánto tiempo hace que nadie le pregunta nada! ¡Parece toda una eternidad! Solamente su marido le preguntaba sin cesar, porque el amor es un preguntar constante. Sí, no conozco ninguna definición mejor del amor [ pág. 233 ].

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El sexo no es amor, es sólo un territorio del que el amor se apodera [ pág. 262].

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La mujer a la que Jan quiso tanto tenía razón cuando le dijo que lo que la mantenía con vida era tan solo el hilo de una tela de araña. Basta con tan poco, el leve soplo de una brisa, las cosas cambian un poquito de sitio y aquello por lo cual el hombre había estado dispuesto hasta hace un momento a dar su vida, aparece de pronto como un contrasentido sin contenido alguno [ pág. 312 ].


Milan Kundera: El libro de la risa y el olvido. Barcelona: Seix Barral, 1987.

viernes, 1 de junio de 2012

El inquietante Robert Aickman (2)

     Si una impresión se repite al leer los cuentos de Aickman es que no hay futuro para el humano deseo de amar y ser amado. La muchacha que, en "Hand in Glove" (1979), se decide a romper con su novio termina encontrándolo en forma de pesadilla ligado a un paraje maldito y fantasmal, con una iglesia que alberga algo innombrable, un funeral y una guardiana de objetos perdidos que actúan como imanes que obligan a volver a sus dueñas para someterse a la única manera de arreglar un corazón destrozado: amar / ser amado; pero, si no, matar / ser matado.
   En uno de sus primeros relatos, “Ringing the Changes” (1955), un matrimonio con edades muy dispares, ella muy joven, él ya mayor, elige para su luna de miel un pueblo casi perdido en la costa. Desde que llegan están escuchando el tañido de las campanas, ensordecedor y opresivo. En el hotel están prácticamente solos. Salen en busca del mar y no lo encuentran, sólo perciben un olor nauseabundo. Regresan al hotel. Un inquilino, el comandante Shotcroft, advierte al marido de que el repicar de las campanas tiene como objetivo despabilar a los muertos, así que les aconseja marcharse. La joven esposa no parece molesta por el ruido, no quiere irse. Después de la cena suben a su habitación y empieza el alboroto, la gente grita que los muertos han despertado y una masa entra en el hotel bailando, destrozándolo todo a su paso. Suben hasta la habitación del matrimonio y el marido no puede impedir que se lleven a su esposa; más tarde la encuentra en los bajos del hotel, con el camisón desgarrado. Shotcroft le reprocha no haber sido más enérgico. A la mañana siguiente se marchan, completamente destruidos.
     El más famoso de sus cuentos es "The Swords" (1969). Un joven viajante de comercio asediado por el despertar del deseo recala en un pueblo en el que descubre una feria descabalada, y en ella un siniestro espectáculo: una atractiva joven se somete a una más que simbólica ceremonia por parte del público masculino: le clavan espadas en el cuerpo y luego se despiden con un beso. Nuestro adolescente huye; pero ya va marcado por la escena. Al día siguiente encuentra a la chica con su protector, y se le ofrece la posibilidad de un espectáculo privado. Será su iniciación sexual, tan terrible como pueda uno imaginarse. 

"La mano en el guante", en Edward L. Ferman y Anne Jordan (eds.): Horror 5. Barcelona: Martínez Roca, 1989, 254-277.
"Campanas y metamorfosis", en José A. Llorens (ed.): Narraciones terroríficas. Antología de cuentos de misterio. Séptima selección. Barcelona: Acervo, 1966, pp. 145-180.
 "Las espadas", en Hartwell, David G. (ed.): El Gran Libro del Terror. Barcelona: Martínez Roca, 1989, pp. 154-172


jueves, 31 de mayo de 2012

El inquietante Robert Aickman (1)

Un  joven busca trabajo y encuentra un puesto de cartero provisional en un poblado vecino del de sus padres. Recorre largos trayectos a campo través en su bicicleta, vigila la casa de una misteriosa mujer casada y emprende una extraña correspondencia con ella. De vez en cuando la ve por la calle, siempre de compras. Es elegante, es bella, necesita ayuda; pero no por ello le promete nada. Él empieza a quererlo todo. Le alquila una habitación en una vivienda familiar con la esperanza de animarla a huir con él y así alejarla de su violento marido, del país incluso. Ella acude a la casa; enseguida parece encontrar una aliada natural en la dueña y sus siete diablillos, que la tratan como a una reina. El joven cartero debe correr con los gastos de todo. Ella le sigue advirtiendo que no va a conseguir nada, y en efecto, pronto va a descubrir que nunca será para él. En un arrebato, le exige que se quite su bonito vestido; pero debajo tiene otro, y luego otro más. ¿Quién es esta extraña mujer? "Soy la persona que cada cartero encuentra al final", le dice, con una de esas frases que sólo quedan bien en los libros. También comenta que no es que no le guste su vida, sino que ella no vive, y uno tiende a interpretarlo literalmente. El cuento se llama "Letters to the Postman" (1980) y lo firma Robert Aickman.

"Correo para el cartero”, en Terry Carr: Fantasías. Los mejores relatos de la narrativa fantástica actual. Barcelona: Martínez Roca, 1989, pp. 14-46.

martes, 24 de abril de 2012

Una mujer persistente

   Temple, agotado, estaba resuelto a abandonar a su mujer; sus atroces riñas lo estaban matando; cuando regresó a casa con amarga renuencia, seguía alterado por la furia de la discusión de esa mañana; era difícil liberarse de Sarah, pero tenía que hacerlo; Temple estaba resuelto.
   Sarah se encontró con él en el sombrío sendero que conducía a su casa y se aferró silenciosamente a su brazo; sin duda se arrepentía, pero Temple no pensaba dejarse ablandar.
   No despegó los labios y trató de soltarse, pero ella se aferraba tenazmente.
   Cuando llegaron a su hogar, Temple lo encontró conmocionado; en medio de la escena fantasmagórica, alguien le informó que habían descubierto a su mujer en el estanque.
   —¡Fue un suicidio, pobrecita!
   Y su hermano le susurró:
   —Estás libre.
   Pero Temple sonrió a la rencorosa forma que estrechaba su brazo y supo que nunca se libraría de Sarah.


Marjorie Bowen (1927), en Richard Dalby (sel.): Escritoras del siglo XX. Relatos de fantasmas. Barclona: Planeta, 1988, p. 169.


Marjorie Bowen (1885-1952)