El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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martes, 17 de marzo de 2020

La habitación de Pascal

   Diversión.- Cuando me pongo de vez en cuando a sopesar las diversas agitaciones de los hombres, los peligros y las penalidades a las que se exponen, ya sea en la corte o en la guerra, de donde proceden tantas disputas y tantas pasiones, tantas empresas atrevidas y a menudo malvadas, me doy cuenta de que todas las desgracias de los hombres vienen de una sola cosa, de no saber quedarse quietos en una habitación. Alguien que tenga lo suficiente para vivir, si supiera quedarse en su casa a gusto, no saldría de ella para embarcarse o para sitiar alguna plaza. Si adquirimos a tal alto precio un puesto en el ejército es porque hallamos insoportable no poder salir de la ciudad. Si perseguimos las conversaciones y las diversiones de los juegos es porque no podemos quedarnos a gusto en casa.

Blaise Pascal: Pensées. París: Garnier-Flammarion, 1987, pág. 86
[ Brunschvicg 139 / Lafuma 136 ]


jueves, 29 de marzo de 2018

Al señor J. J. Rousseau

30 de agosto [1755]
Muy señor mío:
He recibido vuestro reciente libro* contra el género humano; os quedo muy agradecido. Gustaréis a los hombres, a quienes decís sus verdades, pero no los corregiréis. No es posible pintar con colores más sombríos los horrores de la sociedad humana, de la que nuestra ignorancia y nuestra debilidad esperan tantos consuelos. Nunca se había dedicado tanto talento a reducirnos al estado animal; leyendo vuestra obra entran deseos de andar a cuatro patas. Sin embargo, como hace más de sesenta años que he perdido esta costumbre, me doy cuenta de que por desgracia me es imposible volver a adoptarla, y dejo estos andares naturales a los que son más dignos de ellos que vos y que yo. Tampoco puedo embarcarme para ir en busca de los salvajes del Canadá; en primer lugar porque las dolencias que me abruman me retienen al lado del mejor médico de Europa, y sé que no encontraría los mismo cuidados entre los missouris; y en segundo lugar porque la guerra hace estragos en aquellas tierras, y los ejemplos de nuestras naciones han convertido a los salvajes en casi tan malvados como nosotros. Me conformo con ser un salvaje tranquilo, en la soledad que he elegido cerca de vuestra patria, en la que vos debiérais estar.

Voltaire: Obras. Barcelona: Vergara, 1968, págs. 854-855 [Trad. Carlos Pujol]
  __________
* Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) acababa de enviar a Voltaire su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombre (1755).
 

jueves, 9 de julio de 2015

La fábula de los erizos

Un grupo de erizos se apiñaba en un frío día de invierno para evitar congelarse calentándose mutuamente. Sin embargo, pronto comenzaron a sentir unos las púas de los otros, lo cual les hizo volver a alejarse. Cuando la necesidad de calentarse los llevó a acercarse otra vez, se repitió aquel segundo mal; de modo que anduvieron de acá para allá entre ambos sufrimientos hasta que encontraron una distancia mediana en la que pudieran resistir mejor. - Así la necesidad de compañía, nacida del vacío y la monotonía del propio interior, impulsa a los hombres a unirse; pero sus muchas cualidades repugnantes y defectos insoportables los vuelve a apartar a unos de otros. La distancia intermedia que al final encuentran y en la cual es posible que se mantengan juntos es la cortesía y las buenas costumbres. En Inglaterra a quien no se mantiene a esa distancia se le grita: keep your distance! - Debido a ella la necesidad de calentarse mutuamente no se satisface por completo, pero a cambio no se siente el pinchazo de las púas. - No obstante, el que posea mucho calor interior propio hará mejor en mantenerse lejos de la sociedad para no causar ni sufrir ninguna molestia.

Arthur Schopenhauer: Parerga y Paralipómena II. Madrid: Trotta, 2014, p. 665 [Trad. Pilar López de Santamaría -levemente modificada-] 






miércoles, 5 de febrero de 2014

El demonio de Sócrates, según Descartes

Me atrevo a decir que la alegría interior alberga una fuerza secreta que llega a favorecer la fortuna (...). Tengo infinidad de experiencias al respecto y la autoridad de Sócrates para confirmar esta opinión. Las experiencias consisten en haberme dado cuenta de que a menudo las cosas hechas con el corazón contento y sin oposición interna suelen acabar felizmente (....), y eso que se conoce como el demonio de Sócrates no es sin duda más que la costumbre que él tenía de seguir sus inclinaciones internas, con la convicción de que acabaría bien todo aquello que se propusiera con un sentimiento de alegría, y que, al contrario, las cosas acabarían mal si se dejaba llevar por la tristeza. Sin embargo, es cierto que parece superstición creerlo tanto como dicen que hacía él, ya que según informa Platón ni salía de casa cuando su demonio se lo desaconsejaba. En lo que toca a las acciones importantes de la vida, cuando las encontramos tan dudosas que la prudencia no logra indicarnos qué hacer, me parece muy razonable seguir el consejo de este demonio, y útil estar persuadido de que las cosas que emprendemos sin oposición alguna, con esa libertad que suele acompañar a la alegría, nos irán siempre bien.

René Descartes: Lettre à Élisabeth (1646), en OEuvres Philosophiques. Tome III (1643-1650). París: Garnier, 1973, págs. 679-680.

Princesa Élisabeth de Bohemia, corresponsal de Descartes

miércoles, 29 de enero de 2014

El Caso de los Cerebros en una Cubeta



   He aquí una posibilidad de ciencia-ficción discutida por los filó­sofos: imaginemos que un ser humano (el lector puede imaginar que es él quien sufre el percance) ha sido sometido a una operación por un diabólico científico. El cerebro de tal persona (su cerebro, querido lector) ha sido extraído del cuerpo y colocado en una cubeta de nu­trientes que lo mantienen vivo. Las terminaciones nerviosas han sido conectadas a una computadora supercientífica que provoca en esa per­sona la ilusión de que todo es perfectamente normal. Parece haber gente, objetos, cielo, etc.; pero en realidad todo lo que la persona (us­ted) está experimentando es resultado de impulsos electrónicos que se desplazan desde la computadora hasta las terminaciones nerviosas. La computadora es tan ingeniosa que si la persona intenta alzar su mano, el «feedback» que procede de la computadora le provocará que «vea» y «sienta» que su mano está alzándose. Por otra parte, mediante una simple modificación del programa, el diabólico científico puede provocar que la víctima «experimente» (o alucine) cualquier situación o entorno que él desee. También puede borrar la memoria de funcio­namiento del cerebro, de modo que la víctima crea que siempre ha estado en ese entorno. La víctima puede creer incluso que está senta­do, leyendo estas mismas palabras acerca de la suposición, divertida aunque bastante absurda, de que hay un diabólico científico que ex­trae cerebros de los cuerpos y los coloca en una cubeta de nutrientes que los mantiene vivos. Las terminaciones nerviosas se suponen co­nectadas a una computadora supercientífica que provoca en la perso­na la ilusión de... 
   (...)
   En lugar de imaginar un solo cerebro en una cubeta, podemos ima­ginar que los seres humanos (quizá todos los seres sintientes) son ce­rebros en una cubeta (o sistemas nerviosos en una cubeta, en el caso de algunos seres que sólo poseen un sistema nervioso mínimo, pero que ya cuentan como sintientes). Por supuesto, el diabólico científico tendría que estar fuera —¿o querría estarlo? Quizá no exista ningún diabólico científico, quizá (aunque esto es absurdo) el mundo consis­ta en una maquinaria automática que está al cuidado de una cubeta repleta de cerebros y sistemas nerviosos.
   Supongamos esta vez que la maquinaria automática está progra­mada para ofrecernos a todos una alucinación colectiva, en lugar de unas cuantas alucinaciones separadas y sin relación. De forma que cuando me parece estar hablando con usted, a usted le parece estar oyendo mis palabras. Mis palabras no llegan realmente a sus oídos, por supuesto —porque usted no tiene oídos (reales), ni yo tengo boca o lengua reales. Pero cuando emito mis palabras, lo que ocurre en realidad es que los impulsos aferentes se desplazan desde mi cerebro hasta el ordenador, el cual a su vez provoca que yo «oiga» mi propia voz profiriendo esas palabras y «sienta» el movimiento de mi lengua, y que usted «oiga» mis palabras, y me «vea» hablando, etc. En este caso, nos comunicamos realmente, hasta cierto punto. Yo no estoy equivocado con respecto a su existencia real (sólo lo estoy con respec­to a la existencia de su cuerpo y del «mundo externo», aparte de los cerebros). En cierta medida, tampoco importa que «el mundo ente­ro» sea una alucinación colectiva; después de todo, cuando me dirijo a usted, usted oye realmente mis palabras, si bien el mecanismo no es el que suponemos. (Si fuéramos dos amantes haciendo el amor y no dos personas manteniendo una conversación, la insinuación de que únicamente somos dos cerebros en una cubeta podría ser molesta, des­de luego.)
   Deseo formular ahora una pregunta que parecerá obvia y bastan­te estúpida (al menos a algunos, incluyendo a algunos filósofos su­mamente sofisticados), pero que tal vez nos sumerja con cierta rapi­dez en auténticas profundidades filosóficas. Supongamos que toda esta historia fuera realmente verdadera. Si fuéramos cerebros en una cu­beta, ¿podríamos decir o pensar que lo somos?
   Voy a argumentar en favor de la respuesta «no, no podríamos». En realidad, voy a argüir que la suposición de que realmente somos cerebros en una cubeta, pese a no violar ley física alguna y a ser per­fectamente consistente con todas nuestras experiencias, no puede ser verdadera. Y no puede ser verdadera porque, en cierto modo, se auto­rrefuta.
Hilary Putnam: Razón, verdad e historia [1981]. Madrid: Tecnos, 1988. 
 
Hilary Putnam (1926), por David Levine

martes, 17 de septiembre de 2013

Qué es la filosofía

La filosofía, según entenderé la palabra, es algo intermedio entre la teología y la ciencia. Como la teología, consiste en especulaciones sobre temas de los cuales, hasta aquí, ha sido inalcanzable un conocimiento definido; pero como la ciencia, apela a la razón humana más que a la autoridad, ya sea la de la tradición o la de la revelación. Todo conocimiento definido -así lo afirmaría yo- pertenece a la ciencia; todo dogma acerca de lo que sobrepasa el conocimiento definido pertenece a la teología. Pero entre la teología y la ciencia hay una tierra de nadie, expuesta al ataque por ambos lados; esta tierra de nadie es la filosofía. Casi todas las cuestiones de mayor interés para los espíritus especulativos son tales que la ciencia no puede responder, y las confiadas respuestas de los teólogos ya no parecen tan convincentes como en siglos anteriores. ¿Está dividido el mundo en mente y en materia, y, si es así, qué es la mente y qué es la materia? ¿Se halla la mente sujeta a la materia, o está dotada de facultades independientes? ¿Tiene el universo alguna unidad o propósito? ¿Hay realmente leyes de la naturaleza, o creemos en ellas solo por nuestro innato amor al orden? ¿Es el hombre lo que le parece al astrónomo, una minúscula masa de carbono impuso y de agua, que se arrastra impotente en un pequeño e insignificante planeta? ¿O es lo que se le antoja a Hamlet? ¿Es quizá ambas cosas a la vez? ¿Hay una norma de vida que es noble y otra que es baja, o todas las líneas de conducta son meramente fútiles? Si hay un modo de vida que es noble, ¿en qué consiste y como lo conseguiremos? ¿Debe el bien ser eterno para que merezca ser valorado, o es digno de que se lo busque incluso si el universo se mueve inexorablemente hacia la muerte? ¿Existe algo como la sabiduría, o lo que parece tal es simplemente el refinamiento último de la locura? A semejantes preguntas no puede encontrarse ninguna contestación en el laboratorio. Las teologías han declarado darles respuesta, todas demasiado precisas; mas su misma precisión es la causa de que las mentes modernas las miren con suspicacia. El estudiar estas cuestiones, si no el contestarlas, es la tarea de la filosofía.


Bertrand Russell: Historia de la Filosofía. Madrid: Aguilar, 1973, pág. 17.

 
Bertrand Russell (1872-1970)

miércoles, 17 de octubre de 2012

El Prometeo de Platón



   
   Hubo una vez un tiempo en que existían los dioses, pero no había razas mortales. Cuando también a éstos les llegó el tiempo destinado de su nacimiento, los forjaron los dioses dentro de la tierra con una mezcla de tierra y fuego, y de las cosas que se mezclan a la tierra y el fuego. Y cuando iban a sacarlos a la luz ordenaron a Prometeo y a Epimeteo que los aprestaran y les distribuyeran las capacidades a cada uno de forma conveniente. A Prometeo le pide permiso Epimeteo para hacer él la distribución. "Después de hacer yo el reparto, dijo, tú lo inspeccionas". Así lo convenció, y hace la distribución. En ésta, a unos les concedía la fuerza sin la rapidez y a los más débiles, los dotaba con la velocidad. A unos los armaba y, a los que les daba una naturaleza inerme, les proveía de alguna otra capacidad para su salvación. A aquellos que envolvía en su pequeñez, les proporcionaba una fuga alada o un habitáculo subterráneo. Y a los que aumentó en tamaño, con esto mismo los ponía a salvo. Y así, equilibrando las demás cosas, hacía su reparto. Planeaba con la precaución de que ninguna especie fuera aniquilada.
   Cuando les hubo provisto de recursos de huida contra sus mutuas destrucciones, preparó una protección contra las estaciones del año que Zeus envía, revistiéndolos con espeso cabello y densas pieles, capaces de soportar el invierno y capaces, también, de resistir los ardores del sol, y de modo que, cuando fueran a dormir, estas mismas les sirvieran de cobertura familiar y natural a todos. Y los calzó a unos con garras y revistió a los otros con pieles duras y sin sangre. A algunos les concedió que su alimento fuera devorar a otros animales, y les ofreció una exigua descendencia, y, en cambio, a los que eran consumidos por éstos, una descendencia numerosa, proporcionándoles una salvación a la especie. Pero. como no era del todo sabio Epimeteo, no se dio cuenta de que había gastado las capacidades en los animales; entonces todavía le quedaba sin dotar la especie humana, y no sabía qué hacer.
   Mientras estaba perplejo, se le acerca Prometeo que venía a inspeccionar el reparto, y que ve a los demás animales que tenían cuidadosamente de todo, mientras el hombre estaba desnudo y descalzo y sin coberturas, inerme. Precisamente era ya el día destinado, en el que debía también el hombre surgir de la tierra hacia la luz. Así que Prometeo, apurado por la carencia de recursos, tratando de encontrar una protección para el hombre roba a Hefesto y a Atenea su sabiduría profesional, junto con el fuego -ya que era imposible que sin el fuego aquélla pudiera adquirirse o ser de utilidad a alguien- y, así, luego la ofrece como regalo al hombre. De este modo, pues, el hombre consiguió tal saber para su vida; pero carecía del saber político, pues éste dependía de Zeus. Ahora bien, a Prometeo no le daba ya tiempo de penetrar en la acrópolis en la que mora Zeus; además los centinelas de Zeus eran terribles. En cambio, en la vivienda común de Atenea y de Hefesto, en la que aquéllos practicaban sus artes, podía entrar sin ser notado, y así robó la técnica de utilizar el fuego de Hefesto, y las otras que pertenecen a Atenea, y se las entregó al hombre. Y de aquí resulta la posibilidad de la vida para el hombre; aunque a Prometeo luego, a través de Epimeteo, según se cuenta, le llegó el castigo de su robo.
   Puesto que el hombre tuvo participación en el dominio de lo divino a causa de su parentesco con la divinidad, fue, en primer lugar, el único entre los animales en creer en los dioses, e intentaba construirles altares y esculpir sus estatuas. Después, articuló rápidamente, con conocimiento, la voz y los nombres, e inventó sus casas, vestidos, calzados, coberturas y alimentos del campo. Una vez equipados de tal modo, en un principio habitaban los humanos en dispersión, y no existía ciudades. Así que se veían destruidos por las fieras, por ser generalmente más débiles que aquéllas; y su técnica manual resultaba un conocimiento suficiente como recurso para la nutrición, pero insuficiente para la lucha contra las fieras. Pues aún no poseían el arte de la política, a la que el arte bélico pertenece. Ya intentaban reunirse y ponerse a salvo con la fundación de ciudades. Pero, cuando se reunían, se atacaban unos a otros, al no poseer la ciencia política; de modo que de nuevo se dispersaban y perecían.
   Zeus, entonces, temió que sucumbiera toda nuestra raza, y envió a Hermes que trajera a los hombres el sentido moral y la justicia, para que hubiera orden en las ciudades y ligaduras acordes de amistad. Le preguntó, entonces, Hermes a Zeus de qué modo daría el sentido moral y la justicia a los hombres: "¿Las reparto como están repartidos los conocimientos? Están repartidos así: uno solo que domine la medicina vale para muchos particulares, y lo mismo los otros profesionales. ¿También ahora la justicia y el sentido moral los infundiré así a los humanos o los reparto a todos?". "A todos, dijo Zeus, y que todos sean partícipes. Pues no habría ciudades, si sólo algunos de ellos participaran, como de los otros conocimientos. Además, impón una ley de mi parte: que al incapaz de participar del honor y la justicia lo eliminen como a una enfermedad de la ciudad".

Platón: Protágoras, 320c-320d


Prometeo (1636-1637), de Rubens (Museo del Prado)

Recorrido:

El Prometeo original de Hesiodo (siglo VIII a. C.)
El Prometeo filosófico de Platón (inicios del siglo IV a. C.)
El Prometeo romántico de Goethe (1774)
El Prometeo metafórico de Kafka (1919)

jueves, 19 de julio de 2012

Ensayo

En el segundo piso de su decaído castillo, hacia marzo de 1571, Miguel de Montaigne inventó el ensayo. "La palabra es nueva, pero la cosa es vieja", pocos años después anota, sin embargo, Bacon (Letters and Life, IV) y agrega: "Las Epístolas de Séneca a Lucilio son ensayos, vale decir, meditaciones dispersas, aunque en forma de epístolas". Con este criterio, cabría incluir en el catálogo de los precursores a Jenofonte, a Aristóteles, a Valerio Máximo, a Cicerón, a Plutarco, a Aulo Gelio, a Macrobio: todos ellos escribieron ensayos, de acuerdo con la calificación de "meditaciones dispersas" o de "composiciones irregulares, no trabajadas", que prefiere Johnson. Pero desde la primavera de 1571, la "nota personal", la sombra del autor mezclándose con el tema, caracteriza para siempre al género. Así, con mayor comprensión que felicidad, Edmund Gosse define: "El ensayo es un escrito de moderada extensión, generalmente en prosa, que de un modo subjetivo y fácil trata de un asunto cualquiera".
(...)
Por su informalidad, el ensayo es un género para escritores maduros. Quien se abstiene de toda tentación, fácilmente evitará el error. Con digresiones, con trivialidades ocasionales y caprichos, solamente un maestro forjará la obra de arte. Pero esta cuestión comunica el estudio del ensayo con los problemas centrales de la estética.
(...)
Un día sentimos que no hay otra esperanza en las letras que el dossier naturalista, o la comedia de enredo, o el sadismo, o el adulterio, o los sueños, o el viaje alegórico, o la novela pastoril, o el alegato social, o los enigmas policiales, o la picaresca; otro día nos preguntamos cómo alguien pudo interesarse en tan desoladas locuras. En medio de esta mudanza, históricamente justificable pero esencialmente arbitraria, hay algunos géneros perpetuos. Porque no depende de formas y porque se parece al fluir normal del pensamiento, el ensayo es, tal vez, uno de ellos.

Adolfo Bioy Casares: "Estudio preliminar", en Ensayistas Ingleses. Barcelona: Éxito (Clásicos Jackson, vol. XVIII) s/a, pp. ix, xxxi y xxxii

Adolfo Bioy Casares (1914-1999)

martes, 10 de julio de 2012

Platón: el mito de Eros

Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y, entre otros, estaba también Poros*, el hijo de Metis. Después que terminaron de comer, vino a mendigar Penía*, como era de esperar en una ocasión festiva, y estaba cerca de la puerta. Mientras, Poros, embriagado de néctar –pues aún no había vino–, entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la embriaguez, se durmió. Entonces Penía, maquinando, impulsada por su carencia de recursos, hacerse un hijo de Poros, se acuesta a su lado y concibió a Eros. Por esta razón, precisamente, es Eros también acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta del nacimiento de la Diosa y al ser, a la vez, por naturaleza un amante de lo bello, dado que también Afrodita es bella. Siendo hijo, pues, de Poros y Penía, Eros se ha quedado con las siguientes características. En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es más bien duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo a la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además, en el medio de la sabiduría y la ignorancia.

Banquete, 203b - 203e

(*) Penía es, evidentemente, la personificación de la Pobreza (...). Poros no es la personificación de su contrario, ya que éste es Pluto. De acuerdo con su etimología (...) podría equivaler al español Recurso. (N. del T.: M. Martínez Hernández)

domingo, 24 de junio de 2012

Platón: la Escalera del Amor

Giambattista Gigola - El Banquete de Platón (ca. 1790)
Éstas son, pues, las cosas del amor en cuyo misterio también tú, Sócrates, tal vez podrías iniciarte. Pero en los ritos finales y suprema revelación, por cuya causa existen aquéllas, si se procede correctamente, no sé si serías capaz de iniciarte. Por consiguiente, yo misma te los diré -afirmó- y no escatimaré ningún esfuerzo; intenta seguirme, si puedes. Es preciso, en efecto –dijo- que quien quiera ir por el recto camino a ese fin comience desde joven a dirigirse hacia los cuerpos bellos. Y, si su guía lo dirige rectamente,enamorarse en primer lugar de un solo cuerpo y engendrar en él bellos razonamientos;luego debe comprender que la belleza que hay en cualquier cuerpo es afín a la que hay en otro y que, si es preciso perseguir la belleza de la forma, es una gran necedad no considerar una y la misma la belleza que hay en todos los cuerpos. Una vez que haya comprendido esto, debe hacerse amante de todos los cuerpos bellos y calmar ese fuerte arrebato por uno solo, despreciándolo y considerándolo insignificante. A continuación debe considerar más valiosa la belleza de las almas que la del cuerpo, de suerte que si alguien es virtuoso del alma, aunque tenga un escaso esplendor, séale suficiente para amarle, cuidarle, engendrar y buscar razonamientos tales que hagan mejores a los jóvenes, para que sea obligado, una vez más, a contemplar la belleza que reside en las normas de conducta y a reconocer que todo lo bello está emparentado consigo mismo, y considere de esta forma la belleza del cuerpo como algo insignificante. Después de las normas de conducta debe conducirle a las ciencias, para que vea también la belleza de éstas  y, fijando ya su mirada en esa inmensa belleza, no sea, por servil dependencia, mediocre y corto de espíritu, apegándose, como un esclavo, a la belleza de un solo ser, cual la de un muchacho, de un hombre o de una norma de conducta, sino que, vuelto hacia ese mar de lo bello y contemplándolo, engendre muchos bellos y magníficos discursos y pensamientos en ilimitado amor por la sabiduría, hasta que fortalecido entonces y crecido descubra una única ciencia cual es la ciencia de una belleza como la siguiente. Intenta ahora -dijo- prestarme la máxima atención posible. En efecto, quien hasta aquí haya sido instruido en las cosas del amor, tras haber contemplado las cosas bellas en ordenada y correcta sucesión, descubrirá de repente, llegando ya al término de su iniciación amorosa, algo maravillosamente bello por naturaleza, a saber, aquello mismo, Sócrates, por lo que precisamente se hicieron todos los esfuerzos anteriores, que, en primer lugar, existe siempre y ni nace ni perece, ni crece ni decrece; en segundo lugar, no es bello en un aspecto y feo en otro, ni unas veces bello y otras no, ni bello respecto a una cosa y feo respecto a otra, ni aquí bello y allí feo, como si fuera para unos bello y para otros feo. Ni tampoco se le aparecerá esta belleza bajo la forma de un rostro ni de unas manos ni de cualquier otra cosa de las que participa un cuerpo, ni como razonamiento, ni como una ciencia, ni como existente en otra cosa, por ejemplo, en un ser vivo, en la tierra, en el cielo o en algún otro, sino la belleza en sí, que es siempre consigo misma específicamente única, mientras que todas las otras cosas bellas participan de ella de una manera tal que el nacimiento y muerte de éstas no le causa ni aumento ni disminución, ni le ocurre absolutamente nada. Por consiguiente, cuando alguien asciende a partir de las cosas de este mundo mediante el recto amor de los jóvenes y empieza a divisar aquella belleza, puede decirse que toca casi el fin. Pues ésta es justamente la manera correcta de acercarse a las cosas del amor o de ser conducido por otro: empezando por las cosas bellas de aquí y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente, en base a aquella belleza, de uno solo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y partiendo de éstos terminar en aquel conocimiento que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca al fin lo que es la belleza en sí.
Banquete, 209d - 211c

lunes, 7 de mayo de 2012

El eterno retorno, o...

LA CARGA MÁS PESADA

   Vamos a suponer que cierto día o cierta noche, un demonio se introdujera furtivamente en la soledad más profunda y te dijera: "Esta vida, tal y como tú la vives y la has vivido tendrás que vivirla todavía otra vez y aun innumerables veces; y se te reperirá cada dolor, cada placer y cada pensamiento, cada suspiro y todo lo indeciblemente grande y pequeño de tu vida. Además todo se repetirá en el mismo orden y sucesión... y hasta esta araña y este claro de luna entre los árboles y lo mismo este instante y yo mismo. El eterno reloj de arena de la existencia se dará la vuelta siempre de nuevo, y tú con él, corpúsculo de polvo". ¿No te echarías al suelo, rechinarías los dientes y maldecirías al demonio que así te hablase? O puede que hayas tenido alguna vez la vivencia de un instante prodigioso en el que responderías: "¡Tú eres un dios y nunca oí nada más divino!". Si aquel pensamiento llegase a apoderarse de ti, te transformaría como tú eres y acaso te aplastaría. Se impondría como la carga más pesada en todo tu obrar la pregunta a cada cosa y a cada paso: "¿Quieres que se repita esto otra vez y aun innumerables veces?". ¿O cómo tendrías tú que ser bueno para ti mismo y para la vida, no aspirando a nada más que a confirmar y sellar esto mismo eternamente?

Friedrich Nietzsche: El gay saber. Madrid: Narcea, 1973, pp. 344-345.

Dibujo de M. C. Escher

lunes, 16 de enero de 2012

Mito y logos (2)

   Qué sea la filosofía y cuál su valor, es cosa discutida. De ella se esperan revelaciones extraordinarias o bien se la deja indiferentemente a un lado como un pensar que no tiene objeto. Se la mira con respeto, como el importante quehacer de unos hombres insólitos o bien se la desprecia como el superfluo cavilar de unos soñadores. Se la tiene por una cosa que interesa a todos y que por tanto debe ser en el fondo simple y comprensible, o bien se la tiene por tan difícil que es una desesperación el ocuparse de ella. Lo que se presenta bajo el nombre de filosofía proporciona en realidad ejemplos justificativos de tan opuestas apreciaciones. Para un hombre con fe en la ciencia lo peor de todo es que la filosofía carezca de resultados universalmente válidos y susceptibles de ser sabidos y poseídos. Mientras que las ciencias han logrado en sus respectivos dominios conocimientos imperiosamente ciertos y universalmente aceptados, nada semejante ha alcanzado la filosofía, a pesar de los esfuerzos sostenidos durante milenios. No hay que negarlo: en la filosofía no hay unanimidad alguna acerca de lo conocido definitivamente. Lo aceptado por todos en vista de razones imperiosas se ha convertido como consecuencia en un conocimiento científico. (…) Tampoco tiene el pensar filosófico, como lo tienen las ciencias, el carácter de un saber progresivo. Estamos, ciertamente, mucho más adelantados que Hipócrates, el médico griego; pero apenas podemos decir que estemos más adelantados que Platón. (…) Este hecho de que a toda criatura de la filosofía le falte, a diferencia de las ciencias, la aceptación unánime, ha de tener su raíz en la naturaleza de las cosas. La clase de certeza que cabe lograr en filosofía no es la científica, es decir, la misma para todo intelecto (…). Mientras que los conocimientos científicos versan sobre sendos objetos especiales, saber de los cuales no es en modo alguno necesario para todo el mundo, trátase en la filosofía de la totalidad del ser, que interesa al hombre en cuanto hombre, trátase de una verdad que allí donde brilla hace presa más hondo que todo conocimiento científico.
Karl Jaspers: La filosofía desde el punto de vista de la existencia, charla radiofónica de 1950.

Karl Jaspers (1883-1969)


Mito y logos (1)

   A Prometeo, de astutas decisiones, lo ató [Zeus] con ligaduras de las que no se puede librar, con dolorosas cadenas que metió a través de una columna, y contra él lanzó un águila de amplias alas. Ésta le comía el inmenso hígado, pero éste crecía por la noche tanto cuanto el ave de rápido vuelo había devorado por el día. [Y a ésta la mató el valeroso Heracles, poniendo así fin a sus desdichas, y no contra la voluntad de Zeus Olímpico, que domina en lo alto, sino para que la gloria del hijo de Alcmena, nacido en Tebas, fuera aún mayor que antes en la fecunda tierra. De este modo honraba a su famoso hijo y, a pesar de que estaba muy irritado, cesó en la cólera que antes tenía porque Prometeo combatía sus planes].
   En efecto, cuando los dioses y los mortales se disputaban en Mecona, entonces Prometeo, tratando de engañar al inteligente Zeus, con ánimo resuelto le ofreció un enorme buey que había dividido. Por una parte puso, en la piel, la carne y las entrañas ricas en grasa, ocultándolas en el estómago del buey; por otro lado, colocando bien los blancos huesos del buey con engañoso arte, se los presentó, después de haberlos cubierto con blanca grasa. Ante esto, el padre de los dioses le dijo: Japetónida, famoso entre todos los soberanos, mi buen amigo, cuán desigualmente hiciste las partes.
   Así habló en tono mordaz Zeus, conocedor de inmortales designios . A él le respondió, por su parte, el astuto Prometeo con una leve sonrisa, sin olvidarse de su engañoso artificio: Zeus gloriosísimo, el más grande de los sempiternos dioses, elige de éstos el que en tu pecho te indique tu ánimo.
   Habló en verdad con engañosa mente y Zeus, conocedor de inmortales designios, se dio cuenta y no ignoró el engaño, sino que en su corazón proyectó contra los hombres mortales males que, realmente, iba a cumplir.
   Levantó con ambas manos la blanca grasa; se irritó en sus entrañas y la cólera le llegó a su ánimo cuando vio los blancos huesos del buey por el pérfido engaño. Desde entonces en la tierra las estirpes de hombres queman para los inmortales blancos huesos sobre humeantes altares. Y a aquél Zeus amontonador de nubes, muy irritado, le dijo: Japetónida, conocedor de los designios relativos a todas las cosas, mi buen amigo, no te olvidaste, en efecto, del pérfido arte.
   De este modo se expresó lleno de irritación Zeus, sabedor de inmortales designios, y desde ese momento, acordándose en cada instante del engaño, no otorgaba a los fresnos la fuerza del incansable fuego [para los mortales que habitan sobre la tierra]. Pero de él se burló el noble hijo de Jápeto robando en una caña hueca la luz del incansable que desde lejos se ve. Dañó así, de nuevo, en lo más profundo el ánimo del altitonante Zeus, y le irritó en su corazón cuando vio entre los hombres el brillo del fuego que desde lejos se observa.
   Al punto, a cambio del fuego, tramó males para los hombres: el famoso Cojo [Hefestos] modeló, por decisión del Crónida, algo semejante a una respetable doncella; la ciñó y adornó con un vestido de destacada blancura la diosa Atena de ojos verdes; la cubrió desde su cabeza con un velo, hecho a mano, admirable de ver; encantadoras coronas de fresca hierba trenzada con flores le colocó en torno a su cabeza Palas Atenea; en su cabeza le colocó una diadema de oro, que hizo él mismo, el famoso Cojo, con sus manos, intentando agradar a su padre Zeus; en ésta estaban grabados, cosa admirable de ver, muchos artísticos monstruos, cuantos terribles crían la tierra y el mar; muchos de éstos puso y en todos ellos se respiraba su arte, admirables y semejantes  a seres vivos dotados de voz.
   Cuando hizo el bello mal, a cambio de un bien, la llevó donde estaban precisamente los demás dioses y los hombres, engalanada con el adorno de la diosa de los ojos verdes, hija de poderoso padre; la admiración se apoderó de los inmortales dioses y los mortales hombres, cuando vieron el arduo engaño, sin remedio para los hombres. De ella, en efecto, procede el linaje de las femeninas mujeres, gran desgracia para los mortales.
 Hesiodo, Teogonía, 522-590

Hesiodo (ca. s. VIII a. C.)

Recorrido:

El Prometeo original de Hesiodo (siglo VIII a. C.)
El Prometeo filosófico de Platón (inicios del siglo IV a. C.)
El Prometeo romántico de Goethe (1774)
El Prometeo metafórico de Kafka (1919)

domingo, 23 de octubre de 2011

Trabajos sobre el Discurso del Método


En 1637 publica René Descartes esta obra capital en la Historia de la Filosofía, como prólogo a un conjunto de ensayos de carácter científico. Es una obra tan importante que forma parte de las enseñanzas de Filosofía en Bachillerato y suele recomendarse su lectura íntegra desde el inicio de este nivel educativo. Se trata por tanto de una lectura recomendada en Primero y en Segundo de Bachillerato, pero especialmente en Segundo de Bachillerato.
La edición más recomendable es la que se ha reeditado en la editorial ovetense KRK, en formato económico, de bolsillo. En ella se recoge la traducción completa que venimos utilizando para la preparación de la PAU de Filosofía (partes II y IV de este libro) más las otras cuatro partes. La versión de Guillermo Quintás Alonso, agotada desde su primera aparición en 1982, es la traducción de referencia para realizar los trabajos opcionales de este libro a fin de subir nota. Los trabajos deben constar de un Contexto histórico-cultural y filosófico de René Descartes, un resumen detallado de las seis partes del Discurso y un apartado final en que se establezcan relaciones de Descartes con otros autores del programa ya estudiados (a elegir entre Platón, Aristóteles, San Agustín, Tomás de Aquino o los autores de la Revolución Científica).

viernes, 21 de octubre de 2011

El demonio de Sócrates

   Suele haber junto a mí algo divino y demoníaco. Está conmigo desde niño, toma forma de voz y, cuando se manifiesta, siempre me disuade de lo que voy a hacer, nunca me incita.
Platón (s. IV a. C.): Apología de Sócrates, 31d

   Cuando fuimos a visitar al adivino Eutifrón, tú te acordarás, Simmias, subió Sócrates al Símbolo y a casa de Andócides preguntando y confundiendo a Eutifrón entre bromas. Y, de pronto, se quedó parado y en silencio, atento a sí mismo durante mucho tiempo. Después se dio la vuelta y se marchó por la calle de los fabricantes de cajas, llamando a sus amigos, que se le habían adelantado, afirmando que se le había presentado su demonio.
Plutarco (ca. s. II d. C.): Sobre el demonio de Sócrates, 10


Los mitos de Platón

Puede que la mejor manera de empezar a leer a Platón sea seleccionar algunos de sus "mitos" o relatos alegóricos que, como historias parabólicas, explican su filosofía de manera indirecta. La justificadísima fama de estilista que tiene este autor se sostiene en buena parte sobre estas historias que, a diferencia de las de Homero o Hesiodo, no van ya unidas a las creencias religiosas sino a ideas filosóficas, es decir, racionales.

En el Protágoras, tal vez el mejor diálogo de su época de juventud, se encuentra una interesante versión del mito de Prometeo (320d-322d).

De los diálogos de madurez, el Fedro es quizás su obra más representativa. Plantea el tema del Amor y la Belleza, y es una introducción perfecta a su Estética y su filosofía general. Incluye los mitos del carro alado (246a-257b), el de las cigarras (259b-259c) y el mito de Theuth (274c-275b).

A este periodo pertenece también el celebérrimo Banquete, donde Sócrates y otros contertulios reunidos alrededor de la mesa de Agatón, que celebra un premio en el teatro, se dedican a pronunciar discursos y a charlar sobre el tema del Amor. Los pasajes más conocidos son el monólogo de Aristófanes sobre el mito del andrógino (189b-193d) y el de Sócrates, quien habla al final y narra el mito del nacimiento de Eros (203b-204a).

En el Fedón volvemos a los últimos días de Sócrates. Para consolar a sus amigos, Sócrates medita  desde su encierro sobre el alma y relata enigmáticos mitos sobre el destino de las almas (107d-108c y 110b-114c).

En la República se halla además del inquietante mito del anillo de Giges (II, 359d-360b), el más famoso fragmento de la Historia de la Filosofía, una historia tremendamente simbólica y perfecta en su género: el mito de la caverna (VII, 514a-517a), que debe relacionarse para su cabal comprensión con el símil de la línea (VI, 509d-511e).

jueves, 20 de octubre de 2011

Platón: Apología de Sócrates

Sócrates tomando la cicuta


En el año 399 a. C. la ciudad de Atenas lleva a juicio a su ciudadano más famoso: Sócrates. En un momento de declive, vencida por Esparta, con gobernantes corruptos, Sócrates sigue siendo una molestia. ¿Acaso no había advertido repetidas veces que sólo si uno se examina a fondo logrará llevar una buena vida? Es la ciudad entera la que se ha desorientado en un torbellino de engaños y traiciones. Las consecuencias están allí, para todo el que quiera verlas. Pero la ciudad sólo ve a un sujeto molesto que la llama al orden y con extraña autosuficiencia, desde la posición de acusado, la sojuzga y sentencia.
Platón estuvo presente en este suceso inaugural de la filosofía, el juicio y condena a muerte de Sócrates, recogió las palabras de su maestro, no las tergiversó en primer lugar porque él tiene 28 años y Sócrates 70, por otro lado otros estuvieron allí y podían comparar lo dicho con lo leído, además era su primera obra escrita, y sobre todo es que no hacía falta: nadie se expresaba tan bellamente como Sócrates en toda Atenas. Nadie discutía mejor.
El final es conocido: en compañía de sus amigos, después de un mes encerrado y esperando, la cicuta cumple con su cometido. La filosofía adopta un tono nuevo, más preocupada que antes por los problemas de la convivencia y la política.

La Apología de Sócrates de Platón (no confundir con la de Jenofonte) es lectura recomendada para Segundo de Bachillerato. El trabajo debe constar de un "Contexto histórico-cultural y filosófico" de Platón, un resumen detallado siguiendo el esquema que se indica abajo y un comentario final destacando la relación filosófica de Platón con Sócrates.
Texto:

Esquema: