El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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miércoles, 18 de enero de 2017

Animal y vegetal



   
   Entre los textos que trabajaba Musil para la continuación y conclusión de su novela El hombre sin atributos hay redacciones distintas de capítulos tanto definitivos como truncados, así como fragmentos que Musil no ve cómo continuar en el momento, y hasta tramas muy desarrolladas que no sabemos si han sido abandonadas o reservadas durante lustros (por ejemplo la historia Clarisse y Moosbrugger, no incluida en los anexos de la edición española, o el famoso capítulo "Viaje al paraíso", situado como colofón en ésta, de manera discutible). 
   Entrar a pescar en este mar revuelto tiene algo de aventurado. La relación de estos capítulos con una novela definitivamente inconclusa no puede aclararse, ya que en cuanto tal permanece en el misterio y lo seguirá siempre. Sin embargo, estos fragmentos, separados pero unidos al cuerpo de la novela inacabada, parecen órganos en la mesa de operaciones del Doctor Frankenstein, y en cuanto los estimulamos con un poco de electricidad se agitan y parecen vivir por sí mismos.
   Tomemos el ejemplo  de una distinción en la que trabajaba el autor durante los tres meses anteriores a su muerte, y que responde directamente nada menos que a la pregunta por el significado del título del libro. En el capítulo "Aliento de un día de verano" concede a los hermanos un estado contemplativo de la naturaleza mientras se hallan en compañía en el jardín de su casa, sin apenas conciencia del paso de las horas. Agathe recuerda las quejas contradictorias de los libros de los místicos que ha leído previamente: el corazón lleno y vacío de amor, no saber dónde se está ni querer saberlo... Como otros tantos pétalos de flores, penden de un tiempo eterno, y en ese momento se siente en el Reino Milenario del que tanto han hablado con ocasión de estas lecturas. Al iniciar una conversación sobre este estado, Ulrich, en sintonía con su hermana "gemela", reflexiona sobre dos tipos de persona correspondientes a dos modos de vivir las pasiones. El primero es el tipo animal, en el que los sentimientos se descargan puerilmente, de manera abrupta e intensa. El segundo es el tipo vegetal, en el que impera el autodominio y el rechazo de la acción a que arrastra y empuja todo sentimiento. Otras denominaciones posibles para esta dicotomía son el modo mundano frente al místico, el apetitivo frente al no-apetitivo. La oposición de la disposición "vegetal" (por no decir "vegetariana", dice Agathe) frente a la "animal" es la que separa al soñador del realista, y Ulrich la ofrece como un profundo tema de reflexión para los filósofos (entre los que no acepta incluirse). El tipo apetitivo animal de persona lo capta todo con gran viveza, pasa por encima de los obstáculos y parece un torrente. El tipo vegetal se opone a él, es tímido, pensativo, de decisiones difíciles, lleno de sueños y nostalgias. Su pasión está interiorizada. El modo fáustico (en el principio es la acción) es el del hombre con atributos (por ejemplo, Arnheim), con determinaciones y repleto de cualidades; el modo contemplativo pertenece al hombre sin atributos. El primero es un realista y habita el mundo sirviéndose de él como un experto, el otro es un nihilista, que si pudiera suprimiría la realidad. Lo normal, reconoce Ulrich, es que oscilemos entre ambos tipos; pero al mismo tiempo nos indica que el Reino Milenario al que tienden Agathe y Ulrich está sin duda más cerca del temple vegetal que del animal.