El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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domingo, 27 de mayo de 2018

Platón: Mito de la Caverna

   Una vez más, llegamos al Mito de la Caverna, dispuestos a hacer algo de espeología filosófica. Entramos en el terrreno de las metáforas primigenias, y en concreto una a la que Hans Blumenberg ha dedicado uno de sus más voluminosos trabajos: Salidas de caverna (1989). No se puede dejar de lado en este relato filosófico, el más famoso de la antigüedad, el peso del tópico tanto en sentido positivo (el lugar común llega a serlo porque de una forma u otra expresa una cierta verdad), como negativo (el tópico suele tergiversar una verdad más profunda). Entre ambas aguas, la de lo consabido y la interpretación actualizada, salimos al encuentro de esos prisioneros "con las piernas y el cuello encadenados" de modo que no pueden girar la cabeza, obligados por tanto a mirar siempre de frente a una pared en la que se proyectan unas sombras que, junto con todo lo que rodea el entorno de la caverna, constituyen su mundo (es el llamado "mundo sensible" platónico). Esas sombras son la porción más baja de contacto con la realidad, ya que son copias o reproducciones de otros seres y objetos no visibles directamente por los prisioneros, como son: en primer lugar los compañeros de cautiverio, a los que ya decíamos no cabe mirar directamente, y en segundo lugar una serie de porteadores que llevan en parlanchina procesión objetos tallados de seres naturales o fabricados (copias de otros hombres, animales, árboles o utensilios). De todo ello, los prisioneros sólo tienen experiencia a través de las sombras proyectadas en el fondo de la caverna, gracias a un fuego que llamea detrás de la pared a la que están atados y que los separa del camino por el que pasan los porteadores. 
   Esta extraña introducción es rápidamente llevada al nivel de la analogía cuando Platón advierte que ellos, los prisioneros, "son como nosotros". Entramos así en el terreno de la alegoría, en concreto a través de signos que no sólo sustituyen sin más a otros objetos (los llamados signos arbritrarios, según Gilbert Durand), sino que mantienen una semejanza con lo que sustituyen, aunque su significado simbólico permanezca irremediablemente ligado al terreno de la interpretación y el conocimiento indirecto.
   En principio, la caverna sustituye al mundo de la experiencia, los prisioneros parecen simbolizar a los seres humanos y sus creencias cotidianas (nuestras almas atadas al cuerpo, si se quiere ser más platónico), las sombras a las simples opiniones basadas en prejuicios sin contrastar, los objetos construidos a las captaciones directas de los entes, aún sin explicación racional; por fin, los porteadores serían los maestros que enseñan una cosa u otra sin buscar la verdad sino la utilidad: los sofistas, desde luego, pero también esos políticos que inflaman a la asamblea con argumentos sentimentales, o los abogados que convencen al jurado con su oratoria estudiada. Pues bien, esos objetos fabricados que igual representan a un ser vivo que a una herramienta son como los objetos que percibimos directamente a nuestro alrededor, por tanto son comparativamente más reales y verdaderos que las simples representaciones cambiantes (o simple elucubraciones) que se relacionan con las sombras en movimiento del fondo; pero no por ello dejan de ser apariencias, en el terreno de la realidad, o simples opiniones en el terreno del conocimiento, aunque podrían estar acertadas. En efecto, opiniones verdaderas aparecen a menudo en la política y en la vida cotidiana; pero si no somos conscientes de que lo son, son semejantes a esas preguntas que acertamos por casualidad en un examen tipo test. No dejamos de estar aquí en el terreno de las simples creencias, no hay saber que se sabe verdadero, ni ciencia con arreglo a un método.
   Veamos ahora, dice Platón, qué le pasaría a uno de los prisioneros en "el caso de una liberación de sus cadenas", es decir, de una "curación de su ignorancia". Magnífica metáfora para la adquisición de conocimientos o para el tema general de todo el mito, que se advierte desde el principio es el de "la educación" de nuestra naturaleza. El remedio para la ignorancia es literalmente una liberación de las metafóricas cadenas que nos atan a los prejuicios. Sugiere Platón que esa liberación se realiza con ayuda, ya que el prisionero es desatado y forzado a examinar el interior de la caverna. Introduce así la figura del educador, el filósofo o el gobernante que se ocupa de los que precisan formación, pero no de un modo invasivo, sino como una especie de acompañante que ayuda mayéuticamente a alcanzar el saber mediante argumentos que conducen a unas conclusiones que parecen surgir del propio entendimiento. El prisionero observa el extraño panorama del interior de la caverna, pero no llegará a entenderlo bien en un primer momento, y se verá en dificultades para responder a las preguntas acerca de relaciones, semejanzas o participaciones con lo que tomaba por real. La metáfora más brillante en este momento es la de la luz (por ahora, la del fuego), que ciega los ojos del que está acostumbrado a pensar siguiendo la senda del azar y la adivinación. Con ese dolor en los ojos asociaremos las resistencias a la enseñanza, las molestias e irritaciones que son indisociables del estudio y la educación.
   El prisionero será arrastrado hasta el exterior de la caverna, y de ese modo llegará a entender que hay otro mundo, el llamado "mundo inteligible" o "mundo de las formas" platónicas. Aunque Platón se sirve de la patencia de la naturaleza bien iluminada por el sol, pretende hacernos "ver" que este mundo ya no es sensible sino intelectual, y mucho más luminoso (por tanto, más verdadero) que cualquier paisaje al mediodía. Lo que aquí aparece ya no se capta con la vista, sino con la inteligencia. Eso sí, de nuevo hay que proceder con orden, con método, y comprender primero lo más elemental hasta llegar al saber último. Primero hay que recorrer el camino que conduce a las formas, a las ideas (esto es, entre otras cosas, a los conceptos o las esencias-definiciones de lo real); ese camino está compuesto de formulaciones u objetos matemáticos que, como seres intermedios entre lo sensible y las propias ideas (matemáticas o de otro tipo), sirven de preludio a la comprensión dialéctica. En fin, es tema debatido el de las "sombras" y "reflejos" matemáticos en Platón; pero siguiendo a Aristóteles parece que estos objetos son todavía múltiples, mientras que las ideas son únicas (Metafísica, 987b), tal y como hay muchos triángulos pero una sola idea de triángulo. Los objetos que en el exterior se pueden ver ahora representan a las ideas o formas tanto de seres naturales como artificiales, con lo que sugiere Platón la estratificación y jerarquía del conocimiento dialéctico (el terreno de la Lógica, en primer lugar, seguido del de las diversas ciencias, ya sean naturales o técnicas). Por fin, cuando cae la noche aparecen otras luces por encima de los objetos ahora en la sombra: son los astros, las estrellas y la luna, manifestaciones brillantes de un saber más digno y más difícil de lograr, el de la Ética y la Estética, y cómo no, el de la Política. ¿Cómo no sería más digna de consideración la investigación de la Justicia que la de los tipos de minerales? Platón es un aristócrata del saber, el cual considera sometido a una escala de gradaciones; para él las llamadas hoy Ciencias Sociales están por encima de las Ciencias Naturales, aunque para avanzar en las Letras se precise de una sólida formación lógico-matemática.
   Por último, cuando llegue el nuevo día, el Sol que representa la Idea de Bien nos descubrirá la penetrante armonía subyacente a todo lo existente, de la mano de la ciencia dialéctica. El docto evadido de la caverna, convertido en sabio filósofo, se acuerda entonces "de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces compañeros de cautiverio", y aunque ahora lo que menos echa de menos es precisamente ese juego de adivinaciones en que consiste el mundo de las simples opiniones, se ve obligado a retornar abajo para intentar "desatarlos y conducirlos a la luz"; lo que podría acarrearle las mismas consecuencias que al buen Sócrates.
   El final del mito es éste, el de la poderosa imagen del filósofo asesinado a manos de una turba ignorante e incapaz de comprender su deseo de conducirlos a una vida más digna. La continuación, en el orden de la filosofía platónica, es el Símil de la Línea, que sin embargo aparece expuesto en la República con anterioridad (VI, 509d-511e) a este inmortal Mito de la Caverna (VII, 514a-517a).


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