El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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sábado, 3 de marzo de 2012

Demonios y ética en Grecia (1)

Kakodaímon (demonio malvado). Museo de Antioquía
En la cultura griega, el término daimonion se refiere a seres intermedios entre los dioses y los hombres. Según Hesiodo, crean distintas razas humanas y se complacen en intervenir en la vida de los humanos, siendo en general vigilantes benéficos. Pero en los poemas homéricos encontramos otros sentidos de lo demónico, equiparado ahora con las intervenciones de los dioses. En general, y como indica E. R. Dodds, cuando las influencias son positivas son obra de los dioses, por ejemplo el menos o fuerza  extraordinaria que infunde algún dios al héroe que desfallece en la batalla (el ejemplo más claro sería el de Héctor en el Canto XV de la Ilíada, a quien reanima Apolo, provocando un resurgir furioso de su ánimo guerrero); y cuando la influencia es negativa, puede ser o bien obra de un dios anónimo o, lo más corriente, de un demonio. Como ejemplo especial de esta influencia negativa, se puede citar el caso de la “infatuación” con locura transitoria (até) que causa en Agamenón la ceguera con que arranca la Ilíada.
El gran especialista E. R. Dodds resume las influencias atribuidas a los demonios en la cultura griega arcaica del siguiente modo: ya sea por obra de dioses anónimos o por demonios, en Homero “siempre que alguien tiene una idea especialmente brillante, o especialmente necia; cuando alguien reconoce de repente la identidad de una persona o ve en un relámpago la significación de un presagio; cuando recuerda lo que podría haber olvidado u olvida lo que debería  haber recordado, él, o algún otro, suele ver en ello (…) una intervención psíquica de alguno de esos anónimos seres sobrenaturales”. El sujeto homérico se reconoce supradeterminado por estas intervenciones, así como la propia personalidad del sujeto, su thymós, voz interior independiente que aconseja lo que hacer, aparece sujeta a unas determinaciones caprichosas de agentes demónicos, que lo elevan o engañan sin que éste pueda hacer nada. Esa voz personifica los impulsos emocionales y alude a la intromisión de lo sobrenatural en la vida de los hombres, como volveremos a encontrar en la tragedia clásica. En Homero esta sobredeterminación es aceptada como algo natural, y se explica en el último Canto de la Ilíada con la referencia a la suerte que reparte Zeus a los hombres mezclando los dos toneles (la buena o la mala suerte) para fabricar el destino humano: si alguien recibe tan sólo males, sólo cabe resignarse.
Después de los primeros poetas y trágicos, Heráclito relacionará con frase célebre y fecunda lo demónico, lo sobrenatural e ingobernable, y también lo irracional, con el carácter personal. La suerte y el destino (“daímon”, misma raíz que “daimonion”) son en realidad el carácter.  “El carácter del hombre es su destino” (Fr. 119), afirma con fecundo laconismo. Apenas podríamos rozar el sentido último de esta sentencia, pero el más evidente es que la suerte y el destino, hasta ahora entendidos como algo fuera del control por parte del sujeto, son en realidad lo más propio del ser humano, su carácter, el sí mismo o la identidad, esa que se reconoce en un rapto de inspiración, la que se pierde en un golpe de fatalidad, la que se recupera y se recuerda en el contacto con los otros. 


Referencias:
Hesiodo: Trabajos y días, vv. 120-125 y 250-256.
E. R. Dodds: Los griegos y lo irracional. Madrid: Alianza Universidad, 1980, caps. I-II.

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