Puede que la mejor manera de empezar a leer a Platón sea seleccionar algunos de sus "mitos" o relatos alegóricos que, como historias parabólicas, explican su filosofía de manera indirecta. La justificadísima fama de estilista que tiene este autor se sostiene en buena parte sobre estas historias que, a diferencia de las de Homero o Hesiodo, no van ya unidas a las creencias religiosas sino a ideas filosóficas, es decir, racionales.
En el Protágoras, tal vez el mejor diálogo de su época de juventud, se encuentra una interesante versión del mito de Prometeo (320d-322d).
De los diálogos de madurez, el Fedro es quizás su obra más representativa. Plantea el tema del Amor y la Belleza, y es una introducción perfecta a su Estética y su filosofía general. Incluye los mitos del carro alado (246a-257b), el de las cigarras (259b-259c) y el mito de Theuth (274c-275b).
A este periodo pertenece también el celebérrimo Banquete, donde Sócrates y otros contertulios reunidos alrededor de la mesa de Agatón, que celebra un premio en el teatro, se dedican a pronunciar discursos y a charlar sobre el tema del Amor. Los pasajes más conocidos son el monólogo de Aristófanes sobre el mito del andrógino (189b-193d) y el de Sócrates, quien habla al final y narra el mito del nacimiento de Eros (203b-204a).
En el Fedón volvemos a los últimos días de Sócrates. Para consolar a sus amigos, Sócrates medita desde su encierro sobre el alma y relata enigmáticos mitos sobre el destino de las almas (107d-108c y 110b-114c).
En la República se halla además del inquietante mito del anillo de Giges (II, 359d-360b), el más famoso fragmento de la Historia de la Filosofía, una historia tremendamente simbólica y perfecta en su género: el mito de la caverna (VII, 514a-517a), que debe relacionarse para su cabal comprensión con el símil de la línea (VI, 509d-511e).
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