El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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viernes, 20 de abril de 2012

En la colonia penitenciaria

  
Arthur Schopenhauer (1788-1860)
   Antes de entregarse a la filosofía, el adolescente Schopenhauer emprendió un largo viaje con sus padres por Europa, del que se conservan las notas en un diario. Al pasar por Toulon, en Francia, visita el fuerte en que penan los condenados a galeras, y nos deja el siguiente testimonio, en una anotación del 8 de abril de 1804:
  Los forzados están divididos en tres grupos, el primero está constituido por aquellos que sólo han cometido delitos leves y permanecen ahí por corto tiempo, como los desertores, soldados que han faltado contra la subordinación, etc.; llevan un solo grillete de hierro en el pie y pueden andar con libertad, es decir, dentro del arsenal, pues ningún forzado puede ir a la ciudad. El segundo grupo está integrado por criminales con delitos más graves; trabajan atados de dos en dos con pesadas cadenas. El tercer grupo, que se compone de los peores criminales, tiene los grillos herrados a los bancos de la galera, los cuales, por tanto, no pueden abandonar: éstos se ocupan en trabajos que puedan ser ejecutados estando sentados. Considero que la suerte de estos desgraciados es mucho más horrible que la pena de muerte. Las galeras, que he visto desde fuera, parecen el lugar de estancia más sucio y repugnante que pueda uno imaginarse. Son viejos barcos abandonados que ya no salen al mar. El lecho de los forzados es el banco al que están encadenados y su comida consiste en agua y pan. Lo que no logro comprender es cómo, sin una alimentación más consistente y consumidos por la pena, no sucumben antes con el duro trabajo, pues durante su esclavitud son tratados como animales de carga. Es horrible conside­rar que la vida de estos forzados a galeras carece completamente de cualquier satisfacción, con todo lo que esto significa; y que aún después de veinticinco años de sufrimiento ininterrumpido no hay todavía ninguna esperanza: ¡puede concebirse una sensación más horrible que la de uno de esos infelices mientras es herrado al banco de la oscura galera del que nada, sino la muerte, logrará separarle! El sufrimiento de muchos de ellos queda agravado todavía por la compañía inseparable del que está herrado con él en la misma cadena. Y si finalmente llega el momento que deseó cada día entre anhelantes suspiros desde hace diez o doce años y tiene término la esclavitud: ¿qué será de él? Vuelve a un mundo para el que estuvo muerto durante diez años; las perspectivas que tal vez tenía, siendo diez años más joven, han desaparecido; nadie quiere aceptar a alguien que viene de galeras: diez años de penitencia no le han lavado del crimen de aquel instante. Tiene que convertirse de nuevo en criminal y acaba en el patíbulo. Me quedé horrorizado cuando oí que hay aquí seis mil forzados a galeras.
    Parece confirmarse aquí la certeza de que la vida y el mundo consisten en un dolor inagotables; desde luego, es una de las más claras ideas del filósofo que traduce el noúmeno en Voluntad. La Voluntad nos recorre, nos traspasa, y el querer en nosotros se perpetúa sin tregua, dejando únicamente un poso de hastío cuando alguno de nuestros deseos se cumple. Sería mejor no desear nada, pero para ello habría que no haber nacido, como enseñaba su querido Calderón de la Barca. "Trabajo, tormento, pena y miseria: tal es, durante la vida entera, el lote de casi todos los hombres", afirma en Parerga y Paralipomena (1851), la colección de ensayos por la que ha pasado a la historia de la literatura alemana, donde refulgen sentencias mil veces citadas: "La vida del hombre oscila como un péndulo entre el dolor y el hastío" o "El mundo es el infierno, y los hombres se dividen en almas atormentadas y diablos atormentadores". En algún pasaje parece recordar su visión de Toulon, ya que deberíamos habituarnos, nos dice, a "considerar este mundo como un lugar de penitencia, como una colonia penitenciaria". Al doblar el siglo, un oscuro y lúcido escritor checo seguirá su consejo y describirá el horror de esa colonia.
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Referencias:
Rüdiger Safranski: Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía. Barcelona: Tusquets, 2008, pp. 72-73.
Arthur Schopenhauer: El amor, las mujeres y la muerte. Madrid; Edaf, 1970, pp. 94, 106, 96 y 98

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