El fragmento debe ser como una pequeña obra de arte, aislado de su alrededor y completo en sí mismo, como un erizo -- Friedrich Schlegel --

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lunes, 20 de agosto de 2012

Caballito

  He criado a un caballito en mi casa. Galopa por mi habitación. Me distrae. 
  Al principio estaba preocupado. Me preguntaba si crecería. Ahora mide más de 53 centímetros y come y digiere comida de adulto.
  Las mayores dificultades las puso Elena. Las mujeres son complicadas. Una migaja de estiércol ya las enferma, las desequilibra, dejan de ser ellas.
   “De un trasero tan pequeño —le decía yo—poco estiércol puede salir”; pero ella… En fin, mala suerte, ahora todo ha terminado.
  Lo que me inquieta es otra cosa. Hay días en los que, de golpe, mi caballito sufre extraños cambios. En menos de una hora hay veces en que su cabeza se infla y se infla, su espalda se encorva, se alabea, adelgaza y acaba ondeando al viento que entra por la ventana.
   ¡Oh! ¡Oh!
   Me pregunto si no me engaña aparentando ser un caballo, pues aun siendo tan pequeño un caballo no flota como una mariposa, no ondea al viento ni siquiera un instante.
   Espero no haber sido engañado, después de tantos cuidados, de tantas noches en vela defendiéndolo de las ratas, de tantos peligros posibles, de las fiebres de la infancia.
   A veces lo encuentro confuso por verse tan enano. Perplejo. Cuando se acerca al periodo de celo da unos brincos enormes por encima de las sillas y se pone a relinchar, a relinchar desesperadamente.
   A las hembras del vecindario, perras, gallinas, yeguas y ratoncitas, les llama la atención; pero eso es todo.  “No —se dicen—, cada uno a lo suyo y según su instinto. No me toca responder.” Y hasta ahora ninguna hembra ha correspondido a su llamada.
   Mi caballito me mira desamparado, con furia en los ojos.
   Pero ¿de quién es la culpa? ¿Mía?

Henri Michaux: Plume, précedé de Lointain intérieur. París: Gallimard, 1938, págs.17-18. 

Henri Michaux (1899-1984)

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