Hacía que su criado Lampe lo despertara a las cinco menos cuarto y trabajaba hasta las ocho menos tres. A las ocho menos dos, se ponía su tricornio. un minuto más tarde, se ceñía la espada y, a las ocho en punto, entraba por la puerta de su clase. Sus paseos tenían la misma rígida regularidad. Las amas de casa ajustaban a su paso los preparativos de cocina, razón por la cual el día de 1789 en que, impaciente por conocer las noticas de París, Kant salió más pronto que de costumbre al encuentro de la diligencia que traía las gacetas, el pan quedó demasiado cocido, los asados se quemaron y estallaron a su paso peleas domésticas.
Pierre Bergounioux: Una habitación en Holanda. Barcelona: Minúscula, 2011, pp. 49-50.
Pierre Bergounioux (1949) |
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