Sigue allí en la postura en que aguardaba la vida y la luz del día, una vida y una luz que el pobre jamás llegó a ver. ¡Qué feliz eres, niño, por haber llegado tan pronto a la meta que miles de hermanos tuyos sólo alcanzan después de sangrientos azotes e incontables sufrimientos!
Pobre pequeño, qué feliz eres. La paz de la que tú gozas ahora, miles de desdichados, hermanos tuyos, tienen que comprarla con su sangre bajo el azote de mercaderes indignos. Nada, absolutamente nada has perdido en este mundo en el que tus derechos están vendidos y tu amo hubiera sido un mercader. También a él, que ya tenía preparadas tus cadenas, le hubiera valido más no ver, como tú, la luz del día.
Lichtenberg: Aforismos. Barcelona: Edhasa, 2002, pág. 145
Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) |
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