Tomemos en consideración a este camarero. Tiene gestos vivos y acentuados, tal vez excesivamente precisos, tal vez excesivamente rápidos, se llega hasta los consumidores con pasos puede que excesivamente vivos, se inclina con interés excesivamente premioso; su voz, sus ojos expresan un interés en exceso cargado de solicitud por los deseos del cliente, y bueno, he aquí que vuelve, tratando de imitar en su marcha el rigor inflexible de alguna clase de autómata, llevando su bandeja con cierta temeridad de funámbulo, colocándola en un equilibrio siempre inestable y quebrado, que restablece perpetuamente con un ligero movimiento del brazo y la mano. Toda su conducta nos parece un juego. Se aplica a encadenar movimientos como si fueran mecanismos que se exigen unos a los otros, hasta su mímica y su voz parecen mecanismos; se regala la prontitud y rapidez despiadada de las cosas. Juega, se divierte, ¿pero a qué está jugando? No hay que mirar mucho rato para darse cuenta: juega a ser camarero.
Jean-Paul Sartre (1943): El Ser y la Nada, I, 2, II
Jean-Paul Sartre (1905-1980) con Simone de Beauvoir (1908-1986) |
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