Supondré que hay no un verdadero Dios, que es la fuente suprema de la verdad, sino cierto genio o espíritu maligno, no menos astuto y burlador que poderoso, quien pone toda su industria en engañarme. Pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todas las cosas externas que vemos sólo son ilusiones y engaños, de los que hace uso para captar mi credulidad. Me consideraré a mí mismo sin manos, sin ojos, sin carne ni sangre, sin sentidos, aunque creyendo falsamente que tengo todo eso. Permaneceré obstinadamente adicto a este pensamiento.
René Descartes (1641): Meditaciones Metafísicas, I
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