Me dan de lado todos los argumentos de los académicos, que dicen: Pero bueno, ¿y si te engañas? Pues si me engaño, existo. El que no existe no puede engañarse, y por eso si me engaño, existo. Luego si existo, si me engaño, ¿cómo me engaño acerca de que existo, cuando es cierto que existo si me engaño? Aunque me engañe, soy yo el que me engaño, y por tanto, en cuanto conozco que existo, no me engaño. Al mismo tiempo, en cuanto conozco que me conozco, no me engaño. Como conozco que existo, así conozco que conozco.
San Agustín (ca. 413-426): La Ciudad de Dios, XI, 26
San Agustín (354-430) |
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